(Dentro.) ¡Una vela! ¡Una vela! (Óyense de pronto disparos de artillería.)
CABALLERO SEGUNDO.- Envían sus saludos a la ciudadela. Son también amigos.
CASSIO.- ¡Id por noticias! (Sale el Caballero.) Buen alférez, sed bien venido. (A Emilia.) Sed bien venida, señora. -Buen Iago, no os incomodéis si llevo tan lejos mis maneras; es mi educación la que me impulsa a esta osada muestra de cortesía. (Besa a Emilia.)
IAGO.- Señor, si os regalara con sus labios tanto como me da a menudo con su lengua, ya os bastaría.
DESDÉMONA.-¡Ay! ¡Pero si no habla!
IAGO.- A fe mía, de sobra. Lo noto siempre que me entran ganas de dormir. Pardiez, estoy seguro de que
delante de Vuestra Señoría pone un poco su lengua en el corazón y sólo murmura con el pensamiento.
EMILIA.- Tenéis pocos motivos para hablar así.
IAGO.- Vamos, vamos, sois pinturas fuera de casa, cascabeles en vuestros estrados, gatos monteses en vuestras cocinas, santas en vuestras injurias, diablos cuando sois ofendidas, haraganas en la economía doméstica y activas en la cama.
DESDÉMONA.- ¡Oh, vergüenza de ti, calumniador!
IAGO.- No, es la verdad, o soy un turco: os levantáis para vuestros recreos y os vais a la cama para trabajar.
EMILIA.- No os encargaré de escribir mi elogio.
IAGO.- No, no me lo encarguéis.
DESDÉMONA.- ¿Qué escribiríais de mí si tuvierais que hacer mi elogio?
IAGO.- ¡Oh, encantadora dama! No me encarguéis de semejante obra, pues no soy más que un censurón.
DESDÉMONA.- Vamos, prueba. ¿Ha venido alguien al puerto?
IAGO.- Si, señora.
DESDÉMONA.- No estoy alegre. Pero engaño la disposición en que me encuentro, haciendo parecer lo contrario. Veamos, ¿cómo haríais mi elogio?
IAGO.- No pienso en ello; pero, a la verdad, mi inspiración se agarra a mi mollera como la liga a la frisa; sale arrancando sesos y todo. Sin embargo, mi musa está de parto y he aquí lo que da a luz.
Si una mujer es rubia e ingeniosa, belleza e ingenio son, el uno para usarlo, la otra para servirse de ella.
DESDÉMONA.- ¡Lindo elogio! ¿Y si es morena e ingeniosa?
IAGO – Si es morena y a esto tiene ingenio, hallará un blanco que se acomodará con su negrura.
DESDÉMONA.- De mal en peor.
EMILIA.- ¿Y si es hermosa y necia?
IAGO – La que fue hermosa nunca fue necia, pues su misma necedad le ayudó a procurarse un heredero.
DESDÉMONA.- Ésas son viejas paradojas para hacer reír a los tontos en las cervecerías. ¿Qué miserable elogio reservas a la que es fea y necia?
IAGO – Ninguna hay a la vez tan fea y necia que no haga las mismas travesuras que las bellas ingeniosas.
DESDÉMONA.- ¡Oh, crasa ignorancia! A la peor es a la que mejor encomias. Pero ¿qué elogio tributarías a una mujer realmente virtuosa? ¿A una mujer que, con la autoridad de su mérito, se atreviera justamente a desafiar el testimonio de la malignidad misma?
IAGO – La que siempre fue bella y nunca orgullosa, que tuvo la palabra a voluntad y nunca armó ruido; que jamás le faltó oro, y no fue nunca fastuosa; que ha contenido su deseo, siéndole fácil decir: «ahora puedo»; la que en su cólera, cuando tenía a mano la venganza, impuso silencio a su injuria y despidió a su desagrado, aquella cuya prudencia careció de la suficiente fragilidad para cambiar una cabeza de pescado por una cola de salmón; la que pudo pensar, y nunca descubrió su alma; aquella a la que seguían los enamorados y nunca miró tras sí; ésta fue una criatura, si tales han existido…
DESDÉMONA.- ¿Para hacer qué?
