Otro… ¡Hay muchos!

Amal.- ¿Y me conocerían si viniese una carta para mí?

Chiquillos.- Claro que sí. Si pone tu nombre…

Amal.- Cuando vengáis mañana por la mañana, ¿queréis traerme a uno para que sepa quién soy?

Chiquillos.- Bueno, si tú quieres…

Acto segundo

Escena primera

(Amal -”en la cama”- y Madav)

Amal.- ¿Y tampoco me deja ya el médico sentarme en la ventana?

Madav.- Ya ves que te has puesto peor de estar siempre echado en ella…

Amal.- Puede que me haya puesto peor; pero mientras estoy en la ventana, ¡me encuentro tan bien!…

Madav.- Eso te parece a ti; pero no, hijo. Luego, sacas la cabeza y te pones a hablar con todo el que pasa, como si fuera esto una feria; y tú, hijo, estás malo y no puedes hacer eso. ¡Mira qué carita tienes!

Amal.-…Y mi faquir, como no me verá en la ventana, se irá.

Madav.- ¿Tu faquir? ¿Quién es tu faquir?

Amal.- Pues mi faquir… Viene, y me cuenta cosas de todos los sitios donde él ha estado. ¡Unas cosas más bonitas!

Madav.- Pero, ¿qué es lo que dices?

Yo no conozco a ningún faquir…

Amal.- Pues ya no tardará… ¡Anda, por tus queridos pies; dile que entre aquí un ratito a hablar conmigo!

Escena segunda

(Amal, Madav y el viejo -”que viene vestido de faquir”-)

Amal.- ¡Míralo, ahí está! ¡Faquir, faquir, vente conmigo! ¡Siéntate aquí en mi cama!

Madav.- ¡Tonto!, pero si es…

El viejo (guiñándole un ojo a Madav).- ¡Yo soy el faquir!

Madav (al viejo).- ¡El diablo eres! ¡Si no lo viera, no lo creería!

Amal.- ¿Dónde has estado hoy, faquir?

El viejo.- Pues ahora mismo vengo de la Isla de los Loros.

Madav.- ¿La Isla de los Loros?

El viejo (a Madav).- ¡Sí, la Isla de los Loros! ¡Qué! ¿Te crees, hombre, que yo soy como tú?… No tengo más que cojer mis pies, y me voy adonde quiero; ¡y sin costarme nada!…

Amal (palmoteando).- ¡Qué bien!

¡Qué gusto debe dar eso! ¿No olvidarás que me has prometido llevarme en tu comitiva cuando esté bueno?

El viejo.- Sí. ¡Y te voy a enseñar unas mantras de caminantes, que nada, por mares, bosques ni montañas, podrá cerrarte el paso!

Madav.- Pero ¿qué enredo es éste?

El viejo.- Amal, hijo; nada, en mares ni montañas, puede hacerme retroceder… Ahora, que si el médico y este tío que tienes se conjuran contra mí, no hay majia que me valga…

Amal.- No; tío no se lo dirá al médico, y yo te prometo no moverme de la cama. Pero el primer día que me ponga bueno, me iré contigo; ¡y nada, en mares, ni montañas ni torrentes, podrá cerrarme el paso!

Madav.- Me das pena, hijo, siempre pensando en irte…

Amal.- Oye, faquir, ¿cómo es la Isla de los Loros?

El viejo.- Pues es la tierra de las maravillas. Allí viven todos los pájaros del mundo, y no hay un hombre siquiera; y no creas tú que se habla allí ni se anda; sólo cantar y volar.

Amal.- ¡Qué hermosura! ¿Y hay algún mar allí junto?

El viejo.- ¡Claro!, la Isla está en medio del mar…

Amal.- ¡Y habrá unos montes muy verdes!…

El viejo.- Toda la Isla está llena de montes verdes. Y cuando va a ponerse el sol, y las laderas, rojas, resplandecen, los pájaros vuelven en bandadas, volando con sus alas verdes, a sus nidos.

Amal.- ¿Y hay cascadas?

El viejo.- ¡Pues no ha de haberlas!

Todos los montes tienen su cascada; y parecen de diamantes derretidos.

