Hay, pues, un cambio de la noción logos, y desde luego, en torno a Él se desarrolla toda la teología cristiana, con su incógnita de creer o no creer en algo material-divino.
De aquí que Unamuno opte por una acción muy española: El Obispo de Renada —a pesar de todo— anda promoviendo la beatificación del cura Don Manuel; con ella se cierra (por un largo periodo) el dilema anterior. Además, el Obispo, para dar más testimonio, "se propone escribir su biografía", porque, sin duda, es un santo.
Los personajes
Aunque no han sido presentados todavía, ya hemos hablado de los personajes. No obstante, los personajes principales son tres: el cura Don Manuel Bueno, Ángela Caballino y su hermano Lázaro... Además, durante el relato aparecen el desgraciado Perote, el anormal Blasillo, el anónimo payaso, y en el epílogo, el recopilador del relato, un tal Miguel que creó el ser ficticio Augusto Pérez en la novela Niebla.
Unamuno sigue una vieja tradición de dar nombres alusivos a sus personajes; así, por ejemplo, nombra con Lázaro a alguien que, como aquél, resucitará a la vida, y el cura le apellida Bueno, lo cual refuerza más aún su bondad creada, y por último, a la protagonista, por su fidelidad, con la raíz griega ángel, que significa mensajero.
Estructura
Unamuno estructura (quizás inconscientemente) la narración en dieciocho fragmentos y un epílogo; pero puede decirse que se estructura bajo tres puntos tradicionales, según reglas del neoclasicismo: presentación, nudo y desenlace. Su ritmo es, por tanto, ascendente.
El epílogo añade más verosimilitud al relato; relato donde lo incógnito está patente por doquier, desde la fijación del tema general y los subtemas, hasta la problemática (presentada ya en la sexta línea del primer fragmento, cuando dice "...a modo de confesión...") de si es una confesión o memoria, y que la narradora no resuelve, aunque sí queda resuelto en el epílogo: "...esta memoria de Ángela Caballino".
Tiempo
Sin duda, Unamuno juega con el tiempo en esta obrita (en cuanto a su extensión, por supuesto); en poco más de treinta hojas, recorre toda una vida. Y lo hemos de dar como una característica suya. Por supuesto, muy propia de su tiempo, pues es cuando comienza el cine a ser protagonista, y por tanto, es una característica cinematográfica, de la aceleración de su tiempo.
La protagonista, Ángela, que cuenta ahora con cincuenta y tantos años, comienza a narrar su infancia guiada por lo que su madre le ha dicho, aunque la madre parece mostrarse reacia a un pasado triste: "apenas si me contaba hechos o dichos de mi padre".
Y así, la protagonista sabe poco de su padre. Es evidente que su madre, y así lo entiende Ángela, huya del recuerdo de su novio o marido por el dolor que ha podido causarle.
Unamuno pinta aquí un matriarcado obligado, circunstancial, creado por el predominio del varón en la sociedad, que a su vez es posible causa de la soltería de Ángela. Un matriarcado producido por la miseria, que solo había creado más miseria y dolor a la madre, y su continuidad había sido evitada por la soltería de Ángela, pues la madre entendía que podía pasarle a su hija también.
Con el tiempo todo es distinto. Porque ambas han sobrevivido a las vicisitudes. Así, ya en un periodo posterior, cuando Ángela tenía diez años, y empieza a darse cuenta de todo, memorizándolo... Pues bien: donde mejor puede observarse esa característica cinematográfica es en el fragmento cuarto, que empieza: "En la noche de San Juan...", o sea, está refiriéndose a algo del mes de junio, y de pronto, diecinueve líneas más abajo, nos habla de "el día primero de enero...".
Espacio
La acción general está situada en un pueblo, en la "aldea de Valverde de Lucerna", y concretamente, en casa de una vecina, en la casa de Simona, y ahora de Ángela, su hija. Pueblo y casa cualquiera. Pero además existen otros lugares donde se desarrolla la trama, como es el Colegio de Religiosas de Renada, al que fue Ángela a estudiar, a sus diez años, ante la insistencia del hermano y por conveniencia de la madre, quizás. También en el lago, donde anualmente hay un rito; en la Iglesia, etc.
Narradora
Unamuno detesta el anonimato. Quizá se indignara cuando veía por ahí tanta novela anónima. Incluso no quiere, para sus novelas, narrador sin físico; diríase que para él todo es material. De ahí que surja un narrador de carne y hueso, Ángela Carballino...
Pero ¿quién es Ángela Carballino? Es una mujer más de un pueblo más, que cuenta ya más de cincuenta años, que se encuentra sola, alimentándose de los recuerdos del pasado, y que, según confiesa, parece estar muy cerca de la nada; actitud ésta a la que ha llegado arrastrada por los vientos de la vida, de la experiencia...
Hoy, a su vejez, es una mujer que duda, que duda incluso de su existencia; quizá porque no encuentra la sustancia de la verdad, del saber, de