Después de residir allí durante treinta años, insiste en que el clima es delicioso y declara que cuando hace un viaje a los Estados Unidos sufre de nostalgia. Es evidente que el Norte lo ha atrapado y lo tendrá bien sujeto hasta que muera. De hecho, para él, morir en otro lugar sería antiestético y poco sincero. De los tres pioneros «pioneros», sólo vive Jack McQuestion. En 1871, de uno a siete años antes de que Holt cruzase el paso de Chilcoot, McQuestion llegó al Yukón en compañía de Al Mayo y Arthur Harper, por la ruta de la compañía de la Bahía de Hudson, desde el Mackenzie hasta Fuerte Yukón. Los nombres de estos tres hombres y sus vidas van unidos a la historia del país, y, mientras existan historias y mapas, se recordarán los ríos Mayo y McQuestion, así como los pueblos de Harper y Ladue, cerca de Dawson. Como agente de la compañía Comercial de Alaska, McQuestion construyó en 1873 Fuerte Reliance, a seis millas más abajo del río Klondike. En 1898 este escritor conoció a Jack McQuestion en Minook, en el bajo Yukón. El viejo pionero, aunque canoso, estaba sano y fuerte, y tan optimista como cuando hizo su primer viaje a la tierra del Círculo Ártico. No hay hombre más querido en todo el norte. Dejará una gran tristeza cuando su alma indagadora cruce la Última Divisoria «más al norte», tal vez, ¿quién sabe?
Frank Dinsmore es un buen ejemplo de los hombres que levantaron el territorio del Yukón. Era un yanqui nacido en Auburn, Maine, al que la Wanderlust[3] había agarrado pronto por los talones, y a los dieciséis años se hallaba de camino hacia el oeste, con rumbo «más al norte». Buscó oro en las Black Hills Montana, y en Coeur d'Alene. Luego escuchó la llamada del Norte y subió hasta Juneau, en la frontera de Alaska. Pero el Norte seguía llamando cada vez con más insistencia, y no descansó hasta llegar a Chilcoot y a la misteriosa Tierra Silenciosa. Esto ocurrió en 1882, y siguió la cadena de lagos, bajando por el Yukón y subiendo por el Pelly, y probó suerte en las barras del río McMillan. En el otoño, hecho un esqueleto deambulante, volvió del Paso en medio de una tormenta, con una camisa desgarrada, un mono roto y un puñado de harina cruda.
Pero no tenía miedo. Ese invierno trabajó a jornal en Juneau y a la primavera siguiente se encontró con los talones de sus mocasines vueltos hacia el agua salada, de cara a Chilcoot. Esto se repitió la primavera siguiente, y la que siguió a ésta, hasta que en 1885 cruzó el Paso para siempre. No volvería hasta dar con el oro que buscaba.
Pasaron los años, pero permaneció fiel a su decisión. Durante once largos años, con raquetas de nieve y una canoa, un pico y una criba, escribió su vida en la superficie de la tierra. Buscó detenidamente oro en el alto, en el medio y en el bajo Yukón. Hacía la cama en cualquier parte. Ni en invierno ni en verano portaba tienda de campaña ni hornillo, y su manta de piel de liebre ártica, de seis libras de peso, era la cubierta más caliente que jamás le vieron. Su dieta consistía principalmente en «huellas de conejo y tripas de salmón», ya que dependía, en gran parte, de su rifle y de su aparejo de pescar. Su resistencia era tan grande como su valentía. Una vez levantó, en una apuesta, trece sacos de harina de cincuenta libras cada uno, y se fue caminando con ellos. Después de terminar un viaje de setecientas millas de hielo a cuarenta millas por hora, llegó al campamento a las seis de la tarde y halló que se estaba celebrando un baile. Debía estar agotado. De todos modos sus muclucs estaban helados, pero Se los quitó de una patada y estuvo bailando toda la noche en calcetines.
Mas, al fin, le llegó la suerte.
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