IAGO – Para dar de mamar a los tontos y registrar cosas frívolas.
DESDÉMONA.- ¡Oh, conclusión muy coja e impotente! No aprendas de él, Emilia, aunque sea tu marido, ¿Qué decís vos, Cassio? ¿No es un censor muy grosero y licencioso?
CASSIO.- Habla a su manera, señora. Os agradará más como soldado que como hombre de letras.
IAGO.-(Aparte.) La coge por la palma de la mano… Sí, bien dicho. -Cuchichean… Con una tela de araña tan delgada como ésa, entramparé una mosca tan grande como Cassio. Sí, sonríele, anda. Yo te atraparé en tu propia galantería… Decís verdad; así es, en efecto… Si semejantes manejos os hacen perder vuestra tenencia, sería mejor que no hubiereis besado tan a menudo vuestros tres dedos, lo que os pone en trance de daros aún aires de galanteador. ¡Magnífico! ¡Bien besado y excelente cortesía! Así es, verdaderamente. ¡Cómo! ¿Otra vez vuestros dedos a sus labios? ¡Que no pudieran serviros de cánulas de clister! (Suena una trompeta.) – ¡El moro! ¡Conozco su trompeta!
CASSIO.- Es él, seguramente.
DESDÉMONA.- Vamos a su encuentro a recibirle.
CASSIO.- Mirad, aquí viene.
Entra OTELO y acompañamiento
OTELO.- ¡Oh, mi linda guerrera!
DESDÉMONA.- ¡Mi querido Otelo!
OTELO.- Mi asombro es tan grande como mi contento, al ver que habéis llegado aquí antes que yo. ¡Oh, alegría de mi alma! ¡Si a todas las tempestades suceden calinas como ésta, soplen los vientos hasta despertar la muerte! ¡Y que mi barca, luchando con esfuerzo, escale montañas de agua tan altas como el Olimpo y descienda en seguida tan bajo como la distancia que separa el cielo del infierno! ¡Si me sucediera ahora morir, sería este momento el más dichoso! Porque mi alma posee una felicidad tan absoluta, que temo que otra parecida no le esté reservada en el ignorado porvenir.
DESDÉMONA.- ¡No permitan los cielos que vuestro amor y nuestra felicidad cesen de crecer antes de que acaben nuestros días!
OTELO.- ¡Amén respondo a esta plegaria, poderes celestes! ¡No puedo hablar, como quisiera, de este contento! ¡Me ahoga aquí mismo! ¡Es demasiada alegría!… ¡Que esto y esto (besando a Desdémona) sean las mayores discordias que conozcan jamás nuestros corazones!
IAGO.-(Aparte.) ¡Oh, ahora estáis bien templados! ¡Pero a fe de hombre honrado, yo aflojaré las clavijas que producen esta música!
OTELO.- Venid, dirijámonos al castillo.- ¡Noticias, amigos! Nuestras guerras han dado fin. Los turcos perecieron ahogados.- ¿Cómo se encuentran mis antiguos conocidos de esta isla?- Panalito de miel, seréis bien acogida en Chipre. He hallado mucho afecto entre sus habitantes. ¡Oh, dulce amada mía, estoy hablando sin ton ni son, y desvarío en mi propia felicidad!- Por favor, buen Iago, anda a la bahía y desembarca mis cofres. Conduce al patrón a la ciudadela; es un bravo, y su excelencia merece mucho respeto. Vamos, Desdémona, una vez más, bien hallada en Chipre. (Salen Otelo, Desdémona y acompañamiento.)
IAGO.- Ve a reunirte conmigo inmediatamente en el puerto.- Avanza aquí. Si eres valiente (y dicen que hasta los hombres de baja extracción cuando están enamorados adquieren una nobleza que no les es natural), escúchame.
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