Aprovechó la circunstancia para hacer correr la voz por la aldea que me había sorprendido en brazos de mi cuñada, y que mi madre se embriagaba. No es perverso y no me odia; al. contrario, observe usted que su rostro se ilumina con una buena y sincera sonrisa en cuanto me ve. Tampoco lo impulsaba el odio social. El campesino no odia al rico; respeta demasiado la riqueza. Pero creo que mi buen gañán no comprendía por qué lo asistía yo sin sacar provecho de ello. Sospecha alguna mala intención, y no quiere ser víctima de ella. Más de uno, más rico o más pobre, había hecho antes que, él lo mismo o peor… No creía mentir al propagar esas invenciones: obedecía a una orden confusa de la moralidad ambiente. Contestaba sin saberlo, y a pesar suyo, por decirlo así, el deseo omnipotente de la malevolencia general… Pero, ¿a qué terminar un cuadro que conocen cuantos han vivido algunos años en el campo? He ahí la segunda apariencia que la mayoría llama la verdad. Es la verdad de la vida necesaria. Es indudable que descansa sobre los hechos más preciosos, sobre los únicos que todo hombre puede observar y comprobar.
XII
Sentémonos sobre estos haces -continuó- y sigamos mirando. No rechacemos ninguno de los hechos de detalle que forman la realidad que he dicho. Dejemos que se alejen por sí mismo en el espacio. Atestan el primer término, pero hay que reconocer que tras ellos hay, una gran fuerza, bien admirable, que sostiene todo el conjunto. ¿Lo sostiene solamente? ¿no lo eleva? Esos hombres que vemos no son ya por entero los animales silvestres de La Bruyére que tenían algo como una voz articulada, y se retiraban por la noche a su cubil, donde vivían de pan negro, agua y raíces… La raza, me dirá usted, es menos fuerte y menos sana; es posible; el alcohol y el otro azote son accidentes que la humanidad tiene que dejar atrás, son quizá pruebas de las que algunos de nuestros órganos, los órganos nerviosos, por ejemplo, sacarán provecho, porque vemos regularmente que la vida aprovecha de los males que sobrelleva. Por lo demás, cualquier cosa que puede encontrarse mañana bastará para hacerlos inofensivos. No es eso, pues, lo que nos obliga a restringir nuestra mirada. Esos hombres tienen pensamientos que aun no tenían los de La Bruyére.»
–Prefiero la bestia sencilla y desnuda a la odiosa semibestiamurmuré.
–Habla usted así, de acuerdo con la primera apariencia, la de los poetas, que hemos visto ya, – replicó. – No la mezclemos con la que estamos examinando. Esas ideas y esos sentimientos son estrechos y bajos, si usted quiere, pero lo que es pequeño y bajo es ya mejor que lo que no es nada. No se sirven de ellos sino para perjudicarse y persistir en la medianía en que se hallan; pero así sucede muy a menudo en la Naturaleza. Los dones que ésta acuerda no sirven en un principio sino para el mal, para empeorar lo que parecía querer mejorar; pero, al fin de cuentas, de todo ese mal resulta siempre cierto bien. Por otra parte, no me empeño en probar el progreso; según el punto de que se le considere, es algo muy pequeño o muy grande. Hacer un poco menos servil, un poco menos penosa la condición humana, es un punto enorme, es quizá el ideal más seguro; pero, avaluada por el espíritu desprendido un instante de las consecuencias materiales, la distancia que media entre el hombre que marcha a la cabeza del progreso y el que se arrastra ciegamente tras él, no es muy considerable. Entre estos jóvenes rústicos cuyo cerebro sólo frecuentado por ideas informes, hay varios en quienes se halla la posibilidad de alcanzar en poco tiempo al grado de conciencia en que vivimos ambos. Sorprende a menudo el insignificante intervalo que separa la inconsciencia de esta gente, que uno se imagina completa, de la conciencia que se juzga más elevada, pero ¿ de qué está formada esta conciencia que nos enorgullece tanto? De mucha más sombra que luz, de mucha más ignorancia adquirida que ciencia, de muchas más cosas que sabemos que hay que renunciar a conocer, que de cosas que conozcamos. Sin embargo, es toda nuestra dignidad, nuestra grandeza más real, y probablemente el fenómeno más sorprendente de este mundo. Ella es la que nos permite levantar la frente ante un principio desconocido y decirle: Te ignoro, pero hay algo en mi que te abarca ya. Quizás me destruyas, pero si no es para, formar con mis despojos un organismo mejor que el mío, te mostrarás inferior a lo que soy, y el silencio que siga a la muerte de la especie a que pertenezco, te hará saber que has sido juzgado. Y si no eres siquiera capaz de preocuparte, de ser justamente juzgado, ¿qué importa tu secreto? No nos empeñamos en penetrarlo.
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