La Mariscala, Rosanette, gorda, desconocida, había enviudado de un tal Oudry.

Los dos amigos habían fracasado. Uno soñaba con triunfar en el amor; otro ambicionaba el poder. ¿Cuáles eran las causas de sus fracasos? El azar, las circunstancias.

Y reviven el recuerdo de sus años de colegio, de las vacaciones y de la visita a la «casa de la Turca».

EL ESPAÑOLISMO DE FLAUBERT

Flaubert, como tantos otros escritores franceses del siglo XIX, se sintió fuertemente atraído por todo lo relacionado con España. Los románticos franceses se inspiraron en nuestra historia y en nuestra literatura y muchos de ellos viajaron por nuestro país, como Chateaubriand, Víctor Hugo, George Sand, Mérimée, Théophile Gautier. Flaubert sólo pasó una tarde entre Fuenterrabía e Irún, con ocasión del viaje que hizo a los Pirineos y a Córcega en 1840, recién terminado el Bachillerato. La relación que hace de su breve paso por España se apoya en los mismos tópicos utilizados por la mayoría de los viajeros románticos. También él describe con frases apasionadas las impresiones que recibe en nuestro país:

Ayer estuve en España, he visto España, y estoy muy contento de ello, quisiera vivir allí, me encantaría ser arriero (pues he visto un arriero), acostarme, dormirme sobre mis muías y escuchar sus campanillas en los desfiladeros de las montañas; mi canción morisca se propagaría repetida por el eco.

Con la precisión de un fiel reportero describe lo que ha visto, un rayo de sol que inunda de luz las ruinas de Fuenterrabía, su iglesia donde mujeres enlutadas asisten a una misa de difuntos, el cielo azul y radiante, una voz fresca de muchacha que canta un bolero, pescadores de elevada estatura que le muestran con orgullo las huellas de las guerras carlistas, y la estampa pintoresca de los chiquillos que se precipitan a recoger las monedas que les había echado al suelo. Este breve contacto con España deja en el joven Flaubert una extraordinaria impresión, que resume en estas frases:

¡Qué hermoso país es España! Se le ama desde que se pone el pie en él y se echa de menos al dejarlo.

Pero, además, Flaubert sintió una gran curiosidad por nuestra cultura. Desde niño conoció El Quijote, que no dejó de leer a lo largo de toda su vida, en traducción francesa. La correspondencia del escritor abunda en alusiones a nuestros clásicos: Cervantes, Santa Teresa, Calderón, Lope de Vega; a personajes y episodios del Quijote: Sancho Panza, Dulcinea, Cardenio, Dorotea, El Curioso Impertinente. También le son familiares nuestros grandes pintores Ribera, Velázquez, Murillo, Goya. Los caprichos de Goya y La infanta Rosa de Velázquez aparecen citados en La educación sentimental. Una Virgen de Murillo que vio en un museo italiano le causó una impresión imborrable: «He visto una Virgen de Murillo (en la galería Corsini) que me persigue como una perpetua alucinación». No es aventurado pensar que este cuadro de nuestro pintor hubiese inspirado al novelista para el retrato que hace de la señora Arnaux.

La imagen que Flaubert tiene de España es, pues, el resultado de sus lecturas de nuestros clásicos y de los tópicos difundidos por los viajeros franceses que visitaron nuestro país; pero el españolismo del novelista nos parece comparable al de Victor Hugo o al de Stendhal.

También La educación sentimental abunda en alusiones a España. Frédéric, fascinado por la serena belleza de Madame Arnoux, a quien encuentra en el barco, la supone de origen andaluz. Es, sin duda, la imagen de Andalucía la que aparece con más frecuencia en la novela, pero también se encuentran referencias históricas a Carlos V, a Felipe II, a la «Camarilla», episodio de la historia española que tuvo lugar en época de Flaubert, y a los mártires de la revolución española, evocados por un patriota de Barcelona que pronuncia un discurso en un club revolucionario de París.

