Sí, porque esto es sólo el principio.»

«Ahora la señorita Hudson», dijo Rhoda, «ha ce­rrado el libro. Ahora comienza el terror. Ahora coge la corta porción de tiza y traza números en la piza­rra, seis, siete, ocho, después una cruz, y luego una raya. ¿Cuál es la respuesta? Los otros miran, miran con comprensión. Louis escribe. Susan escribe. Ne­ville escribe. Jinny escribe. Incluso Bernard ha co­menzado ahora a escribir. Yo no puedo escribir.

Sólo veo números. Los otros entregan las respues­tas, uno tras otro. Me toca el turno. Pero no tengo respuesta. Los otros ya pueden irse. Se van dando un portazo. La señorita Hudson se va. Me quede sola para encontrar la respuesta. Los números no significan nada ahora. El significado ha desapare­cido. El reloj hace tic-tac. Las saetas son convoyes que cruzan un desierto. Las negras rayas en la cara del reloj son verdes oasis. La saeta larga se ha ade­lantado en busca de agua. La otra avanza penosa­mente a tropezones sobre las ardientes piedras del desierto. La puerta de la cocina bate una sola vez. A lo lejos ladran perros salvajes. Mira, el lazo en el trazó del número comienza a llenarse de tiempo, contiene el -mundo en su interior. Comienzo a trazar un número, y el mundo queda enlazado en él, y yo estoy fuera del lazo, que ahora cierro -así-, sello y completo. El mundo forma un todo completo, y yo estoy fuera de él, llorando, gritando: "¡Salvadme de ser expulsada para siempre del lazo del tiem­po!»

«Ahí está Rhoda sentada con la vista fija en la pizarra», dijo Louis, «en clase, mientras nosotros vagamos libremente, cogiendo aquí un poco de to­millo, allá una hoja de boj, mientras Bernard nos cuenta una historieta. Las paletillas de Rhoda casi se tocan, en el centro de la espalda, como las alas de una pequeña mariposa.