Ningún sonido rompía el silencio de la tranquila noche. La ciudad era como una tumba. Deimos y Phobos, las dos veloces lunas de Marte, corrían a través del cielo.
Carter dejó de respirar para poder oír mejor. El terrestre se tensó, listo a saltar hacia su nave. En aquel momento, escuchó otros pasos a su alrededor, pasos cautelosos, acechantes que se aproximaban.
Luego un cuerpo grande y pesado cayó sobre Carter desde lo alto del muro.
Un aliento cálido y fétido quemó su cuello. Unos enormes y peludos brazos le rodearon en un feroz abrazo.
La cosa le arrojó sobre un montón de cascotes. Unas enormes manos le rodearon la garganta. Carter volvió la cabeza y vio sobre él el rostro de un gran mono blanco\1.
Tres compañeros de la criatura les habían rodeado e intentaron apresar los pies de Carter con un trozo de cuerda mientras que el otro lo inmovilizó con sus cuatro poderosas manos.
Carter dobló las piernas bajo el vientre del mono con el que luchaba. Un poderoso empujón envió a la criatura por el aire para caer gruñendo y desvalido sobre el musgo. Como un banth acorralado, Carter se puso en pie y pegó la espalda contra el muro, esperando el ataque del trío mientras desnudaba su espada.
Eran poderosas bestias de tres metros de alto con largas y blancas pelambres cubriendo sus cuerpos. Cada uno estaba equipado con cuatro musculosos brazos que terminaban en tremendas manos armadas con afiladas y enormes garras. Entrechocaban los colmillos y gruñían agresivamente mientras se acercaban al terrestre.
Carter esperó, y cuando las bestias se acercaron, sus poderosos músculos terrestres le alzaron por el aire sobre las cabezas de los monos. La pesada hoja del terrestre, impulsada por todo el poder de sus músculos, golpeó una de las cabezas bajo él, partiendo por la mitad el cráneo. Carter cayó sobre el musgo y volviéndose, se preparó para recibir a los dos monos restantes, que saltaron hacia él de nuevo. Se escuchó un aullido lleno de ira cuando la espada del terrestre se hundió en uno de los salvajes corazones.
Cuando el monstruo se derrumbó sobre el musgo el terrestre liberó su espada.
En aquel momento, la otra bestia se volvió y huyó aterrorizada, sus ojos brillaron en dirección a Carter en medio de la oscuridad mientras corría por un pasillo del edificio adyacente. El terrestre habría jurado que pudo oír que su propio nombre salía de la garganta del gran mono mezclado con un adusto gruñido mientras huía.
El terrestre acababa de levantar su espada cuando notó un ligero golpe de viento sobre su cabeza. Algo indefinido se movía hacia él.
De pronto se vio sujeto por la cintura y a continuación, algo lo alzó dos metros en el aire. Sin respiración, Carter observó la cosa que atenazaba su cuerpo. Era tan callosa como la piel de un arbok. Tenía largos cabellos como las raíces de un árbol y se retorcían sobre duras escamas.
III
JOOG, EL GIGANTE
John Carter se encontró frente a una monstruosa cara. Desde la coronilla de su peluda cabeza hasta el extremo de su espesa barba, la cabeza mediría tres metros completos. Una nueva monstruosidad se había instalado en Marte. Comparada con los edificios cercanos, la criatura podría medir unos diez metros de alto.
El gigante elevó a Carter sobre su cabeza y lo agitó; a continuación echó la cabeza hacia atrás y emitió una odiosa y hueca risa. Sus dientes aparecían entre los labios como pequeñas montañas. Iba vestido con una chocante túnica que caía en sueltos pliegues sobre sus caderas, pero que dejaba sus piernas y brazos libres. Con la otra mano se golpeaba el poderoso pecho.
—Yo, Joog, Yo, Joog —repetía continuamente entre risas mientras agitaba a su víctima—. ¡Yo puedo matar! ¡Yo puedo matar!
Joog el Gigante comenzó a caminar. Se abría camino cuidadosamente por entre las estrechas calles, rodeando algunas veces un edificio que era demasiado alto para pasar por encima.
Finalmente se detuvo ante un palacio parcialmente arruinado, al que las acometidas del tiempo sólo habían difuminado levemente su belleza. Enormes masas de moho y enredaderas cubrían la mampostería ocultando los cimientos.
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