"El lago de mi mente, libre de remos, respira plácidamente y no tarda en sumirse en aceitosa somnolencia." Esto también me será útil.»

«Ahora salimos de este fresco templo y penetra­mos en los amarillos campos de juego», dijo Louis. «Y, por ser día medio festivo (el cumpleaños del Duque), nos sentaremos en el largo césped, mientras juegan (ellos) al cricket. Si quisiera, podría ser uno de ellos. Me pondría las almohadilladas defensas y cruzaría el campo de juego al frente de los batea­dores. Mira, mira, ahora, como todos siguen a Per­cival. Es de cuerpo pesado. Avanza torpemente hacia el extremo del campo, sobre el crecido césped, hacia el lugar en que se alza el gran olmo. Su magnificen­cia es la propia de un campeador medieval. Parece dejar en el césped un rastro de luz. Mira, le seguimos en tropel, como fieles servidores, para que nos ma­ten como a corderos, ya que, sin la menor duda, Percival acometerá una imposible empresa y morirá en el empeño. El corazón se me alborota, me hiere el costado como una hoja con dos filos. Por una parte adoro su magnificencia; por otra, desprecio sus vulgares acentos -yo, tan superior a él- y siento celos.»

«Y ahora», dijo Neville, «que Bernard comience. Que parlotee y nos cuente historias, mientras des­cansamos recostados. Que nos describa lo que todos hemos visto a fin de que forme una secuencia. Ber­nard dice que siempre hay una historia que contar. Yo soy una historia. Louis es una historia. Hay la historia del niño limpiabotas, la historia del hombre con un solo ojo, la historia de la mujer que vende caracolas. Que con su parloteo hilvane una historia, mientras reposo tumbado y miro las figuras de rí­gidas piernas, los bateadores con las almohadilladas defensas. Parece que el mundo entero fluya y se curve: en la tierra los árboles, y nubes en el cielo. A través de las copas de los árboles, alzo la vista al cielo. Parece que el partido se juegue ahí, arriba. Débilmente, entre las suaves nubes blancas, oigo el grito "¡Corre!", y oigo el grito: "¿Y ahora qué?" Si este azul estuviera ahí siempre, si este vacío se conservara siempre, si este momento durara siem­pre…

»Pero Bernard sigue hablando. Como burbujas ascienden las palabras. “Como un camello… ” “Como un buitre." El camello es un buitre, y el buitre es un camello, porque Bernard es un alambre colgan­te, suelto, pero muy ameno. Sí, porque cuando ha­bla, cuando hace sus locas comparaciones, me siento ligero y leve. Y también floto, como si fuera esa burbuja; uno se siente liberado; uno tiene la sensa­ción de haber escapado. Incluso los gordos chicos pequeños (Dalton, Larpent y Baker) sienten este abandono. Las historias de Bernard les gustan más que el cricket. Cogen las frases al vuelo, mientras ascienden como burbujas.