¿Ha oído hablar del trágico fin de su mujer?
—Claro. Ahora lo recuerdo. Por eso es conocido el nombre. Pero la verdad es que no sé nada de los detalles.
Holmes dirigió la mano hacia unos papeles que había en una silla.
—Yo no tenía idea de que el caso vendría a parar a mí, ni de que ya tendría preparados mis recortes de prensa —dijo—. La verdad es que el problema, aunque enormemente sensacional, no parecía presentar dificultades. La interesante personalidad de la acusada no oscurece la claridad de las pruebas. Esa fue la opinión emitida por el jurado forense y también en la instrucción. Ahora se ha remitido a la Audiencia de Winchester. Me temo que es un asunto ingrato. Puedo descubrir hechos, Watson, pero no puedo cambiarlos. A no ser que se presenten algunos completamente nuevos e inesperados, no veo qué puede esperar mi cliente.
—¿Su cliente?
—Ah, me olvidaba de que no se lo he dicho. Me estoy metiendo en su enredosa costumbre, Watson, de contar las cosas por el final. Más vale que empiece por leer esto.
La carta que me había entregado, escrita con letra enérgica y dominante, decía así:
«Hotel Claridge, 3 de octubre
Querido señor Sherlock Holmes:
No puedo ver ir a la muerte a la mejor mujer que ha creado Dios sin hacer todo lo posible por salvarla. No puedo explicar las cosas, ni siquiera puedo intentarlo, pero sé sin duda alguna que la señorita Dunbar es inocente. Usted conoce los hechos, ¿y quién no? Ha sido el comadreo de todo el país. ¡Y ni una voz se ha levantado a su favor! Es la maldita injusticia de todo esto lo que me vuelve loco. Esa mujer tiene un corazón que no le dejaría matar una mosca. Bueno, iré mañana a las once a ver si usted puede dejar pasar algún rayo de luz a la oscuridad. Quizá tenga yo una clave y no lo sé. En todo caso, todo lo que sé, todo lo que tengo y todo lo que soy son para usted, si puede salvarla. Si alguna vez en su vida ha mostrado toda su capacidad, aplíquela ahora a este caso.
Suyo atentísimo,
J. Neil Gibson.»
—Ahí lo tiene —dijo Sherlock Holmes, sacudiendo las cenizas de su pipa de después del desayuno y volviendo a llenarla despacio—. Este es el caballero que espero. En cuanto a la historia, apenas ha tenido tiempo usted de hacerse cargo de todos esos papeles, así que debo ponerle al corriente si va a tomar un interés intelectual en el asunto. Este hombre es el más poderoso financiero del mundo, y un hombre, según tengo entendido, de carácter muy violento y temible. Se casó con una mujer, la víctima de esta tragedia, de la que no sé nada sino que ya había pasado su juventud, lo que fue aún más desgraciado, dado que una institutriz muy atractiva se ocupaba de la educación de sus dos niños pequeños. Esas son las tres personas que intervienen en el asunto, y el escenario es una grandiosa mansión señorial, centro de una histórica finca inglesa. Pasemos ahora a la tragedia. A la mujer se la encontró en los terrenos de la finca, a casi media milla de la casa, en plena noche, vestida con el traje de la cena, con un chal por los hombros y una bala de revólver que le había atravesado la cabeza. No se encontró arma alguna cerca de ella y no había pistas locales en cuanto al asesinato.
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