¡Si tú vieras lo que juega el agua, y cómo cantan las piedras con ella cuando se echa al mar, saltando!

¡Al agua sí que no la para ningún diantre de médico!… Sigo; los pájaros me miraban como miran a los hombres. Ya tú ves, ¡como nosotros no tenemos alas!… Y no querían nada conmigo… Si no fuera por eso, yo te aseguro que me haría una choza entre los nidos y me pasaría allí mi vida contando las olas del mar.

Amal.- ¡Ay, si yo fuese pájaro! Entonces…

El viejo.- Pero eso ya no podría ser, Amal. A mí me han dicho que tú le has hablado al lechero para vender quesitos con él, cuando seas mayor; y como a los pájaros no les gustan los quesitos, me parece que te saldría mal tu negocio…

Madav.- ¡Vamos, me vais a volver loco entre los dos! ¡No puedo con vosotros! ¡Me voy!

Amal.-…Tío, ¿vino el lechero?

Madav.- ¿Pues querías que no viniera? Él no se romperá la cabeza entre los nidos de la Isla de los Loros, llevando recados a tu faquir favorito; pero ha dejado una lata de quesitos para ti, y me ha dicho que te diga que no ha podido detenerse más porque como se casa su sobrina, tenía que ir a Kamlipara por la banda de música.

Amal.- ¡Si me iba a casar a mí con su sobrinita!

El viejo.- ¡Dios del cielo! ¡Pues buena la hemos hecho!

Amal.-…Me dijo a mí que ella iba a ser mi novia chiquitita, y que iba a estar tan linda con sus zarcillos de perlas en las orejas y vestida con un preciosísimo sari grana… Y al amanecer, ella ordeñaría con sus propias manos la vaca negra, y me traería la leche calentita, toda llena de espuma, en un cantarillo nuevo, para que yo me la bebiera. Y cuando oscureciese, iría ella al establo con la lámpara, a dar una vuelta… Y luego vendría y se sentaría a mi lado a contarme el cuento de Champaca y sus siete hermanos…

El viejo.- ¡Qué bien! La verdad es que, aunque soy un faquir, ¡me están dando unas tentaciones!… ¡Pero no te importe a ti que se case la sobrina del lechero! ¡Déjalo! ¡Lo que te sobrarán serán sobrinas del lechero cuando tú vayas a casarte!

Madav.- ¡Cállate de una vez! ¡No puedo oírte con calma! (Sale).

Escena tercera

(Amal y el viejo)

Amal.- Oye, faquir, ahora que se ha ido mi tío; ¿no habrá venido al Correo nuevo una carta del Rey para mí?

El viejo.- La carta sé yo que ha salido ya del palacio; pero todavía viene de camino.

Amal.- ¿De camino? ¿Y por dónde vendrá? ¿Vendrá por esa veredita que viene dando vueltas entre los árboles?; la veredita esa que se ve hasta lo último del campo, cuando sale el sol después de llover…

El viejo.- Por ahí, por ahí viene.

¿Cómo lo sabías tú?

Amal.- Sí; todo lo sé.

El viejo.- Ya lo estoy viendo; pero, ¿cómo lo has sabido?

Amal.- Pues no sé cómo; pero lo veo tan clarito… Me parece que lo he visto muchas veces en unos días que pasaron hace ya mucho tiempo… No sé cuánto… ¿Sabes tú cuánto?, di… ¡Si vieras qué bien lo veo todo! El cartero del Rey viene bajando la cuesta del monte, solo, con un farol en la mano izquierda y un saco muy grande, lleno de cartas, en la espalda… Viene bajando, bajando, ¡hace ya mucho tiempo!, sin descansar, ¡muchos días, muchas noches!, y cuando va llegando a aquel sitio de la montaña donde la cascada es ya el arroyo, coje por la orilla y sigue, sigue andando entre el centeno… Luego, entra en el cañaveral, por ese callejón estrecho que hay entre las cañas de azúcar, esas tan altas;… y no se ve…

Luego, sale a la pradera grande, donde cantan los grillos… Mira, no hay nadie más que él; sólo las perdices, picoteando en el barro y meneando la cola… Lo siento venir más cerca, más cerca cada vez…

¡Estoy más contento!

