Porque a él ¿quién le conoce allí? El haber viajado siete años por Oriente y luchado a las órdenes de Almeida y Alburquerque no significa gran cosa en una ciudad cuyas tabernas y mesones hormiguean de aventurados y desesperados, y donde viven todavía los capitanes que navegaron al lado de Colón, de Corterreal y de Cabot. Tampoco son recomendaciones que pueden ayudarle el llegar de Portugal y no haber logrado entenderse con su rey, y el ser emigrante y, en un sentido más estricto, fugitivo. No; la "Casa de Contratación" no depositará en él, el innominado, el fuoruscito, ninguna confianza; por eso Magallanes no traspone el umbral. Le basta su experiencia para saber lo que hace falta en un caso semejante Ante todo, como los proyectistas y proponentes en general, necesita "relaciones" y "recomendaciones". Antes de empezar las negociaciones con los que tienen el poder y el dinero, es preciso que poder y dinero le guarden las espaldas.

Al precavido Magallanes le parece una relación imprescindible de tal naturaleza la que entabló ya antes de su salida de Portugal. En la casa de Diego Barbosa, otro portugués que renunció a su nacionalidad y está al servicio de España como alcaide del Arsenal hace catorce años, es recibido desde luego cordialmente. Muy considerado en toda la ciudad, caballero de la Orden de Santiago, resultó para el recién llegado un ideal fiador. Existen bastantes datos que coinciden en establecer el parentesco de Barbosa y Magallanes, pero lo que desde el primer momento estrecha el vínculo entre ambos, mejor que cualquier parentesco de tercer grado, es el hecho de ser Diego Barbosa, desde bastantes años antes que Magallanes, viajero de Indias. Su hijo, Duarte Barbosa, ha heredado la pasión de la aventura. También él ha atravesado en todos los sentidos las aguas Indicas, persas y malayas, y dejó un libro de viaje muy estimado en su tiempo, O livro de Duarte Barbosa. Estos tres hombres contraen pronta amistad. Si todavía hoy los oficiales de colonias o soldados que han luchado en el mismo sector durante la guerra, forman toda la vida como un gremio cerrado, ¡cuánto más debieron de sentirse unidos en aquel tiempo el par de docenas de veteranos del mar, salvados por milagro y vueltos al hogar, de aquellos azarosos y mortíferos viajes! Barbosa insta, hospitalario, a Magallanes para que se quede a vivir con él; su hija Bárbara no tarda mucho en sentir preferencias por el hombre de treinta y siete años, enérgico y autoritario. Antes de acabar el año, Magallanes pasa a ser yerno del alcaide, asegurándose con ello simpatía y arraigo en Sevilla. El que arriesgó su personalidad portuguesa toma ahora carta de naturaleza en España. Ya no es el refugiado, sino el "vecino de Sevilla", donde está en su casa. Acreditado por su amistad y su pronta alianza con los Barbosa, escudado en la dote de su mujer, que importa 600.000 maravedíes, puede ahora sin vacilaciones franquear el umbral de la "Casa de Contratación". No existen noticias fidedignas acerca de las relaciones que con ella debió de tener, ni de la acogida que debieron de dispensarle. No sabemos lo que Magallanes, comprometido por su juramento con Ruy Faleiro, llegaría a confiar de su proyecto a la Comisión, y probablemente es incierto, por burda analogía con el caso de Colón, el rumor de que sus propósitos fueron rechazados ásperamente por la comisión, o que ésta estuvo a punto de tomarlos a risa. Sólo sabemos de cierto que la “Casa de Contratación” no quiso o no pudo participar en la empresa del desconocido bajo propia responsabilidad y riesgos. Los profesionales en el orden comercial han de desconfiar de todo lo que se sale de lo ordinario, y otra vez se llevó a cabo uno de los logros definitivos de la Historia no gracias al apoyo de los organismos adecuados, sino a pesar de ellos.

La Casa de Indias no patrocinó la empresa de Magallanes. De las muchas puertas que median hasta la sala de audiencia del rey, ni siquiera la primera se abrió. Debió de ser un día muy siniestro para Magallanes. En vano el viaje, en vano las recomendaciones y los cálculos expuestos; inútiles la elocuencia y la pasión que, a pesar suyo, le domina: los tres profesionales que forman la Comisión no llegan a ponerse de acuerdo con él ni a hacerse cargo de su proyecto.

Pero, en la guerra, a menudo un general que se creía vencido, ya dispuesto a abandonar el campo, ve acercarse un mensajero cual un ángel que le anuncia la retirada del enemigo, abandonándole así la plaza y dándole con ello la victoria. Un minuto, y los dados se vuelven, de pronto, en su favor, y se halla transportado, desde los abismos, a las cumbres de la felicidad. Un minuto así vive ahora Magallanes al recibir el inesperado mensaje enterándole de que uno de los tres miembros de la Comisión que, por su hosca actitud, le pareció que hacía causa común con los otros, sentíase muy interesado en el proyecto, el cual había escuchado con atención. Juan de Aranda, el "factor", el director de la "Casa de Contratación", tiene un gran deseo de oír en privado algo más de aquel plan interesantísimo y que él cree rico en perspectiva. Que Magallanes se ponga al habla con él.

Lo que al venturoso Magallanes le parece disposición del cielo, es en verdad asunto muy terrenal. A Juan de Aranda, como a todos los emperadores y reyes, capitanes y mercaderes de su tiempo, no le va nada en el descubrimiento de la tierra y la consiguiente felicidad de los humanos, pese a la pintura que nos dan los libros de Historia para la juventud. No eran la generosidad del ánimo ni el puro entusiasmo los que hicieron de Aranda un patrocinador del plan. Lo que el factor de la "Casa de Contratación" husmea en el propósito de Magallanes, como experto en la materia, es algún buen negocio.