Por esto, quien compre un paraguas o un espejo que no sean de la más alta calidad probablemente comprará el colmillo de un animal que anduvo vagando por los bosques asiáticos, antes de que Inglaterra fuera una isla.
De un colmillo se saca una bola de billar, y de otro se saca un calzador. Las mercancías procedentes de todas las partes del mundo han sido examinadas y clasificadas, según su valor y su utilidad. El comercio es ingenioso e infatigable, hasta puntos que se hallan más allá del alcance de la imaginación. Entre los múltiples productos y desperdicios de la tierra, ninguno hay que no haya sido probado y para el que no se haya encontrado una utilidad. Las balas de lana que son extraídas del interior de un buque australiano van ceñidas, para ahorrar espacio, con flejes de hierro; pero estos flejes no se dejan abandonados en el suelo, sino que son enviados a Alemania para que con ellos se fabriquen hojas de afeitar. La lana suelta una burda grasa, como un sudor. Esta grasa, que perjudica las mantas, es extraída y con ella se fabrica crema facial. Incluso las excrecencias que suelen encontrarse en la lana de cierta clase de corderos resultan útiles, debido a que demuestran que dicho ganado se alimentó en pastos muy nutritivos. No se desaprovecha ni una excrecencia, ni un puñado de lana, ni un fleje de hierro. Y la utilidad de todas las cosas para un fin determinado, la previsión y la destreza que se han vertido en cada uno de estos procesos, viene (y parece que entre por la puerta trasera) a incorporar ese factor de belleza en el que nadie, en los muelles, ha pensado siquiera un segundo. Cada almacén está perfectamente dotado para ser un almacén; y cada grúa, una grúa. Este es el camino por el que se infiltra la belleza. Las grúas descienden y se balancean, y hay ritmo en su regularidad. Las paredes del almacén se abren de par en par para recibir sacos y barriles. Pero a través de ellas se ven todos los tejados de Londres, sus mástiles y sus campanarios, y el inconsciente y vigoroso movimiento de los hombres levantando y descargando mercancías. Dado que es preciso dejar los barriles de vino reposando lateralmente en criptas frescas, todo el misterio de la media luz, toda la belleza de las bajas arcadas quedan incorporados por añadidura.
Las criptas para el vino constituyen una escena de extraordinaria solemnidad. Balanceando en la mano largos listones de los que penden lámparas, miramos alrededor y vemos algo que parece ser una amplia catedral, donde barril tras barril reposan en una oscura atmósfera sacerdotal, madurando gravemente, avejentándose despacio. Antes parecemos sacerdotes que rinden culto en el templo de una silenciosa religión, que simples catadores de vino o funcionarios de aduanas, mientras vagamos, balanceando nuestras lámparas, recorriendo ora hacia arriba este pasillo, ora hacia abajo este otro. Un gato amarillo nos precede. Salvo nosotros, no hay vida humana en la cripta. Aquí, el uno al lado del otro, reposan los objetos de nuestro culto, preñados de dulce licor, dispuestos a soltar vino rojo si se les practica un orificio. Una vinosa dulzura, como incienso, impregna el aire. Aquí y allá tiembla una llamita de gas, y no es su finalidad la de iluminar, ni tampoco la de insinuar la belleza de las verdigrises arcadas cuyas líneas destaca en interminable procesión, avenida tras avenida, sino para dar simplemente la temperatura precisa para que el vino madure. La utilidad da lugar a la belleza, en concepto de subproducto. A partir de los bajos arcos, desciende una mancha de color blanco algodón. Se trata de una capa de hongos, aunque poco importa que sea bella o repelente, porque esta capa de hongos es deseable, ya que demuestra que el aire tiene el grado de humedad preciso para la salud del precioso líquido.
Incluso la lengua inglesa se ha adaptado a las exigencias del comercio. Alrededor de los objetos se han formado palabras que han adquirido exactamente el perfil de aquellos. De nada nos servirá consultar el diccionario para saber el significado que en los tinglados tienen las palabras valinch, shirt, shrive o flogger, ya que en los tinglados estas palabras se forman de modo natural en la punta de la lengua. De la misma manera, el leve golpe que se da a uno y otro lado del barril y con el que se consigue que el tapón se mueva es fruto de largos años de experiencia. Es el acto más rápido y más eficaz.
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