Quería pedirte que me ayudases a algo. Vamos a sentarnos aquí, en el sofá. Oye: mañana por la noche hay un baile de máscaras en el piso de arriba, en casa del cónsul Stenborg, y Torvaldo quiere que me disfrace de pescadera napolitana y baile la tarantela que aprendí en Capri.

SEÑORA LINDE.—¡Hola! ¿Conque vas a dar una función?

NORA.—Sí, eso quiere Torvaldo. Mira, aquí tengo el traje que él encargó confeccionarme allá; pero está tan estropeado, que francamente, no sé qué hacer…

SEÑORA LINDE.—No te apures; lo arreglaremos en seguida. Es sólo el adorno, que se ha descosido por algunos sitios. ¿Tienes hilo y aguja? ¡Ah! pero si aquí hay todo lo que necesitamos.

NORA.—¡Qué buena eres!

SEÑORA LINDE.—(Cosiendo.) ¿De manera que te disfrazas mañana?… Entonces vendré un momento a verte. Por cierto que se me había olvidado darte las gracias por la velada tan deliciosa que pasé ayer.

NORA.—(Se levanta y pasea.) ¡Oh! Pues a mí me pareció que ayer no lo pasamos tan bien como otros años. Debías haber venido a la ciudad antes, Cristina. Torvaldo se ingenia muy bien para hacer amable y acogedora la casa.

SEÑORA LINDE.—Y tú lo mismo… Por algo eres hija de tu padre. Pero dime: ¿está el doctor Rank siempre tan decaído como ayer?

NORA.—No; ayer lo estaba más que de ordinario. El pobre se encuentra gravemente enfermo. Padece una tuberculosis de la medula, ¿sabes?… Su padre era un hombre detestable que tenía queridas, y otras cosas peores,.. Debido a eso, el hijo fue enfermizo desde su niñez.

SEÑORA LINDE.—(Dejando la labor.) Pero, Nora, criatura, ¿cómo te enteras de semejantes cosas?

NORA.—(Paseándose.) ¡Oh!… Cuando una ha tenido tres niños, recibe a veces la visita de ciertas señoras… que son casi médicos y dan determinados detalles.

SEÑORA LINDE.—(Vuelve a su labor. Breve silencio.) ¿Viene aquí el doctor Rank a diario?

NORA.—Todos los días. Es el mejor amigo de la infancia de Torvaldo, y también muy buen amigo mío. Le consideramos como de la familia.

SEÑORA LINDE.—Pero ¿es un hombre verdaderamente sincero?… Vamos, quiero decir que si le gusta adular.

NORA.—No; todo lo contrario. ¿Cómo has pensado eso?

SEÑORA LINDE.—Ayer, cuando me lo presentaste, me afirmó que había oído aquí frecuentemente mi nombre, y luego me di cuenta de que tu marido no tenía ni la menor noción de quién era yo. Dime, ¿cómo podía, entonces, el doctor Rank…?

NORA.—Pues es muy sencillo, Cristina. Torvaldo siente tal adoración por mí, que quiere que sea sólo para él, como dice. Figúrate que al principio se ponía medio celoso sin más que oírme hablar de los seres queridos de mi familia. Desde entonces, como es natural, dejé de hacerlo. Pero con el doctor Rank hablo a menudo de estas cosas; a él le gusta oírme.

SEÑORA LINDE.—Escucha, Nora: en muchos aspectos eres todavía una niña, y como yo soy bastante mayor que tú y tengo un poco más de experiencia, entiendo que puedo darte un consejo: deberías cortar con el doctor Rank.

NORA.—¿Cortar? ¿Qué?

SEÑORA LINDE.—Esas relaciones. Por ejemplo, ayer me hablaste de un admirador rico, que iba a proporcionarte dinero…

NORA.—Sí, te hablé de uno; pero no existe, por desgracia… ¿Qué más?

SEÑORA LINDE.—¿Tiene fortuna el doctor?

NORA.—Si.

SEÑORA LINDE.—¿Y familia?

NORA.—No, familia no; pero…

SEÑORA LINDE.—¿Y viene aquí todos los días?

NORA.—Sí, ya te lo he dicho.

SEÑORA LINDE.—¿Y cómo es posible que un hombre tan correcto llegue a ese extremo?

NORA.—No te comprendo.

SEÑORA LINDE.—¡Vamos, Nora! Es inútil disimular. ¿Crees que yo no he deducido quién te prestó las cuatro mil ochocientas coronas?

NORA.—Pero ¿has perdido el juicio? ¿Eres capaz de creer tal cosa? ¡Un amigo que viene aquí todos los días! ¡Figúrate qué situación tan violenta!

SEÑORA LINDE.—¿Conque de veras no es él?

NORA.—No, te aseguro que no. Ni siquiera se me ha pasado por la imaginación… Por otra parte, en aquella época, él no tenía dinero para prestar a nadie; heredó después.

SEÑORA LINDE.—Ha sido una suerte para ti, querida Nora.

NORA.—No, jamás se me habría ocurrido… y eso que estoy segura en absoluto de que si se lo pidiera…

SEÑORA LINDE.—Pero no lo harás, por supuesto.

NORA.—Por supuesto que no. Además, no creo que sea necesario. Sin embargo, estoy bien persuadida de que si yo hablara con el doctor Rank…

SEÑORA LINDE.—¿A espaldas de tu marido?…

NORA.—Tengo que salir de esta situación, aunque sea a espaldas suyas. Es indispensable.

SEÑORA LINDE.—Eso te decía yo ayer; pero…

NORA.—(Paseándose.) Un hombre puede arreglar esos asuntos mucho mejor que una mujer…

SEÑORA LINDE.—Si aludes al marido, sí.

NORA.—¡Niñerías! (Se detiene.) Cuando se han pagado todas las deudas, devuelven el recibo, ¿no es verdad?

SEÑORA LINDE.—Por descontado.

NORA.—Y ya se puede romper en cien mil pedazos el maldito papel… arrojándolo al fuego.

SEÑORA LINDE.—(La mira con fijeza, deja la labor y se levanta lentamente.) Nora, tú me ocultas algo.

NORA.—¿En qué lo notas?

SEÑORA LINDE.—Desde ayer por la mañana ha sobrevenido alguna novedad. Nora, ¿qué te ha pasado?

NORA.—(Volviéndose hacia ella.) ¡Cristina! (Escuchando.) ¡Chis! Ha llegado Torvaldo. Anda, ve con los niños por el momento.