Si tu mujer habla por la ventana con todos, si tu mujer se pone agria contigo, es porque tú quieres, porque tú no tienes arranque. A las mujeres, buenos apretones en la cintura, pisadas fuertes y la voz siempre en alto, y si con esto se atreven a hacer quiquiriquí, la vara, no hay otro remedio. Rosa, Manuela, Visitación y Enriqueta Gómez, que ha sido la última, te lo pueden decir desde la otra vida, si es que por casualidad están allí.
ZAPATERO. Pero si el caso es que no me atrevo a decirle una cosa. (Mira con recelo.)
ALCALDE. (Autoritario.) Dímela.
ZAPATERO. Comprendo que es una barbaridad… pero yo no estoy enamorado de mi mujer.
ALCALDE. ¡Demonio!
ZAPATERO. Sí, señor, ¡demonio!
ALCALDE. Entonces, grandísimo tunante, ¿por qué te has casado?
ZAPATERO. Ahí lo tiene usted. Yo no me to explico tampoco. Mi hermana, mi hermana tiene la culpa. Que si te vas a quedar solo, que si qué sé yo, que si qué sé yo cuánto… Yo tenía dinerillos, salud, y dije: ¡allá voy! Pero, benditísima soledad antigua. ¡Mal rayo parta a mi hermana, que en paz descanse!
ALCALDE. ¡Pues te has lucido!
ZAPATERO. Sí, señor, me he lucido… Ahora, que yo no aguanto más. Yo no sabía lo que era una mujer. Digo, ¡usted, cuatro! Yo no tengo edad para resistir este jaleo.
ZAPATERA. (Cantando dentro, fuerte.)
¡Ay, jaleo, jaleo,
ya se acabó el alboroto
y vamos al tiroteo!
ZAPATERO. Ya lo está usted oyendo.
ALCALDE. ¿Y qué piensas hacer?
ZAPATERO. Cuca silvana. (Hace el ademán.)
ALCALDE. ¿Se te ha vuelto el juicio?
ZAPATERO. (Excitado.) El zapatero a tus zapatos se acabó para mí. Yo soy un hombre pacífico. Yo no estoy acostumbrado a estos voceríos y a estar en lenguas de todos.
ALCALDE. (Riéndose.) Recapacita lo que has dicho que vas a hacer; que tú eres capaz de hacerlo, y no seas tonto. Es una lástima que un hombre como tú no tenga el carácter que debías tener.
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