Paró los motores, una rápida mirada al marcador de velocida\1…, ¡Demasiado rápido para el impacto!
Sus manos volaron sobre el panel de instrumentos. Tiró de tres palancas. Tres pequeños paracaídas ralentizaron parcialmente la velocidad de la nave, provocando que ésta descendiera con mayor lentitud.
Pocos instantes después, la proa de la nave golpeó contra la pequeña cúpula.
Se escuchó un crujir de acero y madera cuando la proa chocó, atravesando la ventana y deteniéndose parcialmente sobre el suelo del compartimento de Pew Mogel.
La popa de la nave sobresalía fuera del armazón, pero la compuerta había quedado dentro del compartimento.
John Carter saltó de su interior con la espada brillando en la mano.
Pew Mogel aún estaba mirando con gesto enloquecido a su alrededor, asustado por el tremendo impacto. Su micrófono y sus auriculares, con los que dirigía las acciones de Joog y de las tropas en combate, habían salido despedidos de su cabeza y rodaban por el suelo. Cuando dejó de mirar a su alrededor con el semblante enloquecido; Pew Mogel se quedó sentado, mirando con incredulidad al terrestre.
Sus pequeños y desmayados ojos refulgieron. Abrió varias veces la boca para hablar, y finalmente movió las manos espasmódicamente.
—Desenfunda tu espada, Pew Mogell —le dijo el terrestre en voz tan baja que apenas pudo oírlo Pew Mogel.
El hombre sintético no hizo intención alguna de obedecer.
—¡Estás muerto! —croó finalmente.
Era como si quisiera convencerse de que lo que veía frente a él con la espada desenvainada era solo una alucinación. De hecho, miraba a Carter con tanta intensidad que su ojo izquierdo volvió a desaparecer tras su mejilla, tal y como el terrestre recordaba haber visto antes en Korvas cuando la criatura se excitaba.
Lo volvió a encajar y lo colocó sobre su mejilla.
—Rápido, Pew Mogel saca tu arma… no tengo más tiempo que perder.
Carter pudo echar una ojeada al gigante que continuaba parado bajo sus pies. Aparentemente, no se había percatado del cambio de amo que se había producido sobre su cabeza, aunque había dado un leve respingo cuando la nave chocó contra el refugio de su amo.
Carter se agachó y cogió el micrófono del suelo.
—Levanta un brazo —dijo. Se produjo una pausa y luego el gigante elevó su brazo derecho sobre la cabeza.
—Baja el brazo —le ordenó de nuevo. El gigante obedeció.
Carter le dio la misma orden un par de veces más, y el gigante obedeció mansamente. El terrestre sonrió levemente. Sabía que Kantos Kan había visto la señal y seguiría las órdenes que le había dado anteriormente. La mano de Pew Mogel se movió de repente a su costado y surgió armada con una pistola de rayos.
Se produjo un resplandor cegador cuando apretó el gatillo; pero de inmediato la pistola voló de su mano. Carter había saltado a un lado mientras su espada golpeaba el arma sacándola de las garras de Pew Mogel.
Ahora se vería forzado a sacar la espada.
Así, en lo alto de la cabeza del gigante, luchando furiosamente contra aquel hombre sintético de Marte, John Carter se encontró en el más increíble trance de su venturosa vida.
Pew Mogel no era un buen espadachín. De hecho estaba furioso de que su primer ataque, que hizo retroceder al terrestre a través de la habitación empujado por la rápida sucesión de golpes que buscaban indiscriminadamente alcanzar cualquier punto de su cuerpo para herirle, no surtiera efecto.
Era una sensación extraña, aquello de luchar contra un hombre cuyo ojo se desprendía al interior de su cara. Pew Mogel se había olvidado de la desaparición de su ojo, pero tanto daba; aquel hombre sintético podía ver igualmente bien con su otro ojo.
Pew Mogel había conseguido empujar al terrestre hacia el borde de la cúpula. Por un instante se quedó mirando fuera.
Una exclamación de sorpresa escapó de sus labios.
XIII
PÁNICO
La mirada de John Carter siguió a la de Pew Mogel. Lo que vio le hizo sonreír y renovó sus esperanzas.
—¡Mira, Pew Mogel! —gritó—. Tu ejército aéreo está en desbandada.
Los miles de malagors que habían cubierto el cielo llevando a sus peludos jinetes croaban frenéticamente mientras huían en todas direcciones. Los monos que aún permanecían sobre sus lomos eran incapaces de controlar a las salvajes bestias. Los pájaros perdían a sus jinetes cuando sus grandes alas se agitaban furiosamente para escapar de lo que los había asustado apareciendo en el cielo en medio de ellos. La causa de su salvaje huida se hizo visible inmediatamente.
El aire estaba lleno de paracaídas, y colgando de cada uno de ellos había una rata marciana de tres patas… el enemigo hereditario de todas las aves marcianas.
Con el rápido vistazo que dio Carter pudo ver a las criaturas cayendo de las naves de transporte en las que habían sido transportadas durante su ausencia en las últimas veinticuatro horas.
Sus órdenes habían sido seguidas con exactitud.
Las ratas seguían cayendo entre las filas de la tropa de Pew Mogel, sin embargo, la atención de Carter regresó hacia su peligro inmediato.
Pew Mogel atacó violentamente al terrestre. Su espada lo hirió en un hombro y la sangre cayó sobre sus bronceados brazos.
Carter echó otro vistazo. Aquellas ratas necesitarían un apoyo cuando cayeran en las trincheras.
¡Bien! Tars Tarkas y sus guerreros verdes cargaban de nuevo desde las colinas sin apenas resistencia, haciendo fuego sobre el enemigo. Cierto, las ratas atacarían a cualquiera cuando llegaran al suelo, pero los verdes tharks, montados en sus thoats, estaban más seguros que los monos. Ningún malagor querría acercarse a su más odiado enemigo.
Pew Mogel volvió a acercarse a la cúpula. Por el rabillo del ojo Carter vio la señal de Kantos Kan y cómo su flota aérea se lanzaba contra las legiones de monos.
De repente Pew Mogel se agachó y alargó su brazo libre.
Sus dedos se cerraron sobre el micrófono que Carter había abandonado cuando Pew Mogel le atacó por primera vez.
La criatura llevo éste a sus labios y antes de que el terrestre pudiera evitarlo gritó a través de él:
—¡Joog, mata! ¡Mata! ¡Mata!
Al segundo siguiente, la hoja de John Carter había separado la cabeza de los hombros de Pew Mogel.
El terrestre saltó sobre el micrófono y lo arrancó de las manos de la criatura; pero se encontró con que el cuerpo sin cabeza de Pew Mogel le atacaba ciegamente a través de la sala blandiendo su afilada arma.
La cabeza de Pew Mogel rodaba por el suelo gritando salvajemente, mientras Joog cargaba para obedecer la última orden de muerte de su amo.
La cabeza de Joog se agitaba arriba y abajo con cada enorme paso. John Carter se vio arrojado a uno y otro lado con cada enorme pisada.
El cuerpo descabezado de Pew Mogel saltaba a través del piso descontroladamente con la espada en la mano.
—¡No puedes matarme! ¡No puedes matarme! —gritaba la cabeza mientras rebotaba—. ¡Yo soy el hombre sintético de Ras Tabas! ¡Yo jamás moriré! ¡Nunca moriré!
La escotilla del compartimento se abrió de golpe cuando un malagor chocó contra su pestillo.
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