En la techumbre de mi mente se forman gruesas y densas sensaciones. Como el agua cae el día: el bosque, Elvedon, Susan y la paloma. Como agua que chorrea por los muros de mi mente, como aguas reunidas, el día cae copioso y esplendente. Ahora me ato, sin ceñirla demasiado, la cinta del pijama, y me tiendo, cubriéndome con la delgada sábana que flota en la luz sutil que es como una leve capa de agua lanzada sobre mis ojos por una ola. A su través, lejos, muy lejos, débilmente y le­jos, oigo el comienzo del coro, ruedas, perros, hom­bres que gritan, campanas de la iglesia, el comienzo del coro.»

«Del mismo modo que doblo el vestido y el viso», dijo Rhoda, «me despojo de mi imposible deseo de ser Susan, de ser Jinny. Pero extenderé los dedos de los pies para tocar el límite de la cama. Adquiriré la seguridad, al tocar el metal, propia de todo lo duro. Ahora no puedo hundirme. Es imposible que caiga a través de la delgada sábana, ahora. Ahora relajo el cuerpo sobre este frágil colchón y quedo suspendida en el aire. Ahora floto sobre la tierra. Ya no estoy en pie para que me golpeen y me hie­ran. Todo es suave y dócil, maleable. Las paredes y las alacenas palidecen y sus amarillos rectángu­los, sobre los que pálido brilla el cristal, se doble­gan. Ahora de mí pueden manar los pensamientos. Puedo pensar en mis flotas navegando en el mar alzado en oleaje. Estoy a salvo de los difíciles roces y los choques. Navego sola, junto a blancos acanti­lados. ¡Pero me hundo! ¡Caigo! Esto es el ángulo de la alacena. Esto es el espejo del cuarto de los niños. Pero se estiran y alargan. Me hundo en las negras plumas del sueño. Sus densas alas oprimen mis ojos. Mientras viajo en las tinieblas, veo los alargados parterres, y la señorita Constable sale co­rriendo del ángulo que forma el césped, para decir­me que mi tía ha venido a buscarme en un coche de caballos. Subo. Huyo. Como si llevara muelles en los tacones, salto a las copas de los árboles. Pero ahora caigo dentro del coche ante la puerta de en­trada, y allí está sentada mi tía, moviendo afirmativamente la cabeza con plumas amarillas, duros como cantos rodados los ojos. ¡Oh, despertar entre sueños! Mira, ahí está la cómoda. Quiero salir de estas aguas.