El joven protagonista inexperto que procede de la provincia va a la metrópoli politicamente inquieta y vuelve resignado a su punto de partida después de fracasar todos sus planes de actuación pública. En contra de Flaubert, que no declara sus preferencias, Pereda se manifiesta claramente a favor de la vida del campo.
Pero, además de la concordancia de fondo, se encuentran detalles paralelos en ambas novelas. Pedro es educado sólo por su padre, que también hace el papel de protector. Pereda hace participar a su protagonista en la revolución de 1854, cuyos impulsos reformistas no llegaron muy lejos. Pedro, como Frédéric, aparece en los clubes revolucionarios participando en las discusiones con discursos exaltados, pero ambos adoptan una actitud negativa ante los sucesos revolucionarios. La figura de Dussardier en La educación sentimental tiene paralelo con la de Serafín Balduque en la novela de Pereda. También él encuentra en las barricadas una muerte absurda.
También Pereda concibe la vida de su protagonista como una sucesión de relaciones amorosas, tres en este caso; pero, como escritor católico, evita la representación de adulterios o de relaciones extramatrimoniales. También Pedro Sánchez, como Frédéric, pierde a su único hijo y vive, después de la muerte de su padre, solo y sin función alguna en la sociedad provinciana. La cuestión del dinero aparece ampliamente tratada y es para Pedro Sánchez, lo mismo que para Frédéric y Faustino, condición indispensable para la realización de sus planes, pero a ninguno de ellos les acerca a la meta una vez que lo han conseguido. También Pedro soporta un duelo que, como el de Frédéric, acaba sin drama. Se pueden también encontrar paralelos entre otros personajes de las respectivas novelas, como entre el señor Arnoux, con su poco diáfana conducta en los negocios, y el intrigante político Valenzuela, el suegro de Pedro.
Frédéric Moreau, Faustino y Pedro Sánchez coinciden en ser unos fracasados y este fracaso significa, en cuanto al pasado, la quiebra de la época romántica, que aspiraba a un total dominio intelectual y político, y, en relación con el presente, el proceso de desilusión de los intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX, que no estaban preparados para aceptar la realidad de la industrialización progresiva y el inevitable utilitarismo de la restaurada clase media.
Partiendo de posiciones ideológicas muy distintas y prescindiendo de toda dependencia literaria, los tres novelistas llegan a una conclusión idéntica: el fracaso de sus personajes, que nada tienen de héroes ante la realidad negativamente vista y políticamente intranquila de la capital. Los tres personajes fracasados se consideran víctimas de la sociedad y con su aislamiento quieren advertir a los demás de la tentación de querer cambiar el mundo en el sentido moderno. Por eso, las tres novelas pueden justamente calificarse como novelas de la desilusión.
Flaubert y Unamuno
Unamuno profesó una gran admiración por Flaubert, con quien se sentía plenamente identificado y del que fue asiduo lector. En su libro Andanzas y visiones españolas leemos lo siguiente:
Bajé, llegué a mi casa y me encontré con el primer volumen de las Obras completas de Gustavo Flaubert, que desde París me envía un amigo, rabioso flaubertiano. Contiene este primer volumen la correspondencia del gran hombre desde 1830 a 1850, es decir, desde sus nueve años hasta sus veinticinco años. ¡Pobre Flaubert! ¡Qué aguda, qué dolorosamente sintió la estupidez humana! ¡Cómo se dolió del burgués, el buen burgués satisfecho de sí mismo, que cada mañana, mientras toma su café con leche y su pan con manteca, se informa de las noticias de la víspera!… Y este hombre, en cuya alma repercutió más que en la de ningún otro la incurable tontería humana, acabó escribiendo aquel inmenso libro que se llama Bouvard et Pécuchet, la más amarga rechifla del progresismo. ¡La sociología! ¿Hay algo más horrendo, más grotesco, más bufo que eso que suelen llamar sociología? Hay en ella «californias de grotesco» que diría Flaubert. Todas las ramplonerías progresivas, todos los lugares comunes, parece se han refugiado en esa flamante sociología.
Este párrafo unamuniano refleja claramente la perfecta sintonía de ambos espíritus selectos y la común actitud pesimista que se observa en sus respectivas obras.
