Al mismo tiempo se escuchan las provocaciones de, la rival, y conociendo su destino y su deber real aun antes de haber podido lanzar una mirada a la existencia, y saber lo que es uina colmena, la otra contesta heroicamente. desde el fondo de su cárcel. Pero como su grito tiene que atravesar las pared de una tumba, es muy diferente del de la reina, sofocado, cavernoso, y el criador de abejas que, se acerca al caer la tarde, cuando los ruidos se adormecen en la campiña y se eleva el silencio de las estrellas, o interroga la entrada de las ciudades maravillosas, reconoce y comprende lo que anuncia el diálogo de la virgen que vaga y de las vírgenes cautivas.
VIII
Esta prolongada reclusión es, por otra parte, favorable a las jóvenes abejas que salen de, ella ya maduras, vigorosas y prontas para tender el vuelo. Además, la espera ha fortalecido a la reina libre, y la ha colocado en condiciones de afrontar los peligros del viaje. El se gundo enjambre, o enjambre secundario abandona entonces la colmena, llevando a la cabeza a la primogénita, de las reinas. Inmediatamente después de su salida, las obreras que han quedado en la colmena, dan libertad a una de las prisioneras, que repite las mismas mortíferas tentativas, lanza los mismos gritos de cólera, para abandonar la colmena a su vez, tres días más tarde, a la cabeza del tercer enjambre, Y así sucesivamente, en caso de fiebre de enjimbrazón, hasta el agotamiento completo de, la ciudad madre.
Swammerdam cita una colmena que, con sus enjambres y los enjambres de sus enjambres, produjo treinta colonias en una sola estación.
Esta multiplicación extraordinaria se observa especialmente después de los inviernos desastrosos, como si las abejas, siempre en contacto con las voluntades secretas de, la Naturaleza, tuvieran conciencia del peligro que amenaza a la especie. Pero en épocas normales esa fiebre es bastante rara en las colmenas fuertes y bien gobernadas. Muchas enjambran sólo una vez, algunas no enjambran siquiera.
Por lo común, después de la primera enjambrazón, las abejas renuncian a dividirse más, sea porque noten el debilitamiento excesivo de la casta, sea porque una perturbación del cielo les aconseje la prudencia. Permiten entonces que la tercera reina asesine a las cautivas, y la vida ordinaria se reanuda, y reorganiza con tanto más ardor cuanto que casi todas, las obreras son muy jóvenes, la colmena está empobrecida y despoblada, y hay grandes vacíos que llenar antes del invierno.
IX
La salida del segundo y del tercer enjambres se parecen a la del primero, y todas las circunstancias son semejantes, salvo que en éstos las abejas son menos numerosas, la tropa menos circunspecta y sin exploradores, y que la joven reina, virgen, ardiente y ligera, vuela mucho más lejos, y desde la primer etapa arrastra a su gente a gran distancia de la colmena. Agréguese que esta segunda y tercera emigración son mucho más temerarias, y que la suerte de, esas colonias errantes es bastante azarosa. No tienen a su cabeza, representando el porvenir, más que una reina infecunda. Todo su destino depende del vuelo nupcial que va a realizarse. Un pájaro que pase, unas gotas de lluvia, un viento frío, un error, pueden provocar un desastre sin remedio. Las abejas lo saben tan bien que, una vez encontrado el abrigo, a pesar de su fidelidad ya sólida a su morada de un día, a pesar de los trabajos comenzados, a menudo lo abadonan todo para acompañar a la joven soberana que sale en busca de su amante, para no apartar los ojos de ella, para envolverla y velarla con millares de alas abnegadas, o perderse con ella cuando el amor la arrastra tan lejos de la nueva colmena que, el camino todavía inusitado del regreso vacila y se dispersa en todas las memorias
X
Pero la ley del porvenir es tan poderosa que ninguna abeja titubea ante estas incertidumbres y estos peligros de muerte. El entusiasmo de los enjambres, secundarios y terciarios es igualar el primero. Cuando la ciudad madre ha tomado su decisión, cada una de las jóvenes reinas peligrosas encuentra una bandada de obreras que siguen su fortuna y la acompañan en ese viaje en que hay muchísimo que perder y nada que ganar si no es la esperanza de satisfacer un instinto. ¿Quién les da esa energía, que nosotros no tenemos jamás para romper pasado como con un enemigo? ¿ Quién elige entre la multitud las que deben partir, y quién designa las que han de quedar? No se va, ni se queda tal o cual otra clase, aquí las más jóvenes, allá las más viejas: alrededor de cada reina que, ya no ha devolver, se amontonan recolectoras muy viejas junto con obreritas que, afrontan por primera vez el vértigo del espacio. No es tampoco el azar, la ocasión, el impulso o el desaliento que dan una idea, un sentimiento o un instinto, lo que aumenta o reduce la fuerza, proporcional de un enjambre. Muchas veces ni he puesto a valuar la relación del número de las abejas que lo componen y el de las que. se quedan, y aunque las dificultades del experimento no permitan alcanzar una precisión matemática, he podido comprobar que esa relación, si se tienen en cuenta los huevecillos, es decir, los nacimientos próximos, es lo bastante constante, para hacer suponer un verdadero y misterioso cálculo por parte, del genio de la colmena.
XI
No seguiremos las aventuras de, esos enjambres. Son numerosas y a menudo complicadas. A veces dos enjambres, se mezclan; otras, en el zafarrancho de la partida, dos o tres de las reinas prisioneras escapan a la vigilancia de las guardianas y se unen al racimo que se, forma. A veces, también, una de las jóvenes reinas, rodeada de macho, aprovecha el vuelo del enjambre para, hacerse fecundar, y arrastra entonces a todo su pueblo a una altura y una distancia extraordinarias. En la práctica de la apicultura, siempre se devuelven a la colmena madre esos enjambres secundarios y terciarios. Las reinas se vuelven a encontrar en la colmena, las obreras forman círculo en torno de sus combates, y cuándo la mejor ha triunfado, enemigas del desorden, ávidas de trabajo, arrojan fuera los cadáveres, cierran la puerta a las violencias del porvenir, olvidan el pasado, suben a las, celdas y vuelven a tomar el tranquilo sendero de las flores que las aguardan.
XII
Para simplificar nuestro relato reanudemos donde habíamos interrumpido la historia de la reina a quien las abejas permitieron asesinar a las hermanas en sus cunas. Ya he dicho que a menudo se, oponen a estas matanzas, aun cuando no parezcan abrigar la intención de lanzar un segundo enjambre. A menudo, también, las autorizan, porque el espíritu político de las colmenas es tan diverso como el de las naciones humanas de un mismo continente. Pero lo cierto es que al autorizarlas cometen una imprudencia. Si la reina perece o se extravía en el vuelo nupcial, no queda quien la reemplace, y las larvas de obreras han pasado ya la edad de la regia transformación. Pero, en fin, la imprudencia, está cometida, y he aquí a la primer nacida, soberana única y reconocida en el pensamiento del pueblo.
1 comment