¡Ojalá hubiera podido entender aquella larga frase que terminara, tan extrañamente, con un "a cause du sommeil et a cause des chats"! Se preguntaba cuál habría podido ser su exacto significado.
Mientras tanto, le había dominado por completo la afelpada calma de la ciudad, e intentaba en medio de aquella paz y tranquilidad, descubrir dónde residía el misterio y en qué consistía. Pero su limitación en el idioma y su constitucional aversión a las investigaciones activas, le impidieron abordar a la gente y hacerles preguntas directas. Se contentaba con observar, vigilar y permanecer en estado negativo.
El tiempo siguió siendo tranquilo y neblinoso, y esto le ayudó. Vagabundeó por la ciudad hasta que conoció cada calle y cada paseo.
La gente le permitía ir y venir sin obstaculizarle ni estorbarle; pero, cada día que pasaba, se le hacía más evidente que no dejaban de vigilarlo ni un momento. El pueblo le espiaba como el gato espía al ratón. Y él no consiguió adelantar ni un paso hacia el descubrimiento de por qué estaban todos tan atareados ni por dónde discurría la corriente real de sus actividades. Todo esto permanecía en tinieblas. La gente era tan suave y misteriosa como los gatos.
Pero que estaba continuamente bajo vigilancia, se le fue haciendo más evidente de día en día.
Por ejemplo, cuando iba, dando un paseo, hasta el extremo último del pueblo y allí entraba en un verde jardincillo público, bajo las murallas, y se sentaba a tomar el sol en uno de sus vacíos bancos, se veía completamente solo… al principio. No estaba ocupado ningún otro asiento; el parque estaba desierto; los caminos, vacíos. Sin embargo, al cabo de unos diez minutos de su llegada, había ya muy bien veinte personas diseminadas a su alrededor, unas paseando sin rumbo fijo por los senderos de grava o contemplando las flores, y otras sentadas en los bancos de madera, tomando agradablemente el sol. Ninguna de ellas parecía reparar en él; a pesar de esto, comprendía perfectamente que habían ido allí a espiarle. Le mantenían sometido a estrecha vigilancia. En la calle le habían parecido bastante atareados y activos; sin embargo, ahora parecían haberse olvidado súbitamente de sus obligaciones y ya no tenían nada que hacer sino descansar ociosamente al sol, sin acordarse para nada de sus trabajos y quehaceres. Cinco minutos después de irse él, el jardín volvía a quedar desierto, los asientos vacíos. Pero, en cambio, en la calle, ahora repleta de gente atareada, sucedia lo mismo; nunica estaba solo. Siempre estaban ocupándose de él.
Poco a poco, además, fue empezando a comprender de qué modo tan inteligente lo espiaban, que no lo parecía. La gente aquella no hacía nada de una manera directa. Actuaban de un modo oblicuo. Se rió para sus adentros cuando expresó esta idea, circunscribiéndola en palabras, pero la verdad es que esta frase lo describía con exactitud. Le miraban desde ángulos desde los cuales, lógicamente, sólo se hubiese podido dirigir la vista hacia otro sitio muy distinto. Sus movimientos, además, eran oblicuos en todo lo que se refería a él. Era evidente que las cosas rectas, directas, no les gustaban. No hacían nada con claridad. Cuando entraba a comprar algo en una tienda, la mujer se iba rápidamente al extremo lejano del mostrador y alli se ponía a hacer cualquier cosa; sin embargo, le contestaba inmediatamente -en cuanto él decía algo, demostrando con ello que se había dado perfecta cuenta de su presencia, y era ésta únicamente su manera de atenderle. Era la actitud del gato la que adoptaban. Incluso en el comedor de la posada, el camarero, cortés y bigotudo, flexible y silencioso en todos sus movimientos, parecía incapaz de llegarse directamente hasta su mesa para atender un encargo o llevar un plato. Iba haciendo zigzags, indirectamente, vagamente, de manera que parecía estar yendo a cualquier otra mesa, sólo que de pronto, en el último momento, se volvía y ya estaba allí junto a él.
Vezin sonreía de una forma singular al describir cómo fue empezando a darse cuenta de estas cosas. No había más turista que él en la hospedería, pero recordaba que uno o dos viejos del pueblo iban allí a tomar su déjeuner y a cenar; y también recordaba cuán fantásticamente entraban en el comedor, en actitud similar a la de todos los demás. Primero se detenían en el umbral de la puerta, atisbando la habitación; luego, después de una cuidadosa inspección, entraban de lado, por así decir, pegados a la pared de tal manera que Vezin nunca sabía a qué mesa se estarían dirigiendo; y, en el último momento, casi se abalanzaban hacia sus respectivas sillas. Y de nuevo esto le sugirió las maneras y métodos de los gatos.
También le llamaron la atención otros pequeños incidentes que ocurrían por todas partes en aquel pueblo extraño y sigiloso, de vida indirecta, amortiguada.
1 comment