Arranqué un puñado de aquellas hierbas y lo deslicé en mi cuaderno. Temblaba, conmovido hasta el fondo del alma. Sobre el estanque el aire era gris, demasiado transparente y demasiado ondulante con el calor. El barómetro fijado a un poste no lejos de allí indicaba un descenso inquietante. En aquel contorno el silencio era absoluto. No se movía ni una brizna. Con los estores bajados, la villa parecía dormir, brillando con una blancura de tiza en una atmósfera de mortal entumecimiento. Súbitamente, como si aquel estancamiento hubiera llegado a su punto crítico, un fermento florido enturbió el aire, descomponiéndolo en pétalos abigarrados, en tornasolados aleteos.
Eran mariposas enormes y pesadas, ocupadas —en parejas— en los juegos del amor. Su agitación temblorosa, torpe, duró algunos instantes. Relámpagos de colores, se perseguían, se unían en vuelo. ¿O era sólo una fatamorgana surgida en el aire impregnado del olor a hachís? Blandí mi gorra y una mariposa aterciopelada vino a posarse en el suelo, con las alas temblorosas. La recogí. Una prueba más.
XXIV
He adivinado el secreto de ese estilo. Las líneas de esa arquitectura repetían desde hace tanto tiempo, con tanta voluptuosidad inoportuna la misma frase incomprensible que he acabado por descifrar el código, he desenmascarado la mistificación. En efecto, era una mascarada frágilmente urdida. En esas líneas rebuscadas y ágiles, de una distinción exagerada, hay un gusto demasiado picante, demasiado ardiente, un acento de frenesí, de calor o violencia —en una palabra—, algo de florido, colonial y desdeñoso. Sí, ese estilo tiene un regusto repugnante, es vicioso, alambicado, tropical y cínico en extremo.
XXV
Se comprenderá hasta qué punto me conmovió ese descubrimiento. Líneas alejadas se acercaban y se unían, convergían en aproximaciones inesperadas. Conmovido, le revelé a Rudolf mi descubrimiento. No mostró ninguna emoción. Incluso, con un movimiento de impaciente descontento, me acusó de exagerar, de fabular. Cada vez con más frecuencia me reprocha ser un mentiroso y un mistificador. Aunque aún siento alguna simpatía por él, dueño del álbum, sus estallidos de odio desbordando amargura contribuyen a alejarme. Pero no le hago ver que me hieren. Desgraciadamente dependo de él.¿Qué haría yo sin su álbum? Él lo sabe y se aprovecha de su superioridad.
XXVI
Ocurren demasiadas cosas esta primavera. Demasiadas aspiraciones, numerosas y exorbitantes ambiciones hacen estallar sus oscuras profundidades. Su expansión no conoce límites. Dominar esa empresa inmensa, desmesuradamente crecida, sobrepasa mis fuerzas. Queriendo descargar una parte del peso sobre los hombros de Rudolf, lo he nombrado co-regente. Naturalmente, anónimo.
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