Dese siempre a usted mismo y a su sentimiento toda la razón frente a cualquier polémica, discusión o introducción; y si usted estuviera equivocado, el crecimiento natural de su vida interior le conducirá lentamente y con el tiempo hacia otros conocimientos. Deje que sus juicios tengan su desarrollo propio, tranquilo e ininterrumpido, que, como todo progreso, debe venir, profundo, de dentro, y por nada puede ser presionado ni precipitado. Todo es gestar y después parir. Permitir que llegue a madurar cada impresión, cada germen de un sentimiento por completo en sí mismo, en lo oscuro, en lo indecible, en lo inconsciente, en todo lo inalcanzable para el propio entendimiento, y aguardar con profunda humildad y paciencia la hora del parto de una nueva claridad; sólo así se vive artísticamente, tanto en la comprensión como en la creación.

Aquí el tiempo no cuenta; un año no importa y diez años no son nada; ser artista significa no calcular ni medir; madurar como el árbol que no apremia su savia y se yergue confiado en medio de las tormentas de primavera, sin miedo a que después pueda no llegar el verano. Pero el verano siempre acude. Sin embargo, acude sólo para los pacientes, para aquellos que tienen ante sí toda la eternidad, tan libres de cuidado, serenos y distendidos. Lo aprendo a diario, lo aprendo en el dolor. Estoy muy agradecido al dolor. ¡Todo es paciencia!

Richard Dehmel: Me sucede con sus libros (y, dicho sea de paso, también con su persona a la que sólo conozco superficialmente) que cuando alguna de sus páginas me ha parecido hermosa, temo que la siguiente lo destroce todo y transforme lo amable en indeseable. Usted lo ha caracterizado de una forma absolutamente acertada con la palabra «vivir y crear en celo». Y la verdad es que la experiencia artística se halla tan increíblemente cerca de la sexual, tanto en su dolor como en su gozo, que ambas manifestaciones son sólo formas diferentes de un mismo anhelo y dicha. Y si fuera lícito decir en vez de celo, sexo, sexo en sentido grande, amplio, auténtico, sin dejar que se contamine con ninguna errónea pecaminosidad eclesiástica, su arte sería grande y vigoroso, y su importancia infinita.

Su fuerza poética es grande y vigorosa como un instinto primario; posee ritmos propios y vehementes, y cae como un alud que se precipitara desde lo alto de un monte.

Pero parece que esa fuerza no siempre es sincera ni está libre de afectación. (Claro que esto es también una de las pruebas más difíciles para el creador: debe permanecer siempre inconsciente de sus mejores virtudes si no quiere despojarlas de su independencia e integridad). Y cuando la vida tumultuosa, a través de su ser, desemboca en lo sexual, no encuentra ningún ser humano tan auténtico como sería preciso. Ahí no hay un mundo sexual maduro y genuino, hay un sexo que no es lo bastante humano, que es sólo viril, que es celo, embriaguez y desasosiego, y está sobrecargado con los viejos prejuicios y soberbias con que el varón ha lastrado y desfigurado el amor. Porque sólo ama como varón y no como persona, en su sentimiento sexual hay algo mutilado, visiblemente salvaje, hostil, temporal, perecedero, que deforma su arte y lo convierte en ambiguo y dudoso. No está sin mancha, el tiempo y la pasión lo marcan y poco de él llegará a perdurar y a mantenerse. (¡Pero así sucede con la mayor parte del arte contemporáneo!). A pesar de todo, se puede gozar con lo que hay de grande en él, pero con una condición: no perderse ni convertirse en un adicto del mundo de Dehmel, un mundo infinitamente receloso, lleno de adulterio y enredo, y muy lejos de los auténticos destinos que infligen más dolor que estas efímeras confusiones, pero que también dan más oportunidad a la grandeza y más valor para la eternidad.

Finalmente, en lo que se refiere a mis libros, me gustaría enviarle a usted todos los que pudieran alegrarle de alguna manera. Pero soy muy pobre y mis libros, una vez publicados, no me pertenecen. Yo mismo no me los puedo comprar y, como muy a menudo quisiera, regalarlos a aquellas personas que pudieran amarlos.

Por eso le copio a usted en una nota el título y editorial de mis libros publicados últimamente (los más recientes, porque, en total, han visto la luz unos doce o trece) y tengo que dejar en sus manos, querido señor, que, cuando tenga la oportunidad, encargue alguno de ellos.

Sé que mis libros se sentirán a gusto con usted.

Con mis mejores deseos.

Suyo,

Rainer Maria Rilke

Carta Número 4

Temporalmente en Worpswede, cerca de Bremen

16 de julio de 1903

He dejado París hace unos días, cansado y padeciendo mucho, para dirigirme a una gran llanura del norte, cuya amplitud, calma y cielo han de devolverme la salud. Pero me he adentrado en una lluvia interminable que hoy, por primera vez, quiere aclararse un poco sobre esta inquieta y dolida tierra. Y aprovecho este primer rayo de luz para saludarle, querido señor.

Muy querido señor Kappus, he dejado una carta suya largo tiempo sin respuesta. No la he olvidado, al contrario. Es una de aquellas cartas que siempre se releen cuando se la encuentra entre otras, y en ella le he reconocido de cerca, como alguien muy próximo. Era la carta del dos de mayo. Seguro que la recuerda. Cuando la releo, como hago ahora, en medio del gran sosiego de esta lejanía, me llega al alma su hermosa preocupación por la vida, aún más de lo que ya me había conmovido en París, donde todo resuena y retumba de otro modo, a causa del excesivo ruido que hace temblar las cosas.

Aquí, donde me rodea una tierra poderosa, sobre la que soplan los vientos arrastrados desde el mar, siento que ningún ser humano puede responder a ninguna de las preguntas y sensaciones que, en su profundidad, tienen vida propia. Porque incluso los mejores se equivocan con las palabras cuando quieren nombrar lo más sutil e indecible. Pero creo también que no deben quedar sin solución si se ciñe a cosas que se parecen a las que ahora dan descanso a mis ojos; si atiende a la naturaleza, a lo sencillo que hay en ella, a lo pequeño, a lo que casi nadie ve y que tan súbitamente puede transformarse en algo grande y sin medida; si usted ama lo menudo, y con toda sencillez busca como un servidor ganarse la confianza de lo que parece pobre, todo se le volverá más fácil, más unificado, tal vez no en el entendimiento, que siempre retrocede sorprendido, pero sí en su más íntima conciencia, en su estar despierto y atento, en su íntimo saber de la vida.

Usted es tan joven, está tan lejos de toda iniciación, que quisiera pedirle, lo mejor que sé, querido señor, que tenga paciencia con lo que no está aún resuelto en su corazón y que intente amar las preguntas por sí mismas, como habitaciones cerradas o libros escritos en una lengua muy extraña.