El viejo.- Mis ojos, hijo ven ya poco; pero me cuentas de una manera las cosas, que lo veo todo como cuando era niño…

Amal.- Di, faquir, ¿conoces tú al Rey que ha puesto aquí este Correo?

El viejo.- Sí, mucho; todos los días voy a pedirle mi limosna.

Amal.- ¿Sí? Cuando yo me ponga bueno, iré también a pedirle mi limosna, ¿no?

El viejo.- Tú no tendrás que pedírsela, hombre; él te la dará por su gusto…

Amal.- No, no; yo iré a su portal y gritaré: ¡Viva mi Rey! Y bailando al son del tamboril, le pediré mi limosna. ¿No crees tú que estaría bien así?, di…

El viejo.- ¡Ya lo creo; estaría magnífico! Y si fuéramos juntos, me tocaría a mí buena parte; pero, ¿qué le vas a pedir?

Amal.- Le diré: “!Hazme cartero tuyo, para ir con mi farol repartiendo cartas de puerta en puerta!

¡No me tengas en casa todo el día!”

El viejo.- Pero, vamos a ver, ¿por qué estás tú tan triste en tu casa?

Amal.- ¡No, si no estoy triste! Al principio, cuando me encerraron aquí, ¡me parecían más largos los días!; pero desde que han puesto enfrente el Correo del Rey, cada vez estoy más contento en mi cuarto…; y luego, como sé que un día voy a tener una carta… ¡Sí, no me importa nada estarme aquí quieto, aunque esté solo!… Oye, ¿y sabré yo leer la carta del Rey?

El viejo.- ¡Qué más te da! ¿No tienes bastante con que ponga tu nombre?

Escena cuarta

(Dichos y Madav)

Madav (entrando).- ¡Buena la habéis hecho entre los dos!

El viejo.- ¿Qué te pasa? ¿Qué ocurre?

Madav.- ¡Pues que, por culpa vuestra, todo el mundo anda diciendo que el Rey ha puesto ahí enfrente su Correo para estaros escribiendo siempre a los dos!

El viejo.- Bueno, ¿y qué?

Madav.- Que Panchanan, el jefe, se lo ha hecho decir al Rey en secreto…

El viejo.- ¿Y no sabemos todos que el Rey se entera de cuanto pasa?

Madav.- Entonces ¿por qué no tienes más cuidado? ¡No debieras nombrar en vano al Rey! ¡Me vas a arruinar con tus cosas!

Amal.- Faquir, faquir, ¿de veras se enfadará el Rey?

El viejo.- ¡Qué se ha de enfadar, hombre! ¡Con un niño como tú y un faquir como yo!… ¡A ver si tengo que ir a decirle cuatro frescas!

Amal.-…Faquir; desde esta mañana estoy sintiendo como un velo por delante de los ojos… ¡Me parecen más raras las cosas!… No tengo ganas de hablar… Si me pudiera estar quieto… ¿Cuándo va a venir la carta del Rey?… Si este cuarto se deshiciera de pronto y…

Si…

El viejo (abanicando a Amal).- Seguramente vendrá hoy la carta, hijo mío…

Escena quinta

(Dichos y el médico)

El médico (entrando) (a Amal).- ¿Cómo estás hoy?

Amal.- Muy bien, señor médico; hoy no me duele nada.

El médico (a Madav, aparte).- No me gusta esa sonrisa. Mala señal que se sienta tan bien. Chakradan dice…

Madav.- ¡Bueno, por amor de Dios, déjame de Chakradan!; lo que quiero saber es cómo está hoy mi niño…

El médico.- Me parece que tenemos para poco tiempo… Ya te lo dije… Aseguro que se ha vuelto a enfriar…

Madav.- No, pues el niño no ha salido; eso te lo digo yo. Hasta las ventanas han estado cerradas.

El médico.- ¡No sé qué tiene hoy el aire! ¡Había una corriente por la puerta principal cuando entré…!

Lo mejor sería cerrar la puerta con llave… Creo que no te importará no recibir visitas en dos o tres días; y si alguien tiene necesidad de verte, ahí está la puerta falsa… Y esas maderas también debieran cerrarse… Los rayos del sol poniente no sirven más que para desvelar al enfermo.

