Ahora bien, el malvado Ganimard quería hacer daño a la preciosa Dama Rubia, y el bondadoso Lupin no está dispuesto a consentirlo. Así pues, el bondadoso Lupin, deseoso de que la Dama Rubia entrase a formar parte del círculo amistoso de la condesa de Crozon, le hizo tomar el nombre de señora de Real, que es el de una honrada comerciante, cuyos cabellos son dorados y el rostro pálido. Y el bondadoso Lupin decía: "Si alguna vez el malvado Ganimard se encuentra sobre la pista de la Dama Rubia, ¡de cuánta utilidad me será desviarlo hacia la pista de la honorable comerciante!" Sabia precaución, y que da sus frutos. Una noticia enviada al periódico que lee el malvado Ganimard, un frasco de esencia olvidado voluntariamente por la verdadera Dama Rubia en el hotel Beaurivage, el nombre y la dirección de la señora Real escritos por la verdadera Dama Rubia en el registro del hotel, y todo listo. ¿Qué dices a eso, Ganimard? He querido contarte la aventura minuciosamente, sabiendo que con tu sentido del humor serás el primero en reírte. En realidad, es picante, y confieso que, por mi parte, me he divertido terriblemente.

»Por tanto, gracias a ti, amigo mío, y mis cariñosos saludos al excelente señor Dudouis.»

ARSENIO LUPIN

–¡Lo sabe todo! – gimió Ganimard, que, como es natural, no pensaba en reírse-. Sabe cosas que yo no he dicho a nadie. ¿Cómo podía saber que yo le pediría a usted que viniera, jefe? ¿Cómo podía saber…?

Pataleaba, se arrancaba el cabello, presa de la más trágica desesperación.

El señor Dudouis tuvo piedad de él.

–Vamos, Ganimard, consuélese. Intentará hacerlo mejor la próxima vez.

Y el jefe de la Süreté se alejó, acompañado de la señora de Real.

Transcurrieron diez minutos. Ganimard leía una y otra vez la carta de Lupin. En un rincón, el señor y la señora Crozon, el señor de Hautrec y el señor Gerbois hablaban animadamente. Al fin, el conde se adelantó hacia el inspector y le dijo:

–De todo esto resulta, señor mío, que no hemos avanzado ni un solo paso.

–Perdón. Mi investigación ha establecido que la Dama Rubia es la heroína indiscutible de estas aventuras, y que Lupin la dirige. Es un paso enorme.

–Que no sirve para nada. El problema está aún más oscuro. La Dama Rubia mata para robar el brillante azul y no lo roba… Roba, y es para desembarazarse de él en provecho de otro.

–No puedo hacer nada.

–Cierto, pero alguien podría tal vez…

–¿Qué quiere usted decir?

El conde dudaba, pero la condesa tomó la palabra y dijo claramente:

–Existe un hombre, uno solo después de usted, que en mi opinión sería capaz de combatir a Arsenio Lupin y reducirlo a la impotencia. Señor Ganimard, ¿le molestaría que solicitáramos la ayuda a Herlock Sholmes?

Se descompuso.

–Pues no…, sólo que…, no comprendo bien…

–Escuche: todos estos misterios me irritan. Quiero ver claro. El señor Gerbois y el señor de Hautrec están de acuerdo con nosotros en que nos dirijamos al célebre detective inglés.

–Tiene usted razón, señora -respondió el inspector con una lealtad que no estaba exenta de mérito-. Tiene usted razón. El viejo Ganimard no tiene ya fuerzas para luchar contra Arsenio Lupin. ¿Triunfará Herlock Sholmes? Lo deseo con toda mi alma, porque siento por él la más profunda admiración… Sin embargo, es poco probable…

–¿Es poco probable que acceda?

–Es lo que yo creo. Considero que un duelo entre Arsenio Lupin y Herlock Sholmes es cosa decidida de antemano. El inglés será batido.

–En todo caso, ¿puede él contar con usted?

–Completamente, señora. Mi concurso le está asegurado sin reservas.

–¿Conoce usted su dirección?

–Parker Street, 219.

Aquella misma tarde, el señor y la señora de Crozon retiraban su denuncia contra el cónsul Bleichen y dirigían una carta colectiva a Herlock Sholmes.

3

HERLOCK SHOLMES ABRE LAS

HOSTILIDADES

–¿Qué desean los señores?

–Lo que usted quiera -respondió Arsenio Lupin, como hombre a quien los detalles alimenticios interesan poco-. Lo que usted quiera, excepto carne y vino.

El camarero se alejó, desdeñoso.

Pregunté:

–¿Cómo? ¿Aún vegetariano?

–Cada vez más -afirmó Lupin.

–¿Por gusto? ¿Por creencia? ¿Por costumbre?

–Por higiene.

–¿Y nunca ha infringido…?

–¡Oh!, sí…, cuando ando por el mundo… para no destacarme…

–¿Nada más?

–Pues sí -exclamó-. Tengo días en que todo me parece delicioso, en que la vida es para mí como un tesoro infinito que no llegaré nunca a agotar. Y, sin embargo, sólo Dios sabe que vivo sin preocuparme.

–Demasiado quizá.

¿Hablaba en serio? ¿Se burlaba? El tono de su voz era exaltado. Continuó:

–Mire: ¡todo está en el peligro! ¡En la sensación ininterrumpida del peligro! Respirarlo como el aire; sentirlo alrededor de uno, soplando, rugiendo, espiando, acercándose… Y en medio de la tempestad, permanecer tranquilo…, ¡sin moverse!… Si no, está uno perdido… Sólo existe una sensación que supere a ésa: la del chófer durante una carrera automovilística. Pero esa carrera dura una mañana, ¡y mi carrera dura toda la vida!

–¡Qué lirismo! – exclamé-.