Estaba muy disgustado con la guardia y he creído comprender que Wolf Larsen tiene una reputación muy mala entre los capitanes de los barcos de caza. Fue la atracción del Ghost la que indujo R Johnson a engancharse para el viaje, pero, al parecer, empezaba a arrepentirse.

Según me dijo, el Ghost es una goleta de ochenta toneladas, de un modelo excelente. Este pequeño mundo flotante que contiene veintidós hombres es un mundo muy pequeño, una mancha, un átomo, y yo me admiro de que los hombres se atrevan a cruzar el mar en barco tan pequeño y tan frágil.

Wolf Larsen tiene fama también de ser muy abandonado en el cuidado del velamen. Sorprendí por casualidad a Henderson y a otro de los cazadores, Standish, un californiano, hablando de esto. Dos años antes durante un temporal en el mar de Bering desarboló al Ghost, después de lo cual se le pusieron los mástiles que ahora lleva, que de todos modos son más fuertes y resistentes.

Todos los hombres de a bordo, excepción hecha de Johansen, que está engreído con su ascenso, parecen buscar una excusa para justificar el haberse embarcado en el Ghost. La mitad de los hombres de proa son marinos de alta mar y su excusa es que no sabían nada acerca del barco ni de su capitán. Otros dicen que los cazadores, aunque tiradores excelentes, son tan conocidos por su tendencia a disputar y cometer canalladas, que no pudieron contratarse en ninguna goleta decente.

He hecho amistad con otro tripulante, llamado Louis. Es irlandés, de Nueva Escocia, rotundo, de rostro jovial muy sociable y aficionado a hablar mientras encuentra quien le escuche. Por la tarde, cuando el cocinero estaba durmiendo abajo y mondaba yo patatas, Louis penetró en la cocina para "pegar la hebra". Explica que se halle a bordo, porque al tiempo de contratarse estaba ebrio. Hace ya doce años que caza focas cada temporada y es considerado como uno de los mejores timoneles de ambas flotas.

—Esta es la peor goleta que pudiste haber elegido, a no estar entonces borracho como yo —dijo siniestramente—. La caza de focas es el paraíso de los cazadores en otros barcos. Ya ha habido un muerto, pero fíjate bien en lo que digo: antes que termine el viaje habrá más. Este Wolf Larsen es un verdadero demonio, y el Ghost será un infierno, como lo ha sido siempre desde que cayó en sus manos. ¿Lo sabré yo? Hace dos años, en Hakodate, tuvo una riña con cuatro de sus hombres y los mató. Me hallaba yo en el Emma, a trescientas yardas de distancia. Y en el mismo año mató a otro hombre. Sí, señor, sí, le mató. Le aplastó la cabeza como si hubiese sido una cáscara de huevo. El gobernador de la isla de Kura y el jefe de policía, caballeros japoneses, vinieron invitados a bordo del Ghost, acompañados de sus esposas, unas mujercitas pequeñas y lindas como las que pintan en los abanicos. Cuando regresaban a tierra, Wolf Larsen, simulando un accidente dejó a los enamorados esposos en sus sampans. Y una semana después desembarcó a las pobres mujeres en el otro lado de la isla, con la perspectiva de una caminata a través de las montañas, calzadas con las frágiles sandalias de paja que no resistirían más de una milla. ¿Lo sabré yo? Este Wolf Larsen estaba hecho una bestia, la bestia monstruosa mencionada en el Apocalipsis, y de él no puede salir nada bueno. Pero como si no hubiera dicho nada, ¿eh? No he dicho una sola palabra; si se te soltara la lengua, este sería el último viaje del pobre Louis... ¡Wolf Larsen! —gruñó un momento después—. Escucha lo que voy a decirte. Un lobo... eso es, un lobo. No es que tenga el corazón negro como algunos hombres, no, carece de corazón absolutamente. Un lobo, eso es, un lobo exactamente.