Madav.-…Ha cerrado los ojos.

Debe haberse dormido. ¡Qué carita tiene! ¡Ay, médico, yo me lo traje como si fuera mío, y después de haberle tomado este cariño, perderlo para siempre!…

El médico.- ¿Quién, quién es? ¡Este jefe, que tiene que meterse en todo!

¡Valiente hombre!… Bueno, tengo que irme. (A Madav). Mejor será que vengas conmigo a ver si está todo bien cerrado… En cuanto llegue a casa, mandaré una buena dosis de esa medicina, a ver si así conseguimos algo… Aunque me parece…

(Salen Madav y el Médico).

Escena sexta

(Amal, el viejo y el jefe)

El jefe (entrando).- ¡Hola, mequetrefe!

El viejo (levantándose aprisa).- ¡Calla!

Amal.- No importa, faquir; ¡si no estaba dormido! Todo lo estoy oyendo… Y también unas voces muy lejanas… Mira, mi padre y mi madre… están sentados aquí a mi cabecera, y me están hablando…

Escena séptima

(Dichos y Madav -”que entra”-)

El jefe.- Oye, Madav; me han dicho que te tuteas ya con personajes…

Madav.- ¡No andes con bromas, jefe!

Ya sabes que somos unos infelices…

El jefe.- Pero tu niño está esperando una carta del Rey…

Madav.- Déjalo en paz al pobre, que es un tontaina…

El jefe.- No, no; ¿por qué no había de recibirla? ¿Pues dónde va a encontrar el Rey familia mejor?

¡Por algo ha puesto su Correo nuevo frente a tu casa!… (A Amal). ¡Tú, monigote!; aquí traigo una carta del Rey para ti…

Amal (incorporándose con sobresalto).- ¿Dónde? ¿Es verdad?

El jefe.- ¡Pues va a ser mentira!

¡Si eres su mejor amigo! ¡Mírala!

(Mostrando un papel en blanco).

¡Tenla! (A carcajadas).

Amal.- ¡No te burles de mí!…

Faquir, di tú, ¿es verdad?

El viejo.- Sí, hijo mío. ¡Yo que soy faquir, te digo que ésa es la carta del Rey!

Amal.- ¡Pero si no veo nada! ¡Me parece que está todo tan en blanco!

Señor jefe, ¿qué dice la carta?

El jefe.- Dice el Rey: “Voy corriendo a verte. Prepárame arroz dorado, que la comida de palacio empieza a fastidiarme…” (A carcajadas).

Madav (suplicando con las manos).- ¡Jefe, te ruego que no bromees más con esto!

El viejo.- ¿Eh? ¡Que se atreva!

Madav.- ¿También tú te has vuelto loco?…

El viejo.- ¿Loco? ¡Pues bueno, estoy loco! Y aquí dice bien claro que el Rey en persona viene a ver a Amal, con el médico de la corte…

Amal.- ¡Faquir, faquir, oye!… ¡La trompeta del Rey!… ¡Oye!…

El jefe (a carcajadas).- Me parece que tendrás que perder otro poquito más la cabeza para oírla!…

Amal.- Señor jefe, yo creía que tú estabas enfadado conmigo y que no me querías… ¿Cómo me había de figurar que fueras tú quien me trajera la carta del Rey? ¡Déjame que te quite el polvo de los pies!

El jefe.-…La verdad es que esta criatura tiene instinto de veneración. Es un poco simple, pero su corazón no es malo…

Amal.- Creo que ya es la cuarta vela. Escucha el gongo: Don, don, din… Don, don, din… ¿Ha salido ya la estrella de la tarde? No sé qué tengo, que no veo…

El viejo.- Es que está todo cerrado, hijo. Voy a abrir… (Llaman fuera).

Madav.- ¡Llaman! ¿Quién será? ¡Qué fastidio! Llamar a estas horas…

(Una voz afuera).- ¡Abrid la puerta!

Madav.- ¿Lo has oído, jefe? ¡A ver si son ladrones!

El jefe.- ¿Quién llama? ¡Lo pregunta Panchanan, el jefe! ¡Atreveos!… Ya lo estáis viendo; se acabó el ruido… ¡Que no puede nada la voz de Panchanan!… ¡A ver, venga ese ladrón valiente!

