Entró bailando, moteada de diamantes, leves como el pol­vo. Y yo soy chaparra, Bernard, chaparra y baja. Tengo ojos que miran muy de cerca el suelo y ven insectos en la hierba. La amarilla calidez de mi costado se tornó piedra, cuando vi que Jinny besaba a Louis. Comeré hierba y moriré en cualquier char­ca de agua parda, con podridas hojas muertas.»

«Te he visto ir hacia allá», dijo Bernard. «Al pa­sar junto a la puerta de la caseta, te he oído gritar: "Soy desdichada." He dejado el cuchillo. Con Nevi­lle tallaba barquitos en un leño. Y voy despeinado porque, cuando la señora Constable me ha dicho que me peinara, había una mosca en una telaraña, y he preguntado: “¿Devuelvo la libertad a la mosca? ¿Dejo que la araña la devore?” Por esto siempre llego tarde. Voy despeinado, con astillas de madera en el pelo. Al oír que llorabas te he seguido, y he visto cómo dejabas en el suelo el pañuelo apeloto­nado, con tu rabia y tu odio en él. Pero esto pronto cesará. Nuestros cuerpos están cerca el uno del otro ahora. Oyes mi respiración. También veo el es­carabajo que lleva una hoja sobre el dorso. Avanza en una dirección y luego en otra, de manera que incluso tu deseo, mientras contemplas el escaraba­jo, de poseer algo único (ahora es Louis) se ve obli­gado a vacilar, como la luz que va y viene por en­tre las hojas del haya. Y entonces las palabras que se mueven tenebrosas en las profundidades de tu mente romperán este nudo de dureza, contenido en tu pañuelo.»

«Amo», dijo Susan, «y odio. Sólo una cosa deseo. Mi mirada es dura. La mirada de Jinny se quiebra en cien mil luces. Los ojos de Rhoda son como esas pálidas flores a las que acuden las polillas al atar­decer. Los tuyos crecen y rebosan, pero nunca se quiebran. Sin embargo estoy ya empeñada en mi búsqueda y mi propósito. Veo insectos en la hierba. Pese a que mi madre todavía me hace blancos cal­cetines de punto y me cose dobladillos en los delan­tales, y pese a que aún soy una niña, amo y odio.»

«Pero cuando estamos sentados cerca», dijo Ber­nard, «tú y yo nos fundimos el uno en el otro gra­cias a las frases. Quedamos ribeteados de niebla. Formamos un territorio sin sustancia.»

«Veo el escarabajo», dijo Susan. «Veo que es ne­gro, veo que es verde. Estoy limitada a palabras sueltas. Pero tú puedes alejarte, te escapas, te elevas más alto, con las palabras y palabras en frases.»

«Ahora», dijo Bernard, «exploremos. Hay una casa blanca que yace entre los árboles.