Como el ejemplar de la Biblioteca Nacional sólo incluye la primera parte del texto impreso en San Petersburgo, he debido pedir copia del que se conserva en la Biblioteca de Leningrado. Lleva la anotación 6.11.224, y se compone de dos series de pliegos encuadernados juntos. En el lomo de la encuadernación, una sola palabra en dos líneas: Potockiana. Adentro, en el dorso de la cubierta, está pegada una faja de papel con la siguiente indicación manuscrita:

El conde Jan Potocki ha hecho imprimir estos pliegos en San Petersburgo en 1805, poco antes de su partida a Mongolia (en una embajada a China de la cual forma parte), sin darles título ni ponerles fin, reservándose el derecho de continuarlos o no más adelante, cuando su imaginación, a la cual ha dado rienda suelta en esta obra, lo invite a ello. La primera serie de los pliegos termina en la página 158, al pie de la cual se lee: Fin del primer decamerón, y abajo: Copiado en 100 ejemplares. El texto de la segunda parte termina bruscamente en medio de una frase, al final de la página 48. La frase debía continuar en la página 49, en la cual comenzaba el pliego decimotercero, que sin duda no fue nunca impreso, ni tampoco los siguientes. He reproducido escrupulosamente ese texto, y lo completo con la especie de conclusión provisional que da fin a las Diez jornadas. Por lo contrario, sólo reimprimo extractos de Avadoro.

Para no publicar por entero lo que el autor mismo ha dado a publicidad, tengo dos razones principales. En primer lugar, el texto de Avadoro es fragmentario y poco seguro. Más vale esperar a que el señor Kukulski haya podido procurarse una versión menos discutible, basándose en los manuscritos de Krzeszowice y ayudándose con la traducción de Chojecki. En segundo lugar, deseo destacar sobre todo el aporte de la obra de Potocki a la literatura fantástica. Ahora bien, es en las primeras jornadas del Manuscrito encontrado en Zaragoza donde lo sobrenatural desempeña precisamente un papel de gran importancia. De ahí mi decisión.

La obra ha permanecido desconocida en Francia. Y como estaba escrita en francés, parece no haber alcanzado sino muy lentamente un mejor destino en la patria del autor, aunque éste perteneciera a una de las más ilustres familias de Polonia. Sus compatriotas, a lo menos, consideraron siempre a Potocki como a uno de los fundadores de la arqueología eslava. El personaje, por lo demás, merecería ser estudiado a fondo.' Nace en 1761; adquiere primero en Polonia, después en Ginebra y Lausana, una sólida educación. Muy joven aún, visita Italia, Sicilia, Malta, Túnez, Constantinopla, Egipto. En 1788 nos da cuenta de su recorrido en un libro publicado en París con el título de Viaje a Turquía y a Egipto hecho en el año 1784,2 que reeditará en su imprenta privada en 1789. Entretanto, de vuelta a su país, se hace de golpe célebre subiendo en globo con François Blanchard. En 1789, después de querellarse con los Estados de Polonia a propósito de la libertad de prensa, instala en su casa una imprenta libre (Wolny Drukarnia) en la que edita los dos volúmenes de su Ensayo sobre la historia universal e indagaciones sobre Sarmacia. En 1791 viaja por Inglaterra, España y Marruecos. Participa en la campaña de 1792 como capitán ingeniero. En adelante se consagra a la prehistoria y a la arqueología. En 1795 publica en Hamburgo el Viaje por algunas partes de la Baja Sajonia para la busca de antigüedades eslavas o vendas, hecho en 1794 por el conde Jan Potocki. En Viena, en 1796, nos da una Memoria sobre un nuevo periplo del Ponto Euxino, así como sobre la más antigua historia de los pueblos del Taunus, del Cáucaso y de Escitia. Ese mismo año, en Brunswick, edita en cuatro volúmenes los Fragmentos históricos y geográficos sobre Escitia, Sarmacia y los eslavos. Arqueólogo y etnólogo ilustre, consejero privado del zar Alejandro Primero, viaja al Cáucaso en 1798. En 1802 hace editar en San Petersburgo, en la Academia Nacional de Ciencias, una Historia primitiva de los pueblos de Rusia, con una exposición completa de todas las nociones locales, nacionales y tradicionales necesarias para comprender el cuarto Libro de Heródoto; después, en 1805, una Cronología de los dos primeros libros de Manetón. Al mismo tiempo, hace tirar discretamente las cien copias del Manuscrito encontrado en Zaragoza.