Nunca has usado las tuyas. No podrías andar solo un día entero, ni buscar el alimento de tu estómago para tres comidas. Enséñame la mano.

Su formidable fuerza oculta debió removerse en aquel mismo punto, o debí descuidarme un momento, pues antes de que me apercibiese había avanzado dos pasos, cogido mi mano derecha con la suya, y la levantaba para examinarla. Traté de retirarla, pero sus dedos se cerraron sin esfuerzo aparente alrededor de los míos, hasta el extremo que creí me la machacaba. Bajo tales circunstancias era difícil conservar la dignidad. Yo no podía huir o luchar como un chiquillo, ni mucho menos podía atacar a aquel hombre, que me hubiese retorcido el brazo hasta rompérmelo. No me quedaba más remedio que estarme quieto y aguantar aquella vejación. Tuve tiempo de ver cómo vaciaban sobre cubierta los bolsillos del muerto y cómo su cuerpo y su mueca quedaban envueltos en una lona, cuyos pliegues cosía con burdo hilo blanco el marinero Johansen, dejando ver la aguja, que apoyaba ingeniosamente en un trozo de cuero ajustado a la palma de la mano.

Wolf Larsen dejó caer la mía con un gesto desdeñoso.

—Las manos de los muertos te las han conservado finas. Buenas únicamente para fregar platos y hacer trabajos de marmitón.

—Deseo que se me desembarque —dije firmemente, porque sabía que observaban—. Pagaré cuanto juzgue usted que vale su molestia.

Me miró con curiosidad y a sus ojos asomó la burla.

—Voy a proponerte otra cosa, para bien de tu alma. Mi segundo ha muerto, y van a ascender todos. Un marinero subirá a popa para ocupar el lugar del segundo, el grumete pasará a ser marinero y tú serás grumete. Firmas el contrato para la expedición, veinte dólares mensuales, y ya está. ¿Qué dices a esto? Y piensa que es para bien de tu alma. Es precisamente lo que tú necesitas; así aprenderás a sostenerte sobre tus propias piernas y tal vez a hacer pinitos.

Pero yo no me di por aludido. Las velas del barco que había visto a Sudoeste se habían hecho más grandes y más visibles. Eran de una goleta igual que el Ghost, aunque de casco más pequeño. Constituía un lindo espectáculo verla saltar y volar hacia nosotros, y seguramente iba a pasar muy cerca. El viento había arreciado de pronto y el sol había desaparecido, enojado tras sus vanos esfuerzos por seguir luciendo. El mar empezaba a agitarse, volviéndose de un color plomizo, desagradable, y comenzaba a lanzar a lo alto montañas de espuma. Habíamos aumentado la velocidad y el barco corría mucho más inclinado. Un golpe de viento hundió la borda, y el agua, por un momento, barrió la cubierta de aquel lado, haciendo levantar rápidamente los pies a dos marineros.

—Aquel barco pasará pronto por aquí —dije después de un instante de silencio—. Como lleva dirección contraria, es probable que vaya a San Francisco.

—Muy probable —respondió Wolf Larsen, volviéndose en parte y gritando: "¡Cocinero, cocinero!".

El cocinero salió.

—¿Dónde está aquel muchacho? Dile que le necesito.

—Sí, señor.

Thomas Mugridge corrió a popa y desapareció por otra escalera próxima al timón. Un momento después surgís un sujeto de dieciocho o diecinueve años, corpulento, de aspecto vil y enfurruñado, andando sobre los talones.

—Ahí viene, señor —dijo el cocinero.

Pero Wolf Larsen, sin fijarse en este héroe, se volvió hacia el grumete.

—¿Cómo te llamas, muchacho?

—George Leach, señor —respondió de mal humor, y el continente del muchacho mostraba bien a las claras que adivinaba la razón por que había sido llamado.

—No es un nombre irlandés —repuso el capitán con perversa intención—. O'Toole o McCarthy sentarían algo mejor a tu aspecto. A no ser que haya algún irlandés entre las relaciones de tu madre.

Vi crisparse los puños del muchacho ante el insulto y la sangre le enrojeció la nuca.

—Pero dejemos eso —continuó Wolf Larsen—. Debes tener excelentes razones para olvidar tu nombre, y me gustaría que no te ocasionara ningún perjuicio mientras permanecieras a bordo. Por supuesto, tú te inscribiste en el puerto de Telegraph Hill; pero como suelen hacerlo allí o más sucio todavía. Ya conozco la especie. Bueno, puedes decidir si quieres que lo suprimamos aquí.