Lo hizo con indiferencia, y además puede que sólo mirara la lluvia que caía delante ellos o los cartelitos de anuncios sujetos a la puerta por encima de sus ojos. Raban pensó que ella miraba asombrada. Así que, pensó,
"si se lo pudiera contar, ni se asombraría". Se trabaja tan exageradamente que se está incluso demasiado cansado como para disfrutar de las vacaciones. Pero con todo el trabajo no se consigue la pretensión de ser tratado por todos con cariño; al contrario, se está solo, se es un objeto de curiosidad. Y en tanto que digas "se" en lugar de "yo", no es nada y se puede contar esta historia, pero en cuanto te confieses que eres tú mismo, entonces eres formalmente atravesado y estás aterrorizado.
Dejó el maletín revestido con una tela a cuadros en el suelo y al hacerlo dobló las rodillas. El agua de lluvia corría al borde de la carretera en riachuelos, que casi se estiraban hacia las zanjas colocadas más profundamente.
"Pero si yo mismo distingo entre "se" y "yo", cómo me puedo quejar entonces de los otros. Tal vez no sean injustos, pero estoy demasiado cansado para poder recorrer sin esfuerzo el camino hasta la estación, que, sin embargo, es corto. ¿Así que por qué no me quedo en la ciudad durante estas pequeñas vacaciones para recuperarme? Soy imprudente. Este viaje me va a enfermar, lo sé con seguridad. Mi habitación no será cómoda, no es posible que sea de otra manera en el campo. Apenas si estamos en la primera mitad de junio, muchas veces el aire del campo es muy fresco. Si bien estoy bien vestido tendré que juntarme con personas que pasean tarde en la noche. Se pasearán por los estanques, casi seguro. Creo que me voy a resfriar. En cambio, resaltaré poco en las conversaciones. No podré comparar el estanque con otros estanques de países lejanos, pues nunca he viajado, y para hablar de la luna y para sentir la santidad y para subir exaltadamente a un montón de piedras estoy demasiado viejo. No quiero que se rían de mi."
La gente pasaba con las cabezas un poco bajas, sobre las que mantenían los oscuros paraguas. También pasó un camión, con un hombre sentado en el pescante lleno de paja que estiraba tan descuidadamente las piernas que un pie casi tocaba el suelo, mientras el otro permanecía sobre paja y harapos. Parecía como si estuviera sentado en el campo con buen tiempo. Pero sujetaba hábilmente las riendas de manera que el carro, en el que se entrechocaban las barras de hierro, se movía con soltura entre el gentío. En el suelo húmedo se veía pasar despacio el reflejo del hierro girando de hilera en hilera de piedras.
El niño pequeño de la dama de enfrente estaba vestido como un viejo viticultor. Su traje era una especie de bolsa ceñida por una cinta de cuero debajo de las axilas. Su gorra medio esférica le llegaba hasta las cejas y de la punta dejaba caer una bola que le colgaba hasta la oreja izquierda. La lluvia lo alegraba. Salió de la puerta y miró al cielo con los ojos abiertos, para mojarse con el agua que caía. A veces saltaba, de manera que salpicaba mucho y los que pasaban lo reñían. Entonces la dama lo llamó y cogió de la mano; no lloró sin embargo.
Entonces Raban se asustó. ¿No era ya demasiado tarde? Como llevaba el gabán y la levita desabrochados, extrajo rápidamente su reloj. No funcionaba.
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