Haría falta todo un trabajo serio que estudiara la influencia que sobre Flaubert ejercieron nuestros clásicos, especialmente Cervantes, uno de los escritores más citados por el novelista junto con Homero, Shakespeare y la Biblia. Es suficientemente conocida la influencia del Quijote sobre Madame Bovary, objeto de estudio de críticos españoles. El final de Don Quijote y el de La educación sentimental no dejan de tener cierto parecido.

«LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL» EN LA LITERATURA ESPAÑOLA

Tratamos de exponer aquí, en rápida ojeada, las semejanzas que esta novela de Flaubert presenta con otras novelas españolas posteriores, sin pretender establecer relaciones de filiación entre éstas y aquélla.

Sin duda alguna, la literatura extranjera más conocida en España en el siglo XIX era la francesa. Nuestros escritores están atentos a cuanto allí se escribe o se traduce y de ello nos da buena muestra la Condesa de Pardo Bazán en sus crónicas de París.

Flaubert y Galdós

La educación sentimental, publicada en 1869, se tradujo pronto al español, pero es posible que escritores como Galdós, Valera y Pereda la leyeran en francés antes de su traducción española, según parece deducirse del análisis que hacemos a continuación. En la biblioteca de Galdós figura la mayor parte de las novelas de Flaubert, pero no La educación sentimental.

Galdós es un apasionado de la medicina y en sus novelas aparecen frecuentemente médicos en escena. La enfermedad es uno de los resortes esenciales de las historias que nos cuenta en Gloria, Marianela y La familia de León Roch.

Flaubert es hijo y hermano de médicos y siente una curiosidad casi profesional por cuanto se relaciona con la medicina. En Madame Bovary, Charles, el marido de Emma, ejerce de médico rural y muchas escenas de la novela tienen al médico como personaje central; lo mismo ocurre en La educación sentimental. Pero además, en los borradores de sus novelas se encuentran una serie de notas con detalles precisos sobre sintomatología y tratamiento médico o quirúrgico de enfermedades, lo cual revela el espíritu científico que el escritor compartía con su familia.

La familia de León Roch de Galdós, publicada en 1878, nueve años después de La Educación Sentimental de Flaubert, tiene una escena que parece calcada de otra semejante de la novela de Flaubert. En el capítulo IV de la segunda parte de la novela de Galdós, la niña de Pepa Fúcar, Monina, está atacada de difteria, enfermedad casi mortal en la época. El novelista describe con precisión extrema la evolución de la enfermedad, y, con gran emoción, la lucha de la madre y del médico, a quienes se asocia León Roch, para salvar la vida de la niña. En el momento en que se disponían, como recurso extremo, a practicar la traqueotomía, la niña se salva milagrosamente, expulsando las falsas membranas.

En el capítulo VI de la segunda parte de La educación sentimental hay un episodio análogo: el pequeño Eugéne, el hijo de Madame Arnoux, padece difteria; parece desahuciado sin remedio, y la expulsión espontánea de las falsas membranas le devuelve instantáneamente la respiración normal.

No parece verosímil una coincidencia tan exacta de tema y circunstancias. Los comentaristas cuentan que Flaubert, que había ido al hospital a presenciar una operación de traqueotomía, no aguantó hasta el final y por eso prefirió una curación extraordinaria. En la novela de Galdós, el médico se resiste a intervenir a una niña de dos años, considerando la operación casi como un asesinato, y cuando empiezan los preparativos se produce el milagro. Parece que también a Galdós le asusta la traqueotomía o tal vez le resultó más cómoda la solución de Flaubert.

Hay analogía de tema, pero diferencias en el trato. Galdós le dedica doce columnas en la apretada impresión de la edición Aguilar, mientras Flaubert, apenas dos columnas, una sola página de la edición «l’Intégrale», de un formato parecido al de la citada edición española.