El cuerpo de Pew Mogel caminó dando tumbos a través de la abertura y cayó al vacío.

La cabeza de Pew Mogel hablaba y chillaba desquiciadamente; por lo que Carter se las apañó para agarrarla de una oreja y arrojarla fuera.

Oyó a la cosa chillar durante todo el descenso hasta que chocó en el suelo; allí sus gritos cesaron por completo.

Joog era el único que luchaba furiosamente con el arma que anteriormente había utilizado contra la flota.

—¡Yo mato! ¡Yo mato! —repetía mientras destrozaba los aeroplanos con la enorme maza a medida que estos picaban sobre las trincheras.

A pesar de que el refugio se sacudía violentamente, Carter consiguió acercarse a la cúpula. Pudo ver a las ratas aterrizando por centenares, atacando salvajemente a los monos en sus trincheras.

los verdes guerreros de Tars Tarkas también estaban allí, luchando valientemente junto a su gran líder de cuatro brazos.

Pero la poderosa maza de Joog hacía el daño de cien guerreros juntos cuando golpeaba contra los combatientes. Joog debía ser parado inmediatamente.

John Carter tomó el micrófono. Se le escurrió de entre los dedos. Se arrojó al suelo y volvió a recuperarlo.

—¡Joog, alto! ¡Alto! —gritó al micrófono.

La gran criatura detuvo su masacre, jadeando y resoplando. Se detuvo sin ver cómo la violenta batalla continuaba entre sus pies.

Los monos estaban en desbandada. Rompían filas y corrían hacia las montanas perseguidos por las ratas y los guerreros verdes de Tars Tarkas.

John Carter pudo ver la nave insignia de Kantos Kan aproximándose a la cabeza de Joog.

Temiendo que Joog pudiera golpear irritado a la nave con su precioso cargamento, el terrestre le hizo señales de que permanecieran alejados.

Luego ordenó de nuevo a través del micrófono:

—¡Joog, siéntate! ¡Siéntate!

Como un animal de presa, Joog se sentó en el suelo sobre los cadáveres de los enemigos que había matado.

John Carter saltó fuera del compartimento a la hierba. Aún tenía en la mano el micrófono que sintonizaba con los receptores de los oídos de Joog.

—¡Joog! —gritó de nuevo—¡Ve a Korvas! ¡Ve a Korvas!

El monstruo miró al terrestre, a menos de treinta metros de su cara, y gruñó.

XIV

EL FINAL DE LA AVENTURA

El terrestre repitió de nuevo la orden a Joog el gigante. Esta vez el gruñido se congeló en sus labios, y desde el pecho del bruto surgió un sonido parecido a un sollozo cuando se puso en pie de nuevo.

Volviéndose lentamente, Joog comenzó a caminar por la llanura hacia Korvas.

No habían pasado ni diez minutos cuando los soldados heliumitas salieron de su ciudad y rodearon al terrestre y a su princesa, mientras John Carter, abrazando a Dejah Thoris, veía desaparecer en la distancia la cabeza de Joog.

—¿Por qué le has dejado ir, John Carter? —le preguntó Tars Tarkas mientras limpiaba la hoja de su espada en la piel de su sudoroso thoat.

—Sí, ¿por qué? —repitió Kantos Kan—. Ya lo tenías en tu poder.

John Carter se volvió y observó el campo de batalla.

—Toda la muerte y la destrucción que habéis visto aquí hoy no se debe a Joog, sino a Pew Mogel —les respondió Carter. Joog es indefenso ahora que su diabólico amo ha muerto. ¿Por qué añadir su muerte a las de los otros, aun cuando hubiéramos podido matarle, cosa que yo dudo?

Kantos Kan observó cómo las ratas desaparecerían en las lejanas montañas en persecución de los grandes y pesados monos.

—Escúchame John Carter —dijo finalmente con una misteriosa expresión en su cara—. ¿Cómo te las arreglaste para meter a todas esas ratas en las naves de transporte y luego soltarlas en paracaídas?

Carter sonrió.

—Fue muy sencillo —dijo—. Había observado en Korvas, cuando estaba prisionero en su ciudad subterránea, que sólo había una forma de entrar a la caverna donde vivían las ratas… un único túnel que continuaba durante alguna distancia hasta que se abría en varios otros, también había unas hendiduras en la bóveda; pero estaban fuera del alcance. Llevé a mis hombres dentro de los túneles y provocamos un enorme fuego con musgo seco. La corriente de aire llevó el humo hasta la caverna. El lugar se llenó tanto de humo que las ratas buscaron un lugar donde poder respirar, pero no podían porque su única vía de escape era el túnel. Luego simplemente conduje a las que salían medio ahogadas hasta las naves de transporte.

—¿Pero, y los paracaídas? —exclamó Kantos Kan—. ¿Cómo pudiste ponerles eso en las espaldas y evitar que os arrancaran los brazos si ya estarían conscientes?

—Las ratas no recobraron la consciencia hasta el último minuto —le explicó el terrestre—. Llenamos las bodegas de los transportes con más humo para mantener a las ratas inconscientes todo el camino hasta Helium. Tuve mucho tiempo para atar los paracaídas a sus espaldas. Las ratas volvieron en sí después de que mis hombres las empujaran fuera de las naves. Cuando llegaron al suelo estaban medio locas y destrozaban todo lo que se les ponía delante. Lo demás ya lo presenciasteis.

John Carter hizo una señal en dirección a las criaturas que desaparecían en las montañas.

—En cuanto a los malagors —concluyó— son pájaros, y los pájaros de Marte no soportan ni a las serpientes ni a las ratas. Sabía que los malagors preferirían otros lugares en los que vivir y alejarse de sus enemigos naturales cuando los vieron moverse a su alrededor por el aire.

Dejah Thoris miro a su señor y sonrió.

—¿Ha existido algún hombre así antes? —preguntó—.¿Son todos los terrestres como tú?

Esa noche todo Helium celebró la victoria. Las calles de la ciudad se llenaron de gente sonriente. Los poderosos guerreros verdes de Thark se mezclaban hermanados con los guerreros de Helium. En el palacio real se celebraba una gran fiesta en honor de John Carter y sus servicios a Helium.

El viejo Tardos Mors estaba tan emocionado con el acontecimiento del milagroso rescate de su ciudad de las manos de su enemigo y el regreso a salvo de su nieta que fue incapaz de pronunciar una palabra durante algún tiempo, hasta que se acercó a la mesa de la cena para agradecer al terrestre la continuidad de su reino. Sus palabras fueron tan intensas y tan sinceras que el terrestre se sintió conmovido.

Más tarde, durante la noche, John Carter y Dejah Thoris se quedaron solos en una terraza sobre los jardines reales.

Las lunas de Marte se movían majestuosamente a través del cielo dibujando sombras en las distantes montañas que formaban fantásticas figuras sobre la llanura y el bosque.