Pues por mis propias fuerzas iba yo a crear libertad y a combatir las ficciones sociales. ¿Nadie quería seguirme en el verdadero camino anarquista? Seguiría yo por él. Iría solo, con mis recursos, con mi fe, desamparado hasta del apoyo mental de los que habían sido mis camaradas, contra las ficciones sociales enteras. No digo que fuera un bello gesto, ni un gesto heroico. Fue simplemente un gesto natural. Si el camino tenía que ser recorrido por cada uno en forma separada, yo no necesitaba de ninguno más para seguirlo. Bastaba mi ideal. Fue basado en estos principios y en estas circunstancias como decidí, por mí solo, combatir las ficciones sociales.

Interrumpió un poco el discurso, que se había vuelto acalorado y fluido. Lo retomó enseguida, con la voz ya más sosegada.

—Es un estado de guerra, pensé, entre yo y las ficciones sociales. Muy bien. ¿Qué puedo hacer contra las ficciones sociales? Trabajo solo, para no poder, de ningún modo, crear tiranía alguna. ¿Cómo puedo colaborar solo en la preparación de la revolución social, en la preparación de la humanidad para la sociedad libre? Tengo que elegir uno de dos métodos, de los dos métodos que hay; siempre, es claro, que no pueda servirme de ambos. Los métodos son la acción indirecta, esto es, la propaganda, y la acción directa de cualquier especie.

»Pensé primero en la acción indirecta, esto es, en la propaganda. ¿Pero qué propaganda podría hacer sólo yo? Aparte de esta propaganda que siempre se va haciendo en conversaciones, con éste o aquél, al azar y sirviéndonos de todas las oportunidades, lo que quería saber era si la acción indirecta era un camino por donde yo pudiese encaminar mi actividad de anarquista enérgicamente, esto es, en forma de producir resultados palpables. Vi enseguida que no podía ser. No soy orador y no soy escritor. Quiero decir: soy capaz de hablar en público, si es necesario, y soy capaz de una nota periodística; pero lo que yo quería averiguar era si mi hechura natural indicaba que, especializándome en la acción indirecta, de cualquiera de las dos especies o en ambas, podía llegar a obtener resultados más positivos para la idea anarquista que especializando mis esfuerzos en cualquier otro sentido. Pero la acción es siempre más provechosa que la propaganda, excepto para los individuos cuya hechura los señala esencialmente como propagandistas: los grandes oradores, capaces de electrizar multitudes y arrastrarlas detrás de sí, los grandes escritores, capaces de fascinar y convencer con sus libros. No me parece que yo sea muy vanidoso, pero, si lo soy, no se me da, al menos, por envanecerme de las cualidades que no tengo. Y como le dije, nunca se me dio por creerme orador o escritor. Por eso abandoné la idea de la acción indirecta como camino a seguir en mi actividad de anarquista. Por exclusión de partes, estaba forzado a escoger la acción directa: es decir, el esfuerzo aplicado a la práctica de la vida, a la vida real. No era la inteligencia sino la acción. Muy bien. Así sería.

»Tenía, pues, que aplicar a la vida práctica el método fundamental de acción anarquista que yo ya había esclarecido, combatir las ficciones sociales sin crear tiranía nueva, creando ya, si fuese posible, algo de libertad futura. ¿Pero cómo diablos se hace eso en la práctica? ¿Porque qué es combatir en la práctica? Combatir en la práctica es la guerra, es una guerra, por lo menos. ¿Cómo es que se hace la guerra a las ficciones sociales? ¿Cómo es que se vence al enemigo en cualquier guerra? De una de dos maneras: o matándolo, esto es, destruyéndolo; o apresándolo, es decir, subyugándolo, reduciéndolo a la inactividad. Destruirlas ficciones sociales yo no podía hacerlo; destruirlas ficciones sociales sólo podía hacerlo la revolución social. Hasta allí, las ficciones sociales podían estar conmocionadas, tambaleando, por un hilo; pero destruidas sólo lo estarían con el arribo de la sociedad libre y la caída positiva de la sociedad burguesa. Lo más que yo podría hacer en ese sentido era destruir —destruir en el sentido físico de matar— a uno u otro miembro de las clases representativas de la sociedad burguesa.