El capitán Wilson estaba «pocho», según sus propias palabras, y con pocas fuerzas para soportar la tensión de una escena con su mujer; sin embargo, le pareció que su hijo tenía razón y decidió plantearle la propuesta. Antes de embarcar, Frank tuvo el consuelo de ver a su mujer instalada de nuevo en la misma buhardillita de la casa de su padre que ocupaba de soltera. Cederle la mejor habitación de huéspedes habría excedido los límites de la capacidad de sumisión de la señora Wilson tanto como los de su generosidad. Sin embargo, lo pero de todo fue que tuvieron que despedir a la fiel Norah. Su puesto de doncella lo ocupaba otra persona y, aunque no hubiera sido así, la señora había perdido para siempre la buena opinión de que ella tenía. Norah consoló a sus jóvenes señores prediciéndoles circunstancias halagüeñas para cuando tuvieran su propio hogar, del cual también formaría parte ella, sin la menor dudad, fuera cual fuere el menester en el que tuviera que ocuparse entre tanto. Una de las últimas cosas que hizo Frank Wilson antes de partir fue ir con Alice a visitar a Norah una vez más a la casa de la madre de ésta. Y después se marchó.
El suegro de Alice fue debilitándose a medida que avanzaba el invierno y la joven prestó una gran ayuda a la madrastra, pues lo cuidaba y lo distraía y, aunque todavía se respiraba tensión en la casa, tal vez fuera la época de mayor sosiego desde hacía muchos años, pues la señora Wilson no tenía mal corazón y se suavizó ante la evidente inminencia de la muerte de una persona a la que quería; también la enternecía la soledad que aguardaba a un ser tan joven que debía confinarse por primera vez en ausencia de su marido. A ese ambiente de ternura debió Norah el permiso para volver, para servir de niñera a la hijita de Alice y atender al capitán Wilson.
Antes de que llegase la primera carta de Frank (que había zarpado rumbo a las Indias Orientales y China) falleció su padre. Alice siempre recordaba con alegría que, antes de morir, su tío tuvo ocasión de coger a la nievecita en brazos y besarla y bendecirla. Tras las exequias y el posterior estudio de su situación económica, se supo que el difunto había dejado muchos menos bienes de lo que, a juzgar por su estilo de vida, se imaginaba la gente. Lo que había de dinero en metálico fue todo para su mujer y quedó a su disposición hasta su muerte. Alice no le dio importancia, puesto que Frank ya era segundo de a bordo de su barco y, con uno o dos viajes más, ascendería a capitán. Entre tanto, le había dejado unos cuantos miles de libras (todos sus ahorros) en el banco.
Alice esperaba noticias de su marido. Hasta entonces, había recibido una carta desde Ciudad del Cabo. La siguiente fue para anunciarle la llegada a la India. A medida que transcurrían las semanas sin que llegaran más noticias del barco a las oficinas de los propietarios y, como la mujer del capitán se hallase en el mismo estado de ignorancia e inquietud que ella, los temores de Alice aumentaron. Por fin llegó el día en que, en respuesta a sus preguntas, la empresa naviera les dijo que los propietarios habían renunciado a toda esperanza de volver a tener noticias del Betsy-Jane y que habían enviado la reclamación correspondiente a la casa aseguradora. Entonces, cuando lo hubo perdido para siempre, Alice sintió una ansiedad que no conocía, un anhelo de amor por el cariñoso primo, el amigo querido, el protector comprensivo a quien nunca volvería a ver: primero fue un deseo intenso de que conociese a su hija, a la que hasta el momento, había deseado tener únicamente para sí, sólo para sí. A pesar de todo, sufrió el dolor en silencio, sin quejas… para mayor escándalo de la señora Wilson, quien lloró a su hijastro como si hubieran vivido siempre juntos en armonía perfecta y, evidentemente, se creía en la obligación de derramar nuevas lagrimas delante de cualquier desconocido, lamentando la situación en la que había dejado a la pobre viuda, tan joven y desconsolada, y a la indefensa huerfanita, con una unción como si disfrutase con la triste historia.
Así transcurrieron los primeros días de viudez de Alice. Poco a poco, las cosas fueron recobrando su apacible curso normal; pero, como si la joven estuviera destinada a verse siempre en situaciones arduas, su corderita cayó enferma, se debilitó y no hubo forma de que mejorase. La misteriosa enfermedad resultó ser una dolencia de la columna vertebral que podía quebrantar la salud, pero no acortar la vida, o al menos ése fue el dictamen de los médicos. Sin embargo, no es fácil alegrarse de que alguien a quien se ama tanto como Alice a su única hija deba vivir con un sufrimiento horrible y prolongado. Sólo Norah adivinaba el dolor de Sarah, pero nadie lo sabía, sólo Dios.
Y por eso, un día, cuando la señora Wilson, la mayor de las dos, le contó lo disgustadísima que estaba porque la herencia legada por su marido había sufrido una pérdida sustancial de valor —una pérdida que apenas le dejaría renta suficiente para mantenerse, y mucho menos para mantener también a Alice—, esta última no comprendió que pudiera causar semejante desdicha algo que no fuera la salud o la vida misma, y acogió la noticia con una compostura irritante. Sin embargo, esa misma tarde, cuando volvió a casa la niñita enferma, y la abuela —quien, a fin de cuantas, la quería mucho— empezó a lamentar de nuevo lo mucho que había perdido y aunque la pequeña no podía entenderlo, le contó que había pensado llevarla a tales y cuales médicos y proporcionarle tales y cuales consuelos y lujos en su momento, pero que ahora ya nada de eso sería posible. Alice, enternecida, se acercó a la señora Wilson e inusitadamente le acarició y, a semejanza de Ruth[6], le suplicó que pasara lo que pasase, no se separaran nunca. Después de mucho debatir en los días siguientes, acordaron que la señora Wilson arrendase una casa en Manchester; la amueblarían con todos sus enseres y adquirirían lo que hiciese falta con las últimas dos mil libras que le quedaban a Alice. La señora Wilson era hija de esa ciudad y, lógicamente, deseaba regresar. Dio la coincidencia de que, en esos momentos unos conocidos suyos buscaban alojamiento y estaban dispuestos a pagarlo generosamente. Alice se hizo cargo de la administración y la organización general de la casa.
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