Madav (mirando receloso por la ventana).- Sí, sí; ¿no habían de callar? ¡Como que han echado abajo la puerta!

Escena octava

(Dichos y el Heraldo del Rey)

El Heraldo del Rey (entrando).- ¡Nuestro Rey soberano llega esta noche!

El jefe.- ¡Dios santo!

Amal.- ¡Heraldo, Heraldo!, ¿a qué hora llegará?

El Heraldo del Rey.- En la segunda vela.

Amal.- ¿Cuando mi amigo el guarda toque el gongo en las puertas del pueblo: Din, don, din… Din, don, din?…

El Heraldo del Rey.- Sí, entonces.

Y el Rey manda delante a su médico más sabio, para que cuide a su amiguito.

Escena novena

(Dichos y el Médico Real)

El Médico Real (entrando).- ¿Qué es esto? ¿Por qué está todo tan cerrado? Abrid de par en par…

(Toca a Amal). ¿Cómo estás tú, hijo mío?

Amal.- Muy bien, señor médico del Rey; estoy muy bien. Ya no me duele nada…¡Ay, qué gusto da esto tan abierto y tan fresco!

¡Ahora sí que veo temblar las estrellas en la oscuridad!

El Médico Real.- ¿Crees que podrás levantarte esta noche, a las velas medias, cuando llegue el Rey?

Amal.- ¡Ya lo creo que sí! ¡Tengo unas ganas de levantarme hace tanto tiempo! Le voy a decir al Rey que me enseñe la estrella polar… Debo haberla visto muchas veces, pero no sé bien cuál es…

El Médico Real.- Él te lo dirá todo. (A Madav). Adornad de flores el cuarto, para el Rey.

(Señalando al Jefe). Y ése, que se vaya de aquí…

Amal.- ¡No, déjalo, señor médico, que es amigo mío! Él fue quien me trajo la carta del Rey…

El Médico Real.- Muy bien, hijo mío; si es tu amigo, que se quede.

Madav (hablando al oído a Amal).- Amal, hijo, ya ves cuánto te quiere el Rey, que él mismo viene a verte… Pídele algo, que ya tú sabes lo desgraciados que somos…

Amal.- Sí, sí, tío; no te apures tú; ya lo tengo pensado.

Madav.- ¿Y qué le vas a pedir?

Amal.- Le voy a pedir que me haga cartero suyo, para ir de puerta en puerta, por todas partes, repartiendo sus cartas…

Madav (golpeándose la frente).- ¡Pobres de nosotros! ¿Eso le vas a pedir?

Amal.-…Tío, ¿y qué le daremos al Rey, cuando venga?

El Heraldo del Rey.- Ha dicho que se le prepare arroz dorado…

Amal.- ¡Arroz dorado! ¡Señor jefe, tú tenías razón! ¡Sí, tú fuiste el primero que lo dijo! ¡Tú lo sabías todo, todo!…

El jefe (al Heraldo).- Si avisan a mi casa, podría el Rey…

El Médico Real.- No es necesario… Y ahora, callad todos, que se está durmiendo… yo me sentaré a su cabecera… Se está quedando dormido… Apagad la lámpara…

Que sólo entre el resplandor de las estrellas… Callad, que se ha dormido…

Madav (al viejo).- ¿Qué haces ahí, como una estatua, con esas manos juntas?… ¡Estoy más nervioso!

…?Tú crees que es bueno todo esto? ¡Este cuarto tan oscuro!

…Yo no creo que le haga ningún beneficio al niño la luz de las estrellas…

El viejo.- ¡Descreído, calla!

Escena décima

(Dichos y Sada)

Sada (entrando).- ¡Amal!

El Médico Real.- Está dormido.

Sada.- Es que le traía unas flores… ¿Me dejas que se las ponga en sus manos?

El Médico Real.- Sí, pónselas.

Sada.- ¿Cuándo se despertará?

El Médico Real.- Cuando el Rey venga y lo llame.

Sada.- ¿Quieres decirle bajito una cosa de mi parte?

El Médico Real.- ¿Qué quieres que le diga?

Sada.- Dile que Sada no lo ha olvidado…

Fin de la obra

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