Aunque parezca extraño, noté en seguida que las facciones de Wolf Larsen no representaban tanta perversidad. No descubría nada maligno en ellas. Es verdad que había líneas, pero sólo indicaban decisión y firmeza; antes bien, era un semblante franco y abierto, cualidades que acentuaba el hecho de estar completamente rasurado. Apenas podía creer, hasta que ocurrió el incidente referido, que aquel rostro fuese el de un hombre que pudiera comportarse como lo había hecho con el grumete.

En aquel momento, cuando abrió la boca para hablar, las ráfagas de viento empezaron a golpear la goleta e hiciéronla hundir de costado. El viento entonaba un canto feroz a través de los aparejos; algunos cazadores miraron a lo alto con inquietud; la borda de sotavento, donde yacía el cadáver, estaba bajo el agua, y cuando la goleta se enderezó, las olas barrieron la cubierta, mojándonos más arriba de nuestros zapatos. Nos cayó encima un aguacero y las gotas nos herían como si fueran granizo. Cuando pasó, Wolf Larsen empezó a hablar, y los hombres, con la cabeza desnuda, se balanceaban al unísono con el vaivén del barco.

—No recuerdo sino una parte del servicio —dijo—, que es: "Y el cuerpo se arrojará al mar". Así, pues, ya podéis arrojarlo.

Cesó de hablar; los hombres que sostenían la tapa de la escotilla parecían perplejos, extraviados, sin duda, de la brevedad de la ceremonia. Se lanzó sobre ellos furioso.

—¡Levantad este extremo, malditos! ¿Qué demonios os pasa?

Levantaron la tapa de la escotilla con una precipitación sensible, y como un perro lanzado por la borda, se hundió el muerto en el mar empezando por los pies.

El saco de carbón le arrastró hacia el fondo y desapareció.

—Johansen —dijo Wolf Larsen brevemente al otro segundo—, que permanezcan todos sobre cubierta ahora que han subido; recoged las gavias y los foques y aseguradlos bien. Se nos viene encima un Sudeste; también convendrá que se rice el foque y la vela mayor mientras permanecéis por aquí.

Un instante después había gran agitación en la cubierta. Johansen rugiendo órdenes y los hombres apretando, arriando cuerdas de diversas clases, siendo todo aquello confusión para un hombre de tierra como yo. Pero lo que me sorprendió particularmente fue la falta de sentimientos. El muerto era un episodio que ya había pasado, un incidente que se había hundido envuelto en una lona y con un saco de carbón, mientras el barco seguía su rumbo y continuaba su trabajo. Nadie estaba afectado. Los cazadores volvían a reír con una historia nueva de Smoke; los hombres tiraban y halaban, y dos de ellos trepaban a lo alto; Wolf Larsen observaba el cielo nuboso a barlovento, y el hombre muerto, sepultado con sordidez, hundiéndose, hundiéndose...

Entonces fue cuando la crueldad del mar, su Inflexibilidad y su respeto se apoderaron de mí. La vida había perdido el valor y la seriedad y se había convertido en una cosa bestial y sin nombre; era el barco sin alma puesto en movimiento. Permanecí en la barandilla de sotavento, junto a los obenques, y mirando por encima de las tristes olas cubiertas de espuma los bancos de niebla poco elevados que impedían ver San Francisco y la costa de California. Caían algunos chaparrones que casi me ocultaban la niebla, y esta extraña embarcación, con sus hombres terribles, impelida por el viento y el mar y saltando acompasadamente, se dirigía hacia el Sudoeste, internándose en la gran extensión desierta del Pacífico.

CAPITULO IV

Todo lo que me sucedió después en la goleta Ghost, al tratar de adaptarme al nuevo ambiente, no puede sino formar parte del capítulo de dolores y humillaciones. El cocinero, a quien la tripulación llamaba el Doctor, Tommy, los cazadores y Cocinero, Wolf Larsen, se había trocado en otra persona. La diferencia sufrida en mi estado trajo una diferencia correspondiente en su trato conmigo. Todo lo que antes tuvo de servil y adulador, tenía ahora de dominante y belicoso. En realidad, yo no era ya el caballero distinguido, con una piel tan fina como la de una dama, sino un grumete vulgar y sin importancia.

Insistía absurdamente en que le llamase míster Mugridge, y su conducta y su talante cuando me enseñaba mis deberes eran insufribles. Además de mi trabajo en la cabina, que se componía de cuatro camarotes, suponía que debía ser su ayudante en la cocina, y mi colosal ignorancia respecto a cosas como el mondar patatas y fregar cacharros grasientos era para él un manantial inagotable de admiraciones sarcásticas. Se negaba a tomar en consideración lo que yo era, o mejor dicho, cuáles habían sido mi vida y mis costumbres. Esta era en parte la actitud que había adoptado para conmigo, y confieso que antes de terminarse el día le odiaba con una intensidad tal, como nunca había odiado a nadie hasta entonces.

El primer día resultó más difícil para mí por el hecho de que el Ghost, con todos los rizos (términos como éste no los aprendí hasta más adelante), capeaba lo que míster Mugridge llamaba un "Sudeste aullador". A las cinco y media, y bajo su dirección, puse la mesa en la cabina, con las bandejas para el mal tiempo, y después transporté desde la cocina el té y la carne asada. Con esta oportunidad no puedo evitar el relatar mi primera experiencia en un mar revuelto.

—Anda con cuidado o irás de narices —ordenó míster Mugridge cuando salí de la cocina con una gran tetera en una mano y en el hueco del otro brazo varios panes tiernos.

En aquel momento, uno de los cazadores, un mucho alto y espigado, llamado Henderson, se dirigía a popa, yendo desde la bodega (nombre con que jocosamente designan los cazadores la parte central del barco donde duermen) a la cabina. Wolf Larsen estaba en la toldilla fumando el sempiterno cigarro.

—¡Ahí viene! ¡Agárrate bien! —gritó el cocinero.

Me detuve, porque no sabía qué era lo que venía, y vi la puerta de la cocina cerrarse con estrépito. Después vi a Henderson saltar como un loco hacía el aparejo mayor subiendo por la parte interior, hasta que estuvo unos cuantos pies más alto que mi cabeza. Vi también una ola enorme retorcida y cubierta de espuma suspendida por encima de la barandilla.