¿Adónde iremos? —preguntó al final, impresionada de nuevo por la perplejidad acerca de sus futuros planes, si es que su padre tenía planes, en realidad.

—A Milton del Norte —respondió él, con torpe indiferencia, pues había percibido que, aunque el amor de su hija la había impulsado a apoyarle y a esforzarse para calmarle con su cariño, la intensidad del dolor seguía tan viva en su mente como siempre.

—¡Milton del Norte! ¿La ciudad industrial de Darkshire?

—Sí —contestó él, del mismo modo abatido e indiferente.

—¿Por qué allí, papá? —preguntó ella.

—Porque allí puedo ganar el pan para la familia. Porque allí no conozco a nadie y nadie conoce Helstone ni puede hablarme nunca de él.

—¡El pan para la familia! Yo creía que mamá y tú teníais… —y se interrumpió, conteniendo el lógico interés por su vida futura al advertir el ceño de su padre. Pero la agudeza intuitiva de él le permitió ver en la cara de su hija como en un espejo el reflejo de su propio abatimiento y se esforzó por rechazarlo.

—Ya te lo explicaré todo, Margaret. Ahora ayúdame a decírselo a tu madre. Creo que podría hacer cualquier cosa menos eso: la sola idea de su dolor me da pánico. Si te lo explico todo, podrías decírselo mañana. Yo estaré fuera todo el día, iré a despedirme del granjero Dobson y de los pobres de Bracy Common. ¿Te molestaría mucho decírselo tú, Margaret?

Le molestaba tener que hacerlo, le horrorizaba más que ninguna cosa que hubiera tenido que hacer en toda la vida. No podía hablar, de pronto. Su padre dijo:

—Te disgusta mucho hacerlo, ¿verdad, Margaret?

Ella se dominó entonces y contestó con expresión animosa y firme:

—Es doloroso pero hay que hacerlo, y lo haré lo mejor que pueda. Tú debes tener muchas cosas desagradables que hacer.

El señor Hale movió la cabeza abatido y le apretó la mano en señal de gratitud. Margaret estaba a punto de echarse a llorar otra vez. Para desechar los pensamientos dijo:

—Ahora dime cuáles son nuestros planes, papá. Mamá y tú tenéis algún dinero, aparte de los ingresos del beneficio, ¿no? Sé que tía Shaw lo tiene.

—Sí. Creo que tenemos unas ciento setenta libras anuales propias. Setenta han sido siempre para Frederick desde que está en el extranjero. No sé si lo necesita todo —añadió, vacilante—. Debe de tener alguna paga por servir en el ejército español.

—Frederick no debe sufrir —dijo Margaret con decisión—; en un país extranjero; tratado tan injustamente por el propio. Quedan cien libras. ¿Podríamos vivir mamá, tú y yo con cien libras al año en algún lugar muy barato…, muy tranquilo de Inglaterra? Bueno, yo creo que sí.

—¡No! —dijo el señor Hale—. Eso no serviría. Tengo que hacer algo. Tengo que mantenerme ocupado, desechar los pensamientos morbosos. Además, en una parroquia rural recordaría dolorosamente Helstone y mis deberes aquí. No lo soportaría, Margaret. Y cien libras al año se quedarían en nada una vez cubiertos los gastos de la casa, para proporcionar a tu madre las comodidades a las que está acostumbrada y que debe tener. No. Tenemos que ir a Milton. Eso está decidido. Siempre decido mejor solo, sin verme influenciado por mis seres queridos —le dijo, casi disculpándose por haber decidido sin consultar sus planes con nadie de la familia—.