Era el momento exacto de poner en marcha un plan que suponía la única esperanza de la nación de Helium.
XI
UN PLAN AUDAZ
Temeroso de que Pew Mogel interfiriera en sus ondas de radio con Kantos Kan, John Carter hizo que su nave se situara junto a la de su amigo.
El grupo de naves, que le había acompañado en la misión se agrupaban tras su líder.
Sus capitanes esperaban nuevas órdenes de este extraordinario hombre de otro mundo. En las últimas veinticuatro horas habían visto a John Carter cumplir una tarea que ningún marciano habría soñado con hacer.
Las próximas cuatro horas podrían determinar el éxito o fracaso de un plan tan fantástico que el terrestre mismo aun sonreía al pensar en él.
Sólo su viejo amigo Kantos Kan sacudió su cabeza cuando John Carter explicó sus intenciones pocos minutos después, en la cabina de la nave insignia.
—Temo que no funcione —dijo—. Tu plan es muy ingenioso, pero no creo que tenga efecto contra esa horrible monstruosidad.
—Helium está sentenciada y, aunque lucháramos hasta el fin para salvarla, no podremos hacer nada.
Mientras hablaba, Kantos Kan miraba abajo, hacia Helium. Podían ver a Joog el gigante en la llanura, arrojando grandes rocas contra la ciudad.
El porqué Pew Mogel no había ordenado al gigante entrar en la ciudad hasta el momento, Carter no lo entendía. Parecía ser que Pew Mogel disfrutaba al ver los destructivos efectos de las rocas cuando se estrellaban contra los edificios de Helium.
El espantoso Joog parecía servir con placer a los propósitos de su amo, pues estaba haciendo mucho más daño de aquella manera del que posiblemente haría dentro de la ciudad.
Pero sólo era cuestión de tiempo que Pew Mogel ordenara el asalto final sobre la ciudad.
Entonces, sus atrincheradas fuerzas se arrojarían sobre los muros de Helium, escalando los muros y rompiendo las puertas. Sobre sus cabezas volaban los monos en sus rápidas monturas, repartiendo muerte y destrucción desde el aire.
finalmente llegaría Joog, sumándose con un golpe final a la victoria da Pew Mogel.
La horrible carnicería que caería posteriormente sobre su pueblo hizo que Kantos Kan se estremeciera.
—No hay tiempo que perder, Kantos Kan —le dijo el terrestre—. Debo asegurarme de que seguirás mis órdenes al pie de la letra.
Kantos Kan miró al terrestre fijamente antes de hablar.
—Tienes mi palabra, John Carter, aunque sepa que la consecución de tu plan supondrá tu muerte o la de cualquier otro hombre, no dejaré de cumplirlo.
—Bien —le dijo el terrestre—. Saldré inmediatamente. Cuando veas al gigante elevar sus manos tres veces será la señal para llevar a cabo mis órdenes.
Justo antes de alejarse con su nave, John Carter llamó a la puerta de la cabina de Dejah Thoris.
—Adelante —oyó que respondía desde dentro.
Cuando abrió la puerta vio a Dejah Thoris sentada a una mesa. Estaba frente a una pantalla visora a través de la que se había comunicado con Kantos Kan. La joven se levantó con lágrimas brillando en sus ojos.
—No te vayas de nuevo, John Carter —rogó—. Kantos Kan me ha hablado de tu plan… 110 creo que sea posible su éxito, y sólo conseguirás sacrificarte inútilmente. Quédate conmigo, mi señor, y muramos juntos.
John Carter cruzó la habitación y tomó a la princesa en sus brazos… quizás por última vez. Ella recostó su cabeza en su amplio pecho y sollozó suavemente. El la acarició suavemente durante un momento antes de hablar.
—En Marte —dijo—, encontré un pueblo orgulloso y libre, cuya civilización he aprendido a admirar. Su princesa es la mujer que yo amo. Ella y su gente están ahora en grave peligro. Mientras me quede una sola oportunidad de salvarla a ella y a Helium de la terrible catástrofe que se abate sobre todo Marte, me aferraré a ella.
Dejah Thoris sonrió levemente frente a sus palabras, y lo miró intensamente.
—Perdóname, mi señor —murmuró—. Durante un minuto mi amor hacia ti me ha hecho olvidar que también me debo a mi pueblo. Si hay alguna esperanza de salvarlos, mi egoísmo sería imperdonable por retenerte a mi lado; ve, pero recuerda que si tú mueres el corazón de Dejah Thoris morirá contigo.
Momentos después, John Carter se sentaba a los controles de una veloz nave monoplaza de la Flota Heliumita.
Dijo adiós a las dos solitarias figuras que permanecían en el puente de la nave insignia y puso en marcha los motores de radium. Sintió cómo la pequeña nave se estremecía bajo el impulso de los reactores y se lanzó a gran velocidad y a gran altura sobre el campo de batalla.
A continuación efectuó un picado. El viento silbaba sobre las alas de la nave, mientras aumentaba su velocidad, descendiendo como un meteorito, siempre hacia abajo… hacia el gigante.
XII
EL DESTINO DE UNA NACIÓN
Ni Pew Mogel ni Joog el gigante, habían advertido a la solitaria nave que caía sobre ellos.
Pew Mogel sentado en su refugio sujeto al yelmo de Joog, estaba dando las órdenes de ataque a sus tropas por onda corta.
Una cúpula de cristal de tres metros, completamente circular, rodeaba el refugio, ofreciendo a Pew Mogel una visión completa de las fuerzas que combatían a sus pies.
Quizás si Pew Mogel hubiera mirado hacia arriba a través del cristal circular de su acerado refugio, habría alcanzado a ver a la veloz nave del terrestre precipitándose contra él.
John Carter estaba arriesgando su vida, la de su mujer y la de los supervivientes de Helium, en la esperanza de que Pew Mogel no le viera.
Condujo su pequeña nave con la velocidad de una bala hacia la cúspide de la cúpula que cubría el santuario de Pew Mogel.
Joog estaba ahora parado, con los hombros inclinados hacia delante. Pew Mogel le había ordenado que se detuviera para completar sus últimas órdenes a las tropas.
El gigante estaba en pie entre las montañas y la ciudad, en medio de la llanura. No se dio cuenta de que a menos de cien metros sobre la pequeña cúpula Carter se preparaba para atacar. Había ganado más altura para evitar ser descubierto por Pew Mogel. Su enorme velocidad también tenía el mismo propósito.
Ahora, si quería salir vivo de allí, debía dejar caer su aparato velozmente. El impacto debía producirse a la velocidad exacta.
Si el impacto se producía a demasiada velocidad, sólo conseguiría matarse a sí mismo, sin la seguridad de que Pew Mogel muriera con él.
Por otro lado si su velocidad era excesivamente lenta, nunca podría chocar contra el duro cristal que cubría el refugio. En ese caso, su destrozado aparato podría golpear en la estructura acerada y conducir a Carter a la muerte sobre el campo de batalla, mucho más abajo, cincuenta metros sobre la cúpula.
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