Con un rápido movimiento Joog el Gigante introdujo a John Carter a través de una alta ventana en la torre del palacio.

Cuando Carter notó que la presa del gigante había cesado, se relajó completamente. Golpeó el suelo de piedra con el cuerpo hecho un ovillo, protegiéndose la cabeza con los brazos. Mientras permanecía tendido en la profunda oscuridad del lugar donde había caído, el terrestre escuchó recuperando el aliento.

Durante un tiempo no escuchó sonido alguno; luego comenzó a oír el pesado resoplar de Joog tras las ventanas. Una vez más, los músculos de Carter reaccionaron ante la ligera gravedad de Marte y le enviaron hasta el alféizar de la ventana desnuda. Allí se colgó y vio de nuevo la enorme y odiosa cara del gigante.

—Yo, Joog. Yo, Joog —murmuraba—. ¡Puedo matar! ¡Puedo matar!

El aliento del gigante llegó hasta Carter como una llama de fundido azufre. No había escape alguno a través de aquella ventana. Saltó de nuevo al suelo. Esta vez comenzó un lento recorrido circular por la habitación, pegándose a las pulidas paredes de ersita. El suelo de piedra estaba lleno de cascotes. Carter oyó el siniestro siseo de una araña marciana cuando rompió su tela.

Tras recorrer los muros durante lo que le parecieron largas horas, no halló nada. Entonces, de repente, el mortal silencio fue roto por el grito de una mujer que llegaba desde alguna parte del edificio.

John Carter notó cómo la piel se le enfriaba. Había reconocido la voz de Dejah Thoris.

De nuevo saltó hacia la débil luz que recortaba la ventana. Miró fuera con cautela. Joog estaba tumbado sobre su espalda entre los cascotes y respiraba como adormilado, mientras su enorme pecho se alzaba dos metros con cada inspiración.

En silencio inició su camino a través del reborde que comenzaba en la ventana y desaparecía entre las sombras de una vecina torre. ¡Si pudiera llegar hasta aquella sombra sin despertar a Joog!

Casi había conseguido llegar a su objetivo cuando Joog gruñó brutalmente.

Había abierto un gran ojo. Una vez más le agarró y, levantándolo por un pie, lo arrojó de nuevo a través de la ventana.

Débilmente, el terrestre resbaló por el muro de su oscura celda y se tumbó contra él. Aquel grito llenaba su mente. Estaba atormentado por la idea de que Dejah Thoris pudiera estar en peligro. ¿Y dónde estaba Tars Tarkas? Pew Mogol podía haberle capturado también. Carter se puso en pie.

Uno de los bloques de ersita tras él se había movido. Esperó. Nada sucedía. Cautelosamente, se aproximó a la roca y la golpeó con los pies. El bloque se movió suavemente hacia dentro. Carter empujó la piedra con todas sus fuerzas. Centímetro a centímetro la movió hasta dejar finalmente un hueco por el que hacer pasar su cuerpo.

Se halló en una completa oscuridad, pero sus dedos le revelaron que era un pasadizo entre dos muros. Quizás se tratara de un camino que le llevara fuera de su prisión.

Con gran cuidado devolvió la pesada piedra a su lugar, no dejando ninguna huella de su huida de la habitación. El pasillo en el que se encontró era muy bajo, por lo que se arrastró con manos y rodillas.