La autosu- peración de la moral por veracidad, la autosuperación del moralista en su antítesis -en mí- es lo que significa en mi boca el nombre Zaratustra» (Ecce homo.p. 125).

Zaratustra es, pues, la autosuperación de la moral por veracidad. Y los cuatro grandes pensamientos que dominan la obra forman entre sí un anillo, el anillo del eterno retorno. Estos cuatro pensamientos son los siguientes: 1) el superhombre; 2) la muerte de Dios; 3) la voluntad de poder, y 4) el eterno retorno de lo idéntico. Mas como ha señalado con acierto E. Fink, esos pensamientos no los ofrece Zaratustra de manera indiscriminada. Por el contrario, del superhombre habla Zaratustra a todos, al pueblo reunido en el mercado. La muerte de Dios y la voluntad de poder son ideas que anuncia tan sólo a unos pocos, a los que él llama sus discípulos, sus amigos. Y del eterno retorno Zaratustra habla exclusivamente a sí mismo. Este pensamiento le oprime de tal manera, que amenaza con estrangularlo. Rehú- ye el enfrentarse a él, no quiere mirarlo a la cara, y ello tiene influencia incluso en el estilo, que se va haciendo cada vez más lento y dubitante, sobre todo cuando el «pensamiento abismal» parece que va a ascender desde la profundidad.

En el conjunto de las cuatro partes de que consta esta obra, y sin olvidar que las imágenes poéticas e incluso las narraciones son siempre símbolo del pensamiento, es posible diferenciar al menos tres tipos de capítulos. Unos son preferentemente narrativos y constituyen los puntos de apoyo a través de los cuales la historia de Zaratustra avanza. Otros poseen un carácter doctrinal y son auténticos remansos en que el alma de Zaratustra se demora y se contempla a sí misma, dialogando a solas. Otros, por fin, son de índole lírica, y en ellos es donde se alcanzan las más altas cumbres de la obra. Pensar y poetizar, sin embargo, no deben entenderse como reevocaciones poéticas o como vinculaciones lógicas de imágenes, sentimientos y conceptos ya existentes de antemano, ya constituidos. El carácter único de este libro reside en que su pensar y su poetizar están más allá del pensar y poetizar de lo ya existente; son creaciones de un lenguaje para algo aún inexpresado y acaso inexpresable. Es un andar fuera de todo camino y, por tanto, un osar aventurarse en lo prohibido. Es un salirse de la senda recorrida hasta ahora por el hombre occidental. Si el camino señalado por Zaratustra, es decir, si el concepto del superhombre es o no practicable, es una pregunta cuya respuesta la dará el futuro; mas como ha señalado Heidegger (véase su conferencia ¿Quién es el Zaratustra de Nietzsche?, pronunciada en Bremen el 8 de mayo de 1953), en una época en que el hombre se dispone a hacerse dueño del universo entero, no basta con el hombre. Por ello es éste «un libro para todos y para nadie». Para todos, en la medida en que es comprensible para todo ser humano que se haga cuestión de los límites de su actual humanidad. Para nadie, porque nadie ha traspasado aún esos límites.

La fábula de Así habló Zaratustra es sencilla y puede esbozarse con facilidad. A los treinta años Zaratustra se retira a la soledad de la montaña, donde le acompañan sus dos animales heráldicos: el águila, símbolo del orgullo, y la serpiente, símbolo de la inteligencia. Allí aprende su sabiduría, y un día decide bajar a predicársela a los hombres. En el descenso hacia ellos tropieza con un eremita «que no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto». Al llegar a la ciudad encuentra al pueblo reunido en el mercado y «comete la gran tontería de todos los eremitas»: hablar al pueblo, es decir, hablar a todos y no hablar a nadie. Sus discursos son, pues, para todos y para nadie. El fracaso es total, y el pueblo se burla de él. Sin embargo, Zaratustra les ha enseñado la doctrina del superhombre, mostrándoles además la imagen del último hombre. Tras enterrar a un volatinero qué había caído a tierra mientras divertía al pueblo («tú has hecho del peligro tu profesión, en ello no hay nada despreciable.