Encima de, ellos, el cielo está magnifico, como si espíritus benéficos, provistos, de palmas de fuego, hubieran barrido toda la luz hacia el lado de la hacina, para alumbrar más largo tiempo el trabajo. Y la huella de las palmas ha quedado en el azul. Mire usted la humilde iglesia que los domina y los vigila, en mitad de la cuesta, entre los redondeados tilos y el césped del cementerio familiar que contempla el océano natal. Elevan armoniosamente su monumento de vida bajo los monumentos de sus muertos, que hicieron los mismos ademanes y que no están ausentes.

Abarque usted el conjunto: no hay un solo detalle demasiado especial, demasiado característico, tales como se veían en Inglaterra, en Provenza o en Holanda. Este es el cuadro amplio y lo bastante trivial para ser simbólico, de una vida natural y feliz. Mire usted la euritmia de la existencia humana en esos movimientos útiles. Observe usted el hombre que maneja los caballos, el cuerpo del que tiende el haz de trigo en la horquilla, las mujeres inclinadas sobre las espigas y los niños que juegan… No han apartado una piedra ni movido una palada de tierra para embellecer el paisaje; no dan un paso, no plantan un árbol, no siembran una flor que no sean necesarios. Todo este cuadro no es más que el involuntario resultado del esfuerzo del hombre para subsistir un momento en la Naturaleza, y, sin embargo, aquellos de entre nosotros que no tienen más preocupación que imaginar o crear espectáculos de paz, de gracia o de pensamiento profundo, no han hallado nada más perfecto y acaban sencillamente por pintar o describir esto, cuando quieren representarnos belleza o felicidad. He ahí la primer apariencia, que algunos llaman la verdad.

XI

Acerquémonos ¿Comprende usted el canto que tan bien contestaba al follaje de los grandes árboles? Está compuesto de palabrotas y de injurias, y cuando la risa estalla es porque un hombre o una mujer lanza una obscenidad, o porque se burlan del más débil, del jorobado que no puede levantar su carga, del cojo que hacen rodar por tierra, del idiota que sirve de hazmereir.

Hace ya muchos años que los observo. Estamos en Normandía; la tierra es fértil y fácil. Hay en torno de esa hacina un poco más de bienestar del que supone en otras partes una escena de este género. Por consiguiente, la mayoría de los hombres son alcoholistas y muchas mujeres también. Otro veneno que no tengo para qué nombrar, corroe también la raza. A él y al alcohol se les deben esos niños que ve usted ahí: ese enano, ese escrofuloso, ese patizambo, ese labio leporino y ese hidrocéfalo. Todos ellos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, tienen los vicios comunes al campesino. Son brutales, hipócritas, mentirosos, rapaces, maldicientes, desconfiados, envidiosos, inclinados a las pequeñas ganancias ilícitas, a las bajas, interpretaciones, a la adulación, al más fuerte. La necesidad los reúne y los obliga a ayudarse, pero el secreto anhelo de todos es hacerse mutuo, daño, apenas puedan hacérselo sin peligro. La desgracia ajena es el único placer serio de la aldea. Un gran infortunio es en ella objeto, largo tiempo acariciado, de cazurra delectación. Se espían, se celan, se desprecian, se detestan. Mientras son pobres, alimentan contra la dureza y la avaricia de sus amos un odio reconcentrado y terrible, y apenas tienen criados a su vez, aprovechan la experiencia de la servidumbre para sobrepasar la dureza y la, avaricia de que fueron víctimas.

Podría presentar el detalle de las mezquindades, rapacerías, tiranías, injusticias, rencores que animan este trabajo bañado de espacio y de paz. No crea usted que la vista de este cielo admirable, del mar que tiende detrás de la iglesia otro cielo más sensible que fluye sobre la tierra como un gran espejo de conciencia y de sabiduría, no crea usted que todo eso los ensanche y los eleve. Nunca lo han mirado. Nada conmueve ni conduce sus pensamientos, fuera de tres o cuatro temores circunscriptos: temor al hambre, temor a la fuerza, a la opinión y la ley, y en la hora de la muerte, el terror del infierno. Para demostrar lo que son, habría que tomarlos uno por uno. Mire usted ese alto, que está a la izquierda, ese de aire jovial, que lanza tan gruesos haces. El verano pasado, sus amigos le rompieron el brazo derecho en una riña de taberna. Le reduje la fractura, que era peligrosa Y complicada. Le asistí largo tiempo, le di con que vivir mientras no podía volver al trabajo. Iba todos los días a casa.