creó tanta tiranía como cualquier otro representante de las ficciones sociales que ud. dijo que combate.
—No, mi viejo, ud. se engaña. Yo no creé tiranía. La tiranía, que puede ser resultado de mi acción de combate contra las fuerzas sociales, es una tiranía que no parte de mí, que por consiguiente yo no creé, está en las ficciones sociales, yo no la junté con ellas. Esa tiranía es la propia tiranía de las ficciones sociales; y yo no podía, ni me propuse, destruirlas ficciones sociales. Por centésima vez le repito: sólo la revolución social puede destruirlas ficciones sociales; antes de eso, la acción anarquista perfecta, como la mía, sólo puede subyugarlas ficciones sociales, subyugarlas en relación sólo con el anarquista que pone ese método en práctica, porque ese método no permite una más larga sujeción de esas ficciones. No se trata de no crear tiranía, se trata de no crear tiranía nueva, tiranía donde no la había. Los anarquistas, trabajando en conjunto, influyéndose unos a otros como yo le dije, crean entre sí, fuera y aparte de las ficciones sociales, una tiranía; ésa es la tiranía nueva. Esa, yo no la creé. No la podía incluso crear, por las propias condiciones de mi método. No, mi amigo; yo sólo creé libertad. Liberé a uno. Me liberé a mí. Es que mi método, que, como le demostré, es el único verdadero método anarquista, no me permitió liberar a nadie más. A quien pude liberar, lo liberé.
—Está bien… Coincido… Pero mire que, con ese argumento, la gente casi es llevada a creer que ningún representante de las ficciones sociales ejerce tiranía…
—Y no la ejerce. La tiranía es de las ficciones sociales y no de los hombres que las encarnan; ellos son, por así decir, los medios de que las ficciones se sirven para tiranizar, como el cuchillo es el medio del que se puede servir el asesino. Y ud. ciertamente no juzga que suprimiendo los cuchillos suprime a los asesinos… Mire… Destruya ud. a toáoslos capitalistas del mundo, pero sin destruir al capital… Al día siguiente el capital, ya en las manos de otros, continuará, por medio de esos otros, su tiranía. Destruya, no a los capitalistas, sino al capital; ¿cuántos capitalistas quedan?… ¿Ve?…
—Sí; ud. tiene razón.
—Ah, hijo, lo máximo, lo máximo, lo máximo que ud. me puede acusar de hacer es de aumentar un poco, muy, muy poco, la tiranía de las ficciones sociales. El argumento es absurdo, porque como ya le dije, la tiranía que yo no debía crear, y que no creé, es otra. Pero hay un punto débil más: y es que, por el mismo razonamiento, ud. puede acusar a un general que entabla combate por su país, de causar a su país el perjuicio del número de hombres de su propio ejército que tuvo que sacrificar para vencer. Quien va a la guerra da y recibe. Que se consiga lo principal; el resto…
—Está muy bien… Pero fíjese en otra cosa… El verdadero anarquista quiere la libertad no sólo para sí, sino también para los otros… Me parece que quiere la libertad para la humanidad entera…
—Sin duda. Pero yo ya le dije que por el método que descubrí, que era el único método anarquista, cada uno tiene que liberarse a sí mismo. Yo me liberé a mí; cumplí con mi deber simultáneamente conmigo y con la libertad.
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