Hasta un año más tarde no escribe lo que hoy es la cuarta y última parte, pero que en realidad estaba destinada a ser la primera de una nueva obra, titulada Mediodía y eternidad, la cual debía haber tenido tres partes; las dos últimas no se escribieron nunca.
Las tres primeras partes de Así habló Zaratustra, publicadas por separado, no encontraron el más mínimo eco, ni entre amigos ni entre enemigos. La soledad de Nietzsche se volvió total. «Se paga caro el ser inmortal», dice. «Una segunda cosa es el espantoso silencio que se oye en torno a sí. La soledad tiene siete pieles; nada pasa ya a través de ellas. Se ve a los hombres, se saluda a los amigos: nuevo desierto, ninguna mirada saluda ya. En el mejor de los casos, una especie de rebelión. Tal rebelión la advertí yo en grados muy diversos, pero en casi todo el mundo que se hallaba cerca de mí; parece que nada ofende más hondo que el hacer notar de repente una distancia, - las naturalezas nobles que no saben vivir sin venerar son escasas» (Ecce homo, p. 100).
Por eso Nietzsche, que había roto con su editor, no tiene quien publique la cuarta parte de la obra. Como se encuentra en dificultades económicas, pide un préstamo a su amigo Gersdorff, pero éste no se encuentra en condiciones de facilitárselo. A costa suya pues, hizo Nietzsche imprimir 40 ejemplares. Certeramente se ha dicho que «sus amigos no eran tan numerosos». «Buscando mucho, encontró siete destinatarios, de los cuales ninguno era realmente digno. ¿Quiénes fueron estos siete? Presumámoslo, si es posible: su hermana (de la que no cesaba de quejarse); la señorita de Meysenburg (que no entendía nada de sus libros); Overbeck (amigo exacto y lector inteligente, pero reservado); Burckhardt, el historiador de Basilea (éste contestaba siempre a los envíos de Nietzsche, pero era tan cortés, que apenas si podía adivinarse lo que pensaba); Peter Gast (el discípulo fiel, al que sin duda encontraba Nietzsche demasiado obediente y fiel); Lanzky (buen camarada de aquel invierno); Rohde (que apenas disimulaba el tedio que estas lecturas forzosas le causaban).
»Tales fueron, presumimos, los que recibieron -aunque no todos se tomaron el trabajo de leerla- esta cuarta y última parte, este "intermedio", que termina, pero no acaba el Así habló Zaratustra» (D. Halévy).
En 1886 Nietzsche mandó encuadernar en un solo volumen los viejos ejemplares no vendidos de la primera edición de las tres partes sueltas, con el propósito de llamar de nuevo la atención del público sobre su obra. La cuarta parte permaneció inédita (excepto la citada edición privada de 40 ejemplares) durante la vida lúcida de Nietzsche. Esta cuarta parte salió al público en 1890. Y por fin, en 1892, se publicó la primera edición completa de Así habló Zaratustra, tal como hoy lo conocemos y como lo encontrará el lector en este volumen.
Estructura de la obra
La primera pregunta ante esta obra singular («Zaratustra ocupa un lugar aparte», dice su autor) es la que se refiere a su protagonista. ¿Quién es Zaratustra? ¿De dónde procede? ¿Qué hace?
Zaratustra es una figura semilegendaria de la antigua Persia, fundador de una religión que fue la propia de esa zona hasta su conquista por los árabes. Se cree que vivió en el siglo VI antes de nuestra era, y que los elementos más auténticos de su doctrina están contenidos en los himnos del Avesta. Nietzsche mismo ha fijado en una hoja suelta los rasgos elementales de esa figura: «Zaratustra, nacido junto al lago de Urmi, en la provincia Aria, abandonó su patria a los treinta años, marchó a las montañas, y escribió durante los diez años de su soledad él Zend Avesta». En el mundo griego esta figura fue conocida sobre todo como filósofo y mago, y se le atribuían extraños milagros y visiones.
Lo decisivo de la aparición de esta figura en la obra de Nietzsche es, sin embargo, la razón por la cual éste la eligió. Nadie le hizo esta pregunta a Nietzsche, pero él se encargó de contestarla en una forma que aclara todas las dudas: «No se me ha preguntado, pero se debería haberme preguntado qué significa, cabalmente en mi boca, en boca del primer inmoralista, el nombre Zaratustra: pues lo que constituye la inmensa singularidad de este persa en la historia es justo lo contrario de esto. Zaratustra fue el primero en advertir que la auténtica rueda que hace moverse a las cosas es la lucha entre el bien y el mal, - la trasposición de la moral a lo metafísico, como fuerza, causa, fin en sí, es obra suya. Mas esa pregunta sería ya, en el fondo, la respuesta. Zaratustra creó ese error, el más fatal de todos, la moral; en consecuencia, también él tiene que ser el primero en reconocerlo. No es sólo que él tenga en esto una experiencia mayor y más extensa que ningún otro pensador -la historia entera constituye, en efecto, la refutación experimental del principio de la denominada "ordenación moral del mundo"-: mayor importancia tiene el que Zaratustra sea más veraz que ningún otro pensador. Su doctrina, y sólo ella, considera la veracidad como virtud suprema - esto significa lo contrario de la cobardía del "idealista", que, frente a la realidad, huye; Zaratustra tiene en su cuerpo más valentía que todos los demás pensadores juntos. Decir la verdad y disparar bien con flechas, ésta es la virtud persa. - ¿Se me entiende?...
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