Esta autonomía de la ficción significa el rechazo de una literatura militante. La libertad del lector, que con su colaboración debe concluir la obra, goza aquí del mayor respeto. En La casa verde —señala J. M. Oviedo—, «el acontecer se presenta siempre en perspectiva y no a partir del ángulo visual privilegiado de un narrador omnisciente; por eso su lectura es un acto de creación y exige un sujeto atento, activo y sensible a los variables registros y texturas que el libro le propone».
La educación sentimental y La casa verde coinciden en un punto esencial: la escena final de la novela de Flaubert, en la que se evoca el recuerdo de la «casa de la Turca». Su importancia viene subrayada por el lugar que ocupa dentro de la estructura de la novela. Mientras las dos primeras partes de La educación sentimental se componen de seis capítulos cada una, esa simetría se rompe en la tercera parte con la adición de un séptimo capítulo, especie de epílogo que narra el reencuentro de los dos amigos que exhuman sus recuerdos de juventud, años de colegio, sueños juveniles y la visita a la «casa de la Turca», una aventura frustrada como sus propias vidas, que hace del fracaso el tema principal de la novela de Flaubert.
Aunque la «casa de la Turca» desempeña un papel fundamental como punto de fuga de los acontecimientos, en la novela de Flaubert, su presencia en escena se reduce a unos pocos párrafos, apenas una página de la edición Garnier Flammarion. En la novela de Vargas Llosa, por el contrario, no sólo da título a la obra, sino que es uno de los escenarios fundamentales de la acción. Vargas Llosa, lo mismo que Flaubert, ve derrumbarse la imagen mítica que su mente infantil se había forjado de la «casa verde», cuando la conoce por dentro. Pero esta imagen mítica es evocada en la novela de Vargas Llosa no por un narrador aislado, sino a través de los recuerdos, fantasías, chismes y embustes de los habitantes del pueblo.
Toda la historia de la «casa verde», esa serie de episodios que conforman el nivel mítico de la novela, según escribe el propio autor, «están vistos a una cierta distancia y siempre a través de un intermediario, de una conciencia colectiva que filtra, diluye, poetiza los hechos, distorsionándolos sin duda, mitificándolos: irrealizándolos».
Este doble aspecto de La casa verde responde a un doble sistema de imágenes en torno al cual se estructura el significado. José Luis Martín subraya la figura simbólica «reptil verde» a partir de las metáforas animales «fosforescente reptil», «piel esmeralda», «reflejos escamosos», que designan la «casa verde». El reptil verde encarna lo demoníaco infernal, lo corrupto; lo verde caracteriza también la selva pura y virgen en un principio, que se ha transformado en selva putrefacta y destruida. Éstas son las que pueden considerarse connotaciones negativas, pero también se encuentran connotaciones positivas en la «casa verde»: la luz, «ese resplandor diurno»… que teñía la arena de alrededor y hasta alumbraba el puente; la música, que rompía en su interior al comenzar la tarde y duraba toda la noche…
El color verde como recuerdo de la selva y encarnación de lo vegetativo, símbolo de la vida frente al amarillo del desierto, de la negación de la vida. «Alrededor de ese eje (la “casa verde”) —escribe J. M. Oviedo— giran vida y muerte, placer y pecado en Piura». La «casa verde» queda como símbolo ambivalente, encarnación de la naturaleza y, al mismo tiempo, fenómeno de la «civilización», aunque Vargas Llosa no comparte la teoría del buen salvaje corrompido por la civilización cristiana.
La casa verde intenta realizar el ideal flaubertiano de autonomía de la ficción, justamente en la oposición «barbarie» frente a «civilización»: «Vargas Llosa no moraliza, ni siquiera denuncia; el narrador no toma participación; muestra y deja que el lector decida» —dice J. Roy en La historia secreta. El río de la selva peruana tiene su correspondiente en el Sena, por el que Frédéric regresa a casa de su madre, en el primer capítulo de la novela y que reaparece en el último al hablar del establecimiento de la Turca, situado a orillas del agua. En ambas novelas el río es un elemento estructural en torno al cual se organiza la narración. El río es un símbolo del tiempo que fluye; pero las situaciones, los gestos se repiten. En la novela de Flaubert, como ha señalado Bruneau, motivo y resultado, causa y efecto ya no se hallan en una relación forzosamente lógica: el azar determina con frecuencia los hechos. En el balance que hacen de sus vidas al final de la novela Frédéric y Deslauriers, achacan su fracaso al azar, las circunstancias, la época en que han nacido. El azar se convierte, paradójicamente, en el único principio unificador de sus trayectorias vitales. También en La casa verde el lector descubre la vida de los protagonistas como una secuencia de acontecimientos aislados sin relación alguna entre sí, como una acumulación casual de hechos y experiencias. El orden cronológico tradicional de la narración en la novela de Vargas Llosa se rompe al contar el autor cinco historias paralelas, pero sobre distintos planos temporales. El resultado es que no hay un hilo conductor, fino y lineal, sino, como dice J. L. Martín, un «texto» en el sentido etimológico de la palabra que intenta abarcar la totalidad.
A pesar de las analogías entre La casa verde y La educación sentimental, hay que subrayar una diferencia fundamental entre ambas novelas. En una y en otra fracasan todos los personajes pero en Flaubert son ellos mismos los que cargan con su propio fracaso, por su cobardía, su mediocridad y su falta de voluntad.
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