Pero además, en el tomo I de la Correspondance de Flaubert, edición de la Pléiade, leemos en la página xxx del prefacio de Jean Bruneau, las siguientes frases de Unamuno:
Lisez la correspondance de Flaubert, et vous verrez l’homme dont la terrible ironie est un cri de vaincu…, vous verrez l’homme dont la religión était celle du désespoir[3].
En estas frases condensa Unamuno su visión del hombre y del maestro con quien compartió opiniones y actitudes ante ciertos problemas de la sociedad.
Entre La educación sentimental de Flaubert y Niebla de Unamuno hay un parecido básico que la profesora Nancy Gray Díaz llama el tema de la «percepción» y que es el uso de imágenes relacionadas con la incapacidad para percibir verdades y realidades que hagan posible su desarrollo y su trascendencia propia. El fallo de percepción en la novela de Flaubert forma parte de la estupidez del burgués, mientras que en Unamuno la visión nebulosa es una tragicomedia metafísica. Pero ambos utilizan ampliamente la niebla, la nube, el humo, la neblina, las imágenes veladas para expresar, aludir y evocar el tema.
Al comienzo de La educación sentimental, Frédéric va a tomar el barco que le llevará de París a Nogent. Flaubert nos hace la siguiente descripción sugestiva y simbólica del ambiente en el muelle de embarque:
La gente llegaba sin aliento; barricas, cables, cestas de ropa dificultaban la circulación; los marineros no hacían caso a nadie; la gente se atropellaba; los paquetes eran izados entre los dos tambores y el bullicio se ahogaba en el ruido del vapor, que, escapándose por entre las planchas metálicas, envolvía todo en una nube blanquecina mientras que la campana, en la proa, tocaba sin cesar.
(I-I-37.)
Los barriles, los cables y los sordos marineros obstruían la llegada de los pasajeros, y el ruido y el humo obstruían los sentidos del oído y de la vista. Es éste un pasaje profético respecto a lo limitado y confuso de las percepciones de los personajes de la novela. El término percepción puede entenderse como conocimiento de algo a través de los sentidos, es decir, el conocimiento intuitivo, o puede significar el resultado de ese conocimiento o conciencia.
La educación sentimental nos presenta un mundo lleno de objetos innumerables, cuyos detalles son observados con esmero por Flaubert, quien, además, se preocupa por indicarnos el medio de luz o de sombra a través del cual se percibe cada escena. Por otra parte, el juego de luces y sombras añade lirismo a sus descripciones:
Estaban el uno cerca del otro, de pie, en el hueco de la ventana. La noche se extendía delante de ellos como un inmenso velo oscuro punteado de plata. Era la primera vez que no hablaban de cosas insignificantes.
(I-V-115.)
La educación sentimental se estructura en dos planos narrativos: los amores de Frédéric y los acontecimientos políticos de Francia en los años de 1840. Los personajes masculinos más importantes figuran en ambos planos. Las mujeres, especialmente la señora Arnoux, se mantienen al margen de los acontecimientos mundanos de la novela, tienen sueños, deseos y esperanzas que se irán frustrando, porque son incapaces de ver el mundo en su multiplicidad y en su totalidad para aceptarlo como es.
El amor de Frédéric por la señora Arnoux le ciega para ver lo que hay a su alrededor; por eso no hace nada importante en su vida, pero, al menos, conserva intacto el ideal del amor. Los otros personajes masculinos fracasan porque no tienen ningún ideal trascendente, excepto Dussardier, la única figura de héroe en la novela y el único idealista abnegado. El más ridículo de todos es Arnoux, que no ve nada y obra por impulsos.
Flaubert considera inferior a la masa del pueblo:
¿Quién sabe? ¿Acaso el Progreso no es realizable más que por una aristocracia o por un hombre? ¡La iniciativa viene siempre de arriba! ¡El pueblo es menor, digan lo que digan!
(III-III-389).
Cuando describe acontecimientos políticos, Flaubert emplea imágenes de oscuridad.
Tal vez, el más fuerte conjunto de imágenes y dificultades de percepción sea el siguiente:
De la chimenea del castillo subían enormes bocanadas de humo negro que soltaban chispas.
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