El lugar era muy viejo y sucio, como si no hubiera sido habitado por larguísimo tiempo.

Gradualmente el túnel fue agrandándose y bajando. Muchos otros pequeños pasajes salían del principal. No había luz ni ruido, sólo un leve hedor pungente que empezaba a inundar el aire. Luego comenzó a iluminarse. El terrestre advirtió que estaba en las cavernas subterráneas del palacio.

La débil luz era causada por los globos de radio fosforescente que se utilizan en Marte para iluminar.

El terrestre descubrió muy pronto la fuente de la radiación. Un resplandor surgía a través de una brecha en el muro frente a él. Empujando la pesada piedra, John Carter penetró en una habitación. Su respiración se detuvo.

Frente a él había un guerrero con la espada desnuda, a punto de atravesar el pecho del terrestre.

Carter saltó hacia atrás con la velocidad de un rayo, sacando su propia espada y golpeando en la otra arma. El brazo armado del hombre rojo se desprendió de su cuerpo y cayó al suelo, donde se hundió en el polvo. La vieja espada golpeó en las losas.

Carter pudo ver ahora que el guerrero estaba apoyado contra el muro, balanceándose precariamente allí a través de los años, su armado brazo extendido al frente tal y como lo dejó tiempo atrás la muerte. La pérdida del arma desequilibró el torso, que golpeó contra el suelo y se disolvió en un montón de escombros.

Carter observó que en una sala vecina había un grupo de hermosas mujeres, encadenadas juntas con cadenas que salían de unos aros alrededor de sus cuellos. Estaban sentadas a la mesa donde habían comido; la comida estaba aún frente a ellas. Eran las prisioneras, las esclavas de los caudillos de la vieja ciudad muerta. El aire seco e inamovible y alguna segregación gaseosa de los muros y calabozos habían preservado su belleza a través del tiempo.

El terrestre había recorrido cierto número de pasos a través del pasillo cuando oyó tras él una especie de arañazos. Girándose en medio del pasillo miró hacia atrás. Unos brillantes ojos le seguían, y continuaron tras él mientras volvía por el túnel.

De nuevo oyó los arañazos, esta vez frente a él en el túnel. Otros ojos brillaban, John Carter extendió frente a sí la punta de su espada y corrió. Los ojos se retiraron pero el de atrás se acercó más.

Estaba ciertamente muy oscuro pero muy a lo lejos el terrestre pudo ver un ligero brillo iluminando el túnel. Corrió hacia la luz. Luchar con aquellas cosas mientras podía verlas sería preferible a dejarse sorprender fácilmente en el oscuro pasillo.

Carter entró en la habitación y a la débil luz se encontró cara a cara con la criatura cuyos ojos había percibido frente a él, en el pasillo. Era un ejemplar de la enorme rata marciana de tres patas.

Sus garras amarillentas arañaban repugnantemente el suelo con un insoportable sonido. En aquel momento, penetró en la habitación la rata que lo había estado siguiendo, y ambas comenzaron a acercarse al terrestre.

—Ahora soy yo la proverbial rata acorralada —murmuró mientras lanzaba un golpe hacia la criatura más cercana.

Esta esquivó el tajo y saltó hacia él. Pero la espada del terrestre estaba preparada y la rata atacante se ensartó antera en la punta.

Este ataque hizo retroceder a Carter cinco pasos; pero aún retuvo su espada, cuya punta había penetrado hasta la espalda del animal atravesando su salvaje corazón. Cuando logró dejar libre su espada y prepararse para enfrentar a su otro antagonista, una exclamación desmayada escapó de sus labios.

¡La habitación estaba llena de ratas! Las criaturas habían entrado a través de otra abertura y le habían formado un círculo a su alrededor, listas para atacar.

Durante una media hora Carter se batió furiosamente por su vida en el solitario calabozo bajo el palacio de la antigua ciudad de Korvas. Los cadáveres de las ratas muertas se apilaban a su alrededor y por un momento prevaleció sobre sus numerosos enemigos.

John Carter se derrumbó bajo un terrorífico golpe en su cabeza dado por un coletazo serpentino.

Estaba medio aturdido pero intentó mantener la espada preparada, mientras lo arrastraban por los brazos a través de la oscuridad de un túnel vecino.

IV

LA CIUDAD DE LAS RATAS

Carter se recobró completamente mientras caía en un charco de agua cenagosa. Escuchaba a las ratas beber codiciosamente mientras veía sus verdosos ojos brillar en la oscuridad. El fresco olor de la tierra mojada inundó su olfato y supo que estaba en una madriguera bajo las bodegas subterráneas del palacio.

Varias ratas se habían situado junto a él para agarrarlo por los brazos con sus garras delanteras y arrastrarlo. Era algo muy desagradable y esperó que no fuera por demasiado tiempo.

No tuvo que esperar mucho. La extraña compañía llego finalmente a una caverna subterránea enorme.