Debemos dejar nuestros juguetes. Debemos entrar juntos. Las libretas están dispuestas, una al lado de la otra, en la mesa con tapete verde.»
«No conjugaré el verbo», dijo Louis, «hasta que Bernard lo haya recitado. Mi padre es banquero en Brisbane y hablo con acento australiano. Esperaré e imitaré a Bernard. Bernard es inglés. Todos son ingleses. El padre de Susan es clérigo. Rhoda no tiene padre. Bernard y Neville son hijos de nobles caballeros. Jinny vive con su abuela en Londres. Ahora humedecen con la lengua las puntas de los lápices. Ahora retuercen las libretas y, mirando de soslayo a la señorita Hudson, cuentan los purpúreos botones de su corpiño. Bernard lleva una astilla en el pelo. Susan tiene enrojecidos los ojos. Los dos están colorados. Pero yo soy pálido; soy pulido, y me sujeto los pantalones de golf con un cinturón de hebilla de bronce en forma de serpiente. Me sé la lección de memoria. Sé más de lo que todos juntos sabrán en su vida. Me sé los casos y los géneros. Si quisiera, podría aprender toda la ciencia del mundo. Pero no quiero demostrarlo y recitar la lección. Mis raíces se entrelazan y forman un tejido, como las hebras de una planta en el tiesto, alrededor del mundo. No quiero levantarme y alcanzar la cumbre, y vivir a la luz de este gran reloj de rostro amarillo, que late y late en su constante tic-tac. Jinny y Susan, Bernard y Neville, se unen entre sí formando una zurriaga con la que azotarme. Se ríen de que sea pulido y tenga acento australiano. Ahora procuraré imitar el suave acento con que Bernard bisbisea el latín.»
«Son palabras blancas», dijo Susan, «como los cantos rodados que se encuentran en la playa.»
«Mueven la cola a derecha e izquierda cuando les habla», dijo Bernard. «Menean la cola, agitan la cola, se mueven por el aire en rebaño, ahora hacia aquí, ahora hacia allá, avanzan juntas, ahora se separan, ahora se reúnen.»
«Son palabras amarillas, son palabras flamígeras», dijo Jinny. «Me gustaría tener un vestido llameante, un vestido amarillo, un vestido leonado, para ponérmelo por la noche.»
«Cada tiempo verbal», dijo Neville, «tiene un significado diferente. En este mundo hay un orden; hay distinciones, hay diferencias, en este mundo en cuyo umbral me encuentro.
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