Dejando escapar un suspiro abrió los libros de cuentas. Entonces comenzó a darme explicaciones sobre el estado de sus negocios. El nombre de Bianka no fue pronunciado ni una sola vez, aunque ella estuviese presente en cada una de nuestras palabras. Yo lo miraba sin protestar, con la misma sonrisa irónica aún en mis labios. Finalmente, agotado, se dejó caer en su sillón. «Usted es intratable —dijo como si hablara para sí mismo—, ¿qué quiere usted, verdaderamente?» Yo me puse a hablar con una voz sofocada, con un fuego contenido. Sentí que mis mejillas enrojecían. Repetidas veces pronuncié el nombre de Maximiliano y me di cuenta que a cada instante la palidez de mi interlocutor se acentuaba. Me contuve al fin, respirando entrecortadamente. Él, abatido, permanecía inmóvil. Ahora ya no vigilaba su rostro, súbitamente envejecido y fatigado. «Las decisiones que usted tome me dirán —concluí— si ha comprendido el nuevo estado de cosas y si está dispuesto a reconocerlo. Exijo hechos, sólo hechos...»
Extendió una mano temblorosa hacia la campanilla. Lo detuve con un gesto y, con el dedo sobre el gatillo de la pistola, salí sin dejar de mirarle. En el vestíbulo, el lacayo me tendió mi sombrero. Me encontré en la terraza inundada de sol, con los ojos aún llenos de oscuridad y vibraciones. Descendí la escalera sin volverme, triunfante y seguro de que ahora ningún cañón de fusil asesino me apuntaba detrás de uno de los estores cerrados del castillo.
XXXIX
Importantes asuntos, asuntos de Estado de la mayor trascendencia me obligan ahora a tener con Bianka frecuentes conferencias secretas. Me preparo escrupulosamente, trabajando hasta avanzadas horas de la noche en mi escritorio, sumido en todos esos problemas dinásticos de una naturaleza particularmente delicada. El tiempo pasa, la noche se detiene silenciosa en el halo de la lámpara delante de la ventana abierta, noche avanzada y solemne; cada vez más oscura, desamparada e impotente, lanza en mi ventana suspiros inefables. A largos y lentos tragos mi habitación aspira las malezas del parque, se llena de la oscuridad mezclada con las semillas de los granos que se esparcen en el aire, con los pólenes oscuros y las mariposas nocturnas de terciopelos silenciosos que sobrevuelan las paredes al ritmo de pánicos inaudibles. Las espesuras arboladas de los tapices se erizan de angustia, a través de las hojas de plata se deslizan pavores letárgicos, éxtasis, estremecimientos y terrores que colman la noche de mayo más allá de los márgenes de la medianoche. Su fauna de cristal, plancton ligero de mosquitos, me envuelve mientras que me inclino sobre mis papeles, intercala en el espacio su blanco bordado espumeante y precioso que la noche sigue tejiendo más allá de la medianoche. Saltamontes y efímeras, mariposas nocturnas de cristal, finos monogramas, arabescos imaginados por la noche, vienen a posarse sobre las páginas, cada vez más grandes y fantásticos, tan grandes como murciélagos, como vampiros, hechos del aire y la caligrafía. Por el visillo filigranea ese sensitivo bordado, invasión silenciosa de una blanca fauna imaginaria.
Una noche así, que ignora sus propios límites, hace que la noción de espacio pierda su sentido. Rodeado por esa danza como de derviches giradores de los insectos, con un fardo de papeles ya analizados bajo el brazo, doy algunos pasos en una dirección indeterminada, hacia el callejón sin salida de la noche cerrada por una puerta blanca, la puerta de la habitación de Bianka. Muevo el picaporte y entro en su casa como si pasara de una pieza a la otra. A pesar de eso, en el momento de franquear el umbral, los bordes de mi sombrero negro de carbonario[39] golpean contra el viento de una larga caminata, la seda de mi corbata atada en un nudo fantástico murmura en las corrientes de aire, aprieto contra mí el portafolios con el voluminoso dossier de documentos ultra secretos. Tengo la impresión, después de haber franqueado su vestíbulo, de entrar en el centro de la noche. ¡Qué profundamente se respira aquí! Esto es el núcleo, el corazón de la noche ahogada de jazmín. Aquí comienza entonces la verdadera historia.
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