Los intervalos ejecutados por los instrumentos eran locamente extraños y sugerían imágenes de gatos sobre las tejas nocturnas, tan velozmente subían los crescendos, tan bruscamente se precipitaban los disminuendos en las notas más graves, y tan loco, confuso y discordante resultaba el total. Pero, al mismo tiempo, de la melodía se desprendía una dulzura plañidera; y, por otra parte, las discordancias de los instrumentos eran tan singulares que no herían su sentido musical como hubiera hecho, por ejemplo, un violín desafinado.
Durante largo rato estuvo escuchando, con total abandono de sí mismo; y luego volvió lentamente a la posada, envuelto en el crepúsculo y en el aire que se iba volviendo frío.
–¿No sintió usted ninguna alarma? – interrumpió brevemente el doctor Silence.
–Nada en absoluto -dijo Vezin-; pero, ya sabe usted, era todo tan fantástico y encantador que me quedé profundamente impresionado. Quizá demasiado -continuó explicando amablemente- y entonces quizá fuera esta violenta impresión, causa predisponente para otras impresiones que fui recibiendo luego; pues mientras regresaba a la posada, el hechizo del lugar empezó a apoderarse de mí de una docena de maneras, y todas ellas distintas. Hubo otras cosas que ni aun entonces me pude explicar.
–¿Quiere usted decir incidentes?
–No, casi no fueron ni incidentes. Se fueron superponiendo en mi mente un tropel de vividas sensaciones que no pude desentrañar. Acababa de ponerse el sol, y los viejos y destartalados edificios recortaban siluetas mágicas sobre un rojo y dorado cielo opalescente. La oscuridad se derramaba por las callejuelas retorcidas. La colina estaba ceñida en todo su contorno por un oscuro mar, cuyo nivel crecía con las tinieblas. El encanto de una escena como ésta, ya sabe usted, puede llegar a ser muy grande; y así lo fue aquella noche para mí. Sin embargo, me di cuenta confusamente de que lo que yo sentía no estaba directamente relacionado con el misterio y maravilla de la escena.
–Es decir, las sutiles transformaciones del espíritu no provenían únicamente de la belleza -indicó el doctor al notar que vacilaba.
–Exactamente -prosiguió Vezin, animándose de nuevo y sin miedo ya de que nos riéramos a su costa-. Mi sensación procedía de alguna otra cosa. Por ejemplo, al bajar por la bulliciosa calle principal, donde hombres y mujeres regresaban alegremente del trabajo a casa, compraban cosas en puestos y tenderetes, y charlaban ociosamente formando grupitos, vi que yo no despertaba el menor interés y que nadie se fijaba en mí como forastero y extranjero. Era totalmente ignorado y mi presencia entre ellos no excitaba ningún interés especial o atención.
"Y entonces, completamente de repente, me vino la convicción de que esa indiferencia y falta de curiosidad eran sencillamente fingidas. Todo el mundo, sin duda de ninguna clase, me estaba espiando furtivamente. Cada movimiento que yo hacía era advertido y observado. Su indiferencia no era sino fingida, cuidadosamente fingida.
Hizo una pausa para ver si nos reíamos de él; luego continuó, tranquilizado.
–Es inútil preguntarme cómo me di cuenta de esto, porque, sencillamente, no puedo explicarlo. Pero el descubrirlo me produjo una gran impresión. Antes de llegar a la posada, sin embargo, hubo otra cosa que se me metió irresistiblemente en la imaginación y que no pude por menos de reconocer como cierta. Y también ésta, lo digo desde ahora mismo, era igualmente inexplicable. Quiero decir que no puedo hacer más que relatar el hecho, el hecho tal como me sucedió.
El hombrecillo se levantó del sillón y se quedó en pie, sobre la alfombra y ante el fuego. Su timidez desaparecía por momentos, a medida que se perdía de nuevo en la magia de la vieja aventura. Incluso sus ojos le brillaban al hablar.
–Bien -prosiguió, levantando, en su excitación, su débil vocecilla-; cuando se me ocurrió por primera vez, acababa de entrar en una tienda… aunque me figuro que la idea llevaría ya un buen rato fraguándose subconscientemente antes de aparecérseme en tan súbita y completa madurez. Estaba comprando unos calcetines, me parece -rió-, y luchando con mi detestable francés, cuando me di cuenta de que a la mujer de la tienda le importaba un comino el que yo comprase o dejara de comprar. Le tenía sin cuidado vender o no vender. Lo único que hacía allí era simular vender.
"Esto quizá les parezca un incidente demasiado trivial y caprichoso para edificar sobre él todo lo que sigue. Pero en la realidad no tuvo nada de trivial. Quiero decir que fue la chispa que prendió el reguero de pólvora que llegó a producir el enorme incendio de mi mente.
"Me acababa de dar cuenta, de repente, de que la realidad de aquel pueblo era muy otra de la que había visto yo hasta entonces. Las actividades verdaderas y los intereses auténticos de la gente eran otros y muy distintos de lo que parecía. La realidad de sus vidas quedaba oculta en algún lugar invisible, detrás del escenario. Su bullicio y actividad no eran sino apariencia externa, que enmascaraba sus verdaderas intenciones.
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