Esto es lo que por orden suya se proclama. Todos los tinelos del castillo están abiertos, y hay plena libertad para festejar desde la hora presente de las cinco hasta que la campana haya dado las once. ¡Los cielos bendigan la isla de Chipre y a nuestro noble general Otelo! (Salen.)
Escena Tercera
Sala en el castillo
Entran OTELO, DESDÉMONA, CASSIO y acompañamiento
OTELO.- Buen Miguel, atended a la guardia esta noche. Sepamos poner a nuestros placeres estos honrados límites, a fin de no rebasar nosotros mismos los linderos de la discreción.
CASSIO.- Iago ha recibido las instrucciones necesarias; pero, no obstante, inspeccionaré todo con mis propios ojos.
OTELO.- Iago es muy honrado. Buenas noches, Miguel. Mañana, lo más temprano que os sea posible, tengo que hablar con vos. Vamos, amor querido. (A Desdémona.) Hecha la adquisición, es menester gozar el fruto, y esta ventura está aún por llegar entre vos y yo. Buenas noches. (Salen Otelo, Desdémona y acompañamiento.)
Entra IAGO CASSIO.- Bien venido, Iago. Debemos hacer la guardia. IAGO.- No a esta hora, teniente; no han dado las diez aún. Nuestro general nos ha despedido tan pronto por amor de su Desdémona, y no podemos ciertamente censurarlo; todavía no se ha refocilado con ella de noche, y es bocado digno de Júpiter.
CASSIO.- Es una dama exquisitísima.
IAGO.- Y que le gusta el regodeo, os lo garantizo.
CASSIO.- Es, en verdad, la criatura más lozana y deliciosa.
IAGO.- ¡Qué ojos tiene! ¡Parece que tocan una llamada a la provocación!
CASSIO.- Unos ojos incitantes; y, sin embargo, diría que su mirada es sumamente modesta.
IAGO.- Y cuando habla, ¿no suena su voz como una alarma amorosa?
CASSIO.- Es, en verdad, la perfección misma.
IAGO.- Bien; que la felicidad sea entre sus sábanas. Venid, teniente, tengo media azumbre de vino, y ahí fuera aguardan un par de galanes de Chipre, que de buena sana beberían una medida a la salud del atezado Otelo.
CASSIO.- Esta noche no, buen Iago; tengo una cabeza de las más débiles y desdichadas para la bebida. Quisiera que la cortesanía inventara algún otro modo de agasajo.
IAGO.- ¡Oh! Son amigos nuestros. Una copa tan sólo. Yo beberé por vos.
CASSIO.- No he bebido esta noche más que una sola copa, y ésa prudentemente bautizada, y ved, no obstante, qué perturbación ha causado en mí. Me aflige esta flaqueza, y no me atrevería a imponer la carga de una segunda copa a mi debilidad.
IAGO.- ¡Qué hombre! Ésta es una noche de fiesta; lo desean los galanes.
CASSIO.- ¿Dónde están?
IAGO.- Ahí en la puerta. Por favor, decidles que entren.
CASSIO.- Lo haré; pero me disgusta. (Sale Cassio.)
IAGO.- Si puedo inducirle a que acepte siquiera una copa, con lo que ya ha bebido esta noche, se pondrá tan pendenciero y agresivo como el perro de mi joven dama. Por su parte, mi loco imbécil de Rodrigo, a quien el amor ha vuelto ya casi el cerebro del revés, bebe esta noche, copa tras copa, en honor de Desdémona y forma parte de la guardia. También he regado esta noche con abundantes libaciones a los tres mancebos de Chipre (espíritus nobles e hirvientes, singularmente meticulosos en punto de honor, verdaderos elementos -agua, fuego, aire y tierra- de esta isla), que están asimismo de guardia. Ahora, entre esta bandada de borrachos, haré que nuestro Cassio cometa alguna acción que pueda ofender a la isla. Pero helos que vienen aquí. Si las consecuencias responden al plan que he soñado, mi barca navegará libremente contra viento y marca.
Vuelve a entrar CASSIO, seguido de MONTANO y otros CABALLEROS, con criados que traen vino
CASSIO.- ¡A fe de Dios, ya me han dado un vaso lleno!
MONTANO.- Bien poco, por mi buena fe; ni siquiera una pinta, como soy soldado.
IAGO.- ¡Venga vino, hola! (Canta.)
Y dejadme sonar, sonar el potín; y dejadme sonar el potín; el soldado es un hombre, la vida es sólo un instante; beba, pues, el soldado hasta el fin.
¡Vino, muchachos!
CASSIO.- ¡Por el cielo, una excelente canción!
IAGO.- La aprendí en Inglaterra, donde, por cierto, se hallan los más bravos bebedores. Vuestro danés, vuestro germano y vuestro panzudo holandés -¡a beber, hola!- no valen nada comparados con vuestro inglés.
CASSIO.- ¿Tan experto bebedor es vuestro inglés?
IAGO.- ¡Pardiez! Os bebe con una facilidad que dejará pálido como la muerte a vuestro danés; no ha menester que sude para derribar a vuestro alemán; y en cuanto a vuestro holandés, le provocará un vómito antes de que llene el segundo vaso.
CASSIO.- ¡A la salud de nuestro general!
MONTANO.- Os la acepto, teniente, y beberé antes que vos.
IAGO.- ¡Oh, dulce Inglaterra! (Canta.)
El rey Esteban fue un digno par, su calzas le costaban sólo una corona; hallábalas muy caras a seis peniques; y así llamaba granuja al sastre. Era un galán de alto renombre, y tú sólo eres de baja condición. El orgullo es el que pierde a la nación. Echa, por tanto, tu capa vieja sobre ti.
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