Tiene un plan atrevido como ningún otro navegante de la época haya abrigado en su alma, y con él la seguridad —o tal le parece, al menos— de que gracias a sus informaciones particulares ha de conseguir el objetivo. Pero ¿cómo convertir en realidad una empresa tan costosa y erizada de peligros? Su propio rey le ha quitado de delante, y puede apenas contar con el apoyo de los armadores portugueses que simpatizan con él, porque no se arriesgarán a confiar el mando a un hombre caído en desgracia en la corte. Sólo queda un camino: dirigirse a España. De allí únicamente puede esperar Magallanes un apoyo; es la única corte para la cual su persona puede ser valiosa, pues no solamente aporta a la misma las preciadas informaciones de la Tesorería de Lisboa, sino que brinda también a España lo que no importa menos a la empresa: un título moral. Su colega Faleiro ha calculado —cálculo erróneo, como errónea era la información que tenía Magallanes— que las islas de las especias han de caer fuera de la opción portuguesa, en la zona que el Papa destina a España en su partición, y, por lo tanto, vendrán a ser patrimonio de la corona española y no de la portuguesa. Las islas más opulentas del mundo y el camino más corto para llegar a ellas es el dote que brinda a Carlos V el pequeño capitán portugués. Si en alguna parte ha de ser dado curso a su idea es en la corte española. Sólo en ella podrá realizarse el hecho magno, la obsesión de su vida, aunque sea al precio del mayor dolor. Porque bien sabe Magallanes que, dirigiéndose a España, pierde en Portugal sus títulos de caballero y de portugués. No será más Magelhaes. Sabe que tendrá que arrancarse este nombre como quien se arranca la piel, y que su rey y sus compatriotas le considerarán traidor y deshonrado tránsfuga durante generaciones. La voluntaria expatriación de Magallanes y su desesperado ofrecimiento de servicio al extranjero no son comparables con el modo de proceder de un Colón, de un Cabot, de un Cadamosto o de un Vespucio, aunque también éstos salieron con flotas extranjeras. Porque Magallanes no sólo abandona su patria, sino que también —no se puede pasar en silencio— la perjudica, puesto que pone en las manos del más enconado rival de su rey las islas de las especias, que ya sabe ocupadas por sus compatriotas; su proceder es más que osado: está totalmente falto de patriotismo, por cuanto procura, allende sus fronteras, unos secretos náuticos adquiridos simplemente gracias a la entrada en la Tesorería de Lisboa. Traducido al lenguaje contemporáneo: Magallanes, en su calidad de hidalgo portugués y ex capitán de la flota portuguesa, cometía un delito no menor que si en nuestros días un oficial entregara unos mapas del Estado Mayor y planos de movilización a una nación rival. Y lo único que infunde una cierta grandeza a su turbio proceder es el no haber pasado la frontera cobardemente y receloso como un contrabandista, sino con la visera levantada y consciente de todas las injurias que su paso al otro lado va a acarrearle.
Pero el hombre creador se mueve más allá de lo estrictamente nacional. Quien ha de realizar una acción o llevar a cabo un descubrimiento que toda la Humanidad reclama, ya tiene por patria su obra más bien que su misma patria. En último término se sentirá responsable únicamente ante la empresa misma que le es encomendada, y antes le será tolerado que menosprecie los intereses estatales y pasajeros que la íntima obligación que le imponen su particular misión y su personal aptitud. Magallanes, al cabo de años de fidelidad a su patria, en medio del camino de la vida, reconoce su tarea ineludible. Ya que su patria se niega a ayudar a la realización de la misma, se ve obligado a hacer patria de su propia idea. Decidido, renuncia a su nombre y al honor de ciudadano para levantarse y andar hacia un hecho inmortal, consecuente con su propósito.
Ha pasado para Magallanes el tiempo de la espera, de la paciencia y de los proyectos. En otoño de 1517 empieza la realización de su atrevido propósito. Dejando de momento en Portugal a su colega Faleiro, menos animoso que él, atraviesa Magallanes el Rubicón de su vida: la frontera española. En 20 de octubre de 1517 llega a Sevilla, acompañado de su esclavo Enrique, que le sigue hace años como su sombra. No es Sevilla, en aquel entonces, residencia del rey de España Carlos I, a quien conocemos como Carlos V en calidad de rey de ambos mundos; el monarca de dieciocho años acaba de llegar de Flandes a Santander, en su jornada hacia Valladolid, donde habrá de reunir las Cortes desde mediados de noviembre. Magallanes no sabe dónde pasar el tiempo de espera mejor que en Sevilla, porque su puerto es como el umbral de la nueva India; salen de las riberas del Guadalquivir la mayoría de los veleros que van a Occidente, y es tal la afluencia de compradores, capitanes, corredores y factores, que el rey manda erigir una Casa del Comercio propia: la famosa "Casa de Contratación", o "Casa de Indias" -domus indica—, o "Casa del Océano". Reúnense en ésta para su custodia todas las actas y mapas, todas las anotaciones e informes de todos los navegantes y mercaderes -Habet rex in ea urbe ad oceana tantum negotia domum erectam ad quam euntes, redeuntesques visitores confluunt— . La Casa de Indias es, a la vez, Bolsa de mercancías y agencia de navegación, y ningún nombre le sentaría mejor que el de Cámara de Comercio marítimo, un centro de consulta y de información, donde se relacionan, bajo la inspección del Estado, los hombres de negocios que financian las expediciones, por una parte. y, por otra, los capitanes dispuestos a conducirlas. Quien proyectase una nueva empresa bajo pabellón español habrá de presentarse, primero, en la "Casa de Contratación" en demanda de permiso o de apoyo.
No hay mejor testimonio de la extraordinaria facultad de reserva de Magallanes y de su genial capacidad de callar y esperar, que el aplazamiento de esta indispensable diligencia. Nunca extravagante, jamás excediéndose en el optimismo ni mintiéndose a sí mismo vanidosamente, sino más bien calculador constante, psicólogo y realista, Magallanes pone en la balanza sus garantías personales y decide que no son de suficiente peso. Sabe que sólo entrará con buen pie en la "Casa de Contratación si otros le preparan antes el terreno.
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