«No quiero los pétalos rojos de los geranios y de las malvas del huerto. Quiero pétalos blancos que floten cuando inclino el cuenco. Tengo ahora una flota que nada de orilla a orilla. Echaré una ramita que sea balsa para un marinero náufrago. Echaré una piedra, y veré las burbujas surgiendo del fondo del mar. Neville se ha ido, y Susan se ha ido. Jinny está en el huerto, cogiendo grosellas, quizá en compañía de Louis. Podré estar sola unos instantes, mientras la señorita Hudson coloca las libretas en la mesa de la clase. Dispongo de una breve porción de libertad. He recogido todos los pétalos caídos y los he echado a nadar. He rociado algunos. Aquí pondré un faro. Y ahora voy a balancear mi cuenco castaño de un lado a otro para que mis barcos naveguen con oleaje. Algunos se hundirán. Algunos se estrellarán contra los arrecifes. Uno navega solo. Este es mi barco. Penetra en heladas cavernas en las que la foca ladra, y verdes cadenas pendientes de las estalactitas se balancean. Se alzan las olas, sus crestas se retuercen, fíjate en las luces de los mástiles. Se han desperdigado, han naufragado, todos salvo mi buque, que remonta la ola y se desliza en la galerna y llega a las islas en las que los papagayos parlotean y las lianas… »
«¿Dónde está Bernard?», dijo Neville. «Tiene mi cuchillo. Estábamos en la caseta de las herramientas, construyendo barcos, y Susan pasó ante la puerta. Y Bernard tiró al suelo su barco y se fue tras ella con mi cuchillo, el cuchillo afilado que talla la quilla. Bernard es como un alambre colgante, como el cordón roto de una campanilla, siempre oscilando. Es como las algas colgadas en el alféizar de la ventana, ahora húmedas, ahora secas. Me deja en la estacada, y sigue a Susan, y si Susan llora, Bernard se lleva mi cuchillo y le cuenta historias. La hoja grande de mi cuchillo es un emperador, la hoja rota es un negro. Odio las cosas colgantes, odio las cosas húmedas. Odio vagar sin propósito y mezclar las cosas. Ahora suena la campana y llegaremos tarde.
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