Aquí llevaba la factoría Joe Ladue, y aquí fue donde inicialmente Joe Ladue había abastecido de comida a Henderson. Éste contó su historia y una docena de hombres (todos los que había) desertaron de la factoría para marcharse al escenario del hallazgo. Henderson convenció también a una partida de buscadores de oro que se encaminaban al río Stewart para que renunciasen a su viaje y se fuesen a trabajar con él. Cargó su bote de provisiones, navegó corriente abajo por el Yukón hasta la desembocadura del Klondike y lo remolcó y remó contra corriente hasta llegar a Fondo Dorado. Pero en la desembocadura del Klondike conoció a George Carmack, y aquí es donde empieza la historia.
George Carmack era un squawman[5]. Se le conocía familarmente por el nombre de «Siwash George» —término despectivo que circulaba por su simpatía hacia los indios—. Cuando Henderson lo encontró, estaba pescando salmón con su mujer india y sus familiares en el lugar que luego se convertiría en Dawson, la dorada ciudad de las nieves. Henderson, rebosante de buena voluntad y con las manos abiertas, le contó a Carmack su hallazgo. Pero éste se sentía a gusto en su situación. No lo poseía el deseo imperioso de llevar una vida tan difícil. Los salmones le bastaban. Henderson, empero, lo animó a seguirle, hasta que, una vez convencido, se quiso llevar a toda la tribu con él. Henderson se negó a ello y le dijo que sus amigos de Sesenta Millas tenían preferencia sobre los siwashes. Y se rumorea que dijo algunas cosas nada agradables acerca de los siwashes.
A la mañana siguiente Henderson subió solo el Klondike hasta Fondo Dorado. Carmack, ya despierto, tomó un atajo a pie que conducía al mismo lugar. Acompañado de sus dos cuñados indios, Skookum Jim y Tagish Charley, subió por el arroyo Rabbit (llamado ahora Bonanza), cruzó Fondo Dorado y limitó su concesión, situada junto al descubrimiento de Henderson. Por el camino había sacado unas paladas de tierra en el arroyo Rabbit y le enseñó a Henderson sus resultados. Henderson le hizo prometer que, si encontraba algo a su regreso, le enviaría a uno de los indios con la noticia. Henderson accedió asimismo a pagarle sus servicios, pues presentía que se hallaba tras la pista de algo grande y quería estar seguro de ella.
Carmack regresó por el arroyo Rabbit. Mientras dormitaba a su orilla, a una media milla más abajo de la desembocadura de lo que más tarde se conocería como Eldorado, Skookum Jim probó suerte y sacó entre diez centavos y un dólar por criba en excavaciones superficiales. Carmack y su cuñado deslindaron las zonas altas de Cuarenta Millas, cumplimentaron las concesiones ante el capitán Constantine, y rebautizó el arroyo con el nombre de Bonanza. Se olvidaron de Henderson. No le llegó ni una palabra. Carmack había roto su promesa.
Semanas más tarde, cuando Bonanza y Eldorado estaban deslindados de punta a punta y ya no quedaba terreno libre, una expedición de tardíos cruzó la divisoria hasta Fondo Dorado, donde todavía trabajaba Henderson. Cuando le dijeron que venían de Bonanza, se quedó perplejo. Nunca había oído hablar de semejante lugar. Pero, cuando se lo describieron, reconoció en él al arroyo Rabbit. Luego le hablaron de sus maravillosas riquezas, y según la versión de Tappan Adney, cuando Henderson se percató de lo que había perdido por la traición de Carmack, «arrojó la pala y se sentó en la orilla tan apesadumbrado, que tardó cierto tiempo en recuperar el habla».
Quedaba el resto de los veteranos, los hombres de Cuarenta Millas y de Circle City. Cuando dieron con el hallazgo, casi todos ellos estaban al oeste, trabajando en las viejas prospecciones o buscando otras nuevas. Como ellos mismos decían, eran el tipo de hombres que siempre los cogía con el tenedor cuando llovía sopa.
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