Me creo en el deber de darlo a la espera de uno mejor, a los fines de presentar desde ahora una imagen más completa de lo fantástico en Potocki. Habrá de perdonárseme, supongo, esta anticipación: me parece que el interés de la obra la merece ampliamente.
Sólo me queda agradecer muy calurosamente al señor St. Wedkiewicz, director del Centro Polaco de Investigaciones Científicas de París, que tuvo la gentileza de escribir de mi parte al señor Lescek Kukulski, y al mismo señor Kukulski, que me ha instruido muy amablemente acerca del presente estado de sus trabajos que se proponen la reconstitución integral del texto original francés de Potocki.
También expreso mi muy viva gratitud a la señora Tatiana Beliaeva, encargada de la Biblioteca de la Unesco en París, y al señor Barasenkov, director de la Gosudarstvennaja Publicnaja Biblioteca imeni Saltukova-Scedrina de Leningrado. Gracias a su comprensión he podido conocer el juego completo de los cuadernos impresos en 1804-1805 en San Petersburgo. Sin ese texto la presente edición habría resultado aproximativa hasta en la parte que hoy propone al público.
En 1814, las Diez jornadas, última publicación del autor que habría de morir al año siguiente, terminaban con el anhelo de que el lector conociera las nuevas aventuras del héroe. Hoy formulo el mismo deseo para la próxima y primera publicación completa de una obra que ha permanecido, a causa de una rara conjura de azares excepcionales, inédita en sus tres cuartas partes y casi totalmente desconocida en la lengua en que fue escrita. Ya es hora de que esta obra, después de esperar un siglo y medio, encuentre en la literatura francesa, así como en la literatura fantástica europea, el lugar envidiable que le corresponde ocupar.
ROGER CAILLOIS.
Ad calculum periculum bonum
NOTA DEL TRADUCTOR
He modernizado, o corregido, la ortografía de algunos nombres propios españoles e italianos; he corregido, asimismo, la ortografía y a veces la redacción de algunas palabras o frases que en el texto original aparecen escritas directamente en español o en dialectos italianos.
J. B.
ADVERTENCIA
Cuando era oficial en el ejército francés, participé en el sitio de Zaragoza. Algunos días después que se tomara la ciudad, como avanzara hasta un lugar un poco retirado, observé una casita bastante bien construida. Creí, al principio, que aún no había sido visitada por ningún francés. Tuve la curiosidad de entrar. Llamé a la puerta, pero vi que no estaba cerrada. Empujé la puerta, entré, di voces, busqué: no encontré a nadie. Me pareció que habían sacado de la casa todo aquello que tuviera algún valor; en las mesas y en los muebles sólo quedaban objetos sin importancia. Advertí de pronto, amontonados en el suelo, en un rincón, varios cuadernos. Se me ocurrió mirarlos: era un manuscrito en español, lengua que conozco poco, pero no tan poco, sin embargo, para no comprender que aquel libro podía divertirme: trataba de bandidos, de aparecidos, de cabalistas, y nada más adecuado que la lectura de una novela extravagante para distraerme de las fatigas de la campaña. Persuadido de que el libro no volvería ya a su legítimo propietario, no vacilé en quedarme con él.
Más adelante nos obligaron a salir de Zaragoza. Alejado, por desgracia, del cuerpo principal del ejército, fui apresado con mi destacamento por los españoles; creí que estaba perdido. Cuando llegamos al lugar a donde nos condujeron, los españoles empezaron a despojarnos de nuestros bienes. Sólo pedí conservar un objeto que no podía serles útil: el libro que había encontrado. Al principio opusieron alguna dificultad. Por último consultaron al capitán, quien, después de echar una mirada al libro, se llegó a mí y me dio las gracias por haber conservado intacta una obra a la cual asignaba gran valor porque narraba la historia de uno de sus antepasados. Me llevó con él, y durante la temporada un poco larga que pasé en su casa, donde me trataron amablemente, le rogué que me tradujera aquella obra al francés. La escribí bajo su dictado.
PRIMERA PARTE
JORNADA PRIMERA
El conde de Olavídez no había establecido aún colonias de extranjeros en Sierra Morena; esta elevada cadena que separa Andalucía de la Mancha no estaba entonces habitada sino por contrabandistas, por bandidos, y por algunos gitanos que tenían fama de comer a los viajeros que habían asesinado. De allí el refrán español: Devoran a los hombres las gitanas de Sierra Morena. Y eso no es todo. Al viajero que se aventuraba en aquella salvaje comarca también lo asaltaban, se decía, infinidad de terrores muy capaces de helar la sangre en las venas del más esforzado. Oía voces plañideras mezclarse al ruido de los torrentes y a los silbidos de la tempestad; destellos engañadores lo extraviaban, manos invisibles lo empujaban hacia abismos sin fondo.
A decir verdad, no faltaban algunas ventas o posadas dispersas en aquella ruta desastrosa, pero los aparecidos, más diablos que los venteros mismos, los habían forzado a cederles el lugar y a retirarse a comarcas donde no les fuera turbado el reposo sino por los reproches de su conciencia, fantasmas estos con los cuales los venteros suelen entrar en componendas; el del mesón de Andújar invocaba al apóstol Santiago de Compostela para atestiguar la verdad de sus relatos maravillosos; agregaba, por último, que los arqueros de la Santa Hermandad se habían negado a responsabilizarse de ninguna expedición por Sierra Morena, y que los viajeros tomaban la ruta de Jaén o la de Extremadura. Le respondí que esa opción podía convenir a viajeros ordinarios, pero que habiéndome el rey, don Felipe Quinto, concedido la gracia de honrarme con una comisión de capitán en las guardias valonas, las leyes sagradas del honor me prescribían presentarme en Madrid por el camino más corto, sin preguntarme si era el más peligroso.
—Mi joven señor —replicó el huésped—, vuestra merced me permitirá observarle que si el rey lo ha honrado con una compañía en las guardias, y antes de que a vuestra merced le apunte la barba en el mentón, honra que los años no le han concedido todavía, será bueno que dé muestras de prudencia. Pues bien, yo digo que cuando los demonios se apoderan de una comarca…
Hubiera dicho más, pero salí disparado y sólo me detuve cuando creí estar fuera del alcance de sus advertencias; entonces, al volverme, aún lo vi gesticular y mostrarme la ruta de Extremadura.
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