Conviene, sin embargo, agregar un detalle poco conocido, y es que, antes de Swammerdam, un naturalista flamenco, Clutio, había afirmado ciertas verdades importantes, entre otras la de que la reina es la madre única de todo su pueblo y posee los atributos de ambos sexos; pero no las había probado. Swammerdam Inventó verdaderos métodos de observación científica, creó el microscopio, imaginó inyecciones conservadoras, fue el primero que disecó las abejas, precisó definitivamente, por el descubrimiento de los ovarios, y del oviducto, el sexo de. La reina, a quien hasta entonces se había creído rey, y con esto iluminó con un inesperado rayo de luz toda, la política, de, la colmena, fundándola sobre la maternidad. Trazó, por fin, cortes de la colmena, y dibujó planos tan perfectos, que hoy mismo sirven para ilustrar más de un tratado de apicultura. Vivía en la hormigueante y turbulenta Amsterdam de aquel entonces, echando de menos la «dulce vida del campo» y murió a los cuarenta y tres años, abrumado por el trabajo. Con un estilo piadoso y preciso en que lucen bellos arranques sencillos de, una fe que teme vacilar, y que todo lo refiere a la gloria del Creador consignó sus observaciones en su gran obra Bybel der Nature, que, un siglo más tarde, el doctor Boerhave hizo traducir del neerlandés al latín, bajo el título de Biblia naturce (Leyda 1737).

En seguida vino Réaumur, quien, fiel a los mismos principios, hizo una multitud de, experimentos y observaciones curiosas en sus jardines de Charenton, y reservó a lao abejas un volumen entero de sus Memoires pour servir a l’histoire des insectes. Puede leerse con fruto y sin fastidio. Es claro, directo, sincero, y no carece de cierto encanto brusco y seco. Se dedicó, ¡sobre todo a desvanecer eran número de antiguos errores, esparció algunos nuevos, aclaró en parte el origen de los enjambres, el régimen político de las reinas, halló, en una, palabra, varias verdades difíciles, y puso sobre la pista de muchas otras. Especialmente consagró con su ciencia, las maravillas de la arquitectura de la colmena, y todo cuanto de ella dijo no ha sido mejor dicho hasta ahora. Se le debe también la idea de las colmenas con vidrios, que, perfeccionadas más tarde, han puesto a la vista la vida privada de esas hoscas obreras que comienzan su obra con la luz deslumbrante del sol, pero que sólo la coronan en las tinieblas. Para ser completo, debería citar también las investigaciones y los trabajos, algo posteriores, de Charles Bonnet y de Schirach (quien resolvió el enigma, del huevo regio); pero me limito a las grandes líneas y llego a Frangois Huber, el maestro y el clásico de la ciencia apícola de hoy en día.

Huber, nacido en Ginebra en 1750, quedó ciego en su primera juventud. Interesado en un principio por los experimentos de Réaumur, los que quería comprobar, pronto se apasionó por esas investigaciones, y con la ayuda; de un criado abnegado e inteligente, Francois Burnens, dedicó su vida entera al estudio de las abejas. En los anales del sufrimiento y de las victorias humanas, nada más conmovedor y lleno de buenas enseñanzas que la historia, de aquella paciente colaboración en que el uno, que no veía más que un fulgor inmaterial, guiaba con el espíritu las manos y las miradas del otro, que gozaba de la, luz real; en que aquel que, según se asegura, jamás había visto con sus, ojos un panal de miel, a través del velo que duplicaba, para él el otro velo con que la Naturaleza lo envuelve todo, sorprendía los secretos más profundos del genio que formaba ese panal de miel invisible, como para enseñarnos que no hay estado en que debamos renunciar a esperar y buscar la verdad. No enumeraré lo que la ciencia apícola debe a Huber; más corto será decir lo que no le debe. Sus Nuevas observaciones sobre las abejas', cuyo primer volumen fue escrito en 1789 bajo la forma de cartas a Charles Bonnet, y cuyo segundo volumen sólo apareció veinte años más tarde, continúan siendo el tesoro abundante y seguro a que acuden todos los apidólogos. Seguramente se encuentran algunos errores, algunas verdades imperfectas; desde su libro se ha agregado mucho a la micrografía, al cultivo práctico de las, abejas, al manejo de las reinas, etc.; pero no se ha podido desmentir ni hallar en falta a una sola, de sus observaciones principales, que permanecen intactas en nuestra experiencia actual, y como base de ésta.

III

Después de las revelaciones de Huber, el silencio reina durante varios años; pero pronto Dzierzon, cura de Karlsmark (en Silesia), descubre la partenogénesis, es decir, el parto virginal de las reinas, imagina la primera colmena de panales móviles, gracias a la cual el apicultor podrá en adelante tomar su parte, en la cosecha de miel, sin matar sus mejores colonias, y sin aniquilar en un instante el trabajo de, un año entero. Esa colmena, muy imperfecta todavía, es perfeccionada magistralmente por Langstroth, que inventa el cuadro móvil propiamente dicho, propagado en Norte América con éxito extraordinario. Root, Quinby, Dadant, Cheshire, de Layens, Cowan, Heddon, Howard, etcétera… le hallan todavía algunas valiosas mejoras. Mehring, para ahorrar a las abejas la elaboración de la cera y la construcción de, almacenes que les cuestan mucha miel y lo mejor de, su tiempo, tiene la idea de ofrecerles panales de cera mecánicamente estampados, que las abejas aceptan y apropian al punto a sus necesidades. De Hruschka halla el Smelatore que, empleando la fuerza centrífuga, permite extraer la miel sin romper los panales. La capacidad y la fecundidad de las colmenas quedan triplicadas. Por todas partes se fundan vastos y productivos colmenares. Desde ese momento acaban la inútil matanza de las ciudades más laboriosas y la odiosa selección al revés, que era su consecuencia. El hombre se hizo realmente amo de las abejas, amo furtivo e ignorado, que todo lo dirige sin dar una orden, y que es obedecido sin ser reconocido. Se substituye, a los destinos de las estaciones. Repara las injusticias del año. Reúne las repúblicas enemigas. Iguala las riquezas. Aumenta o disminuye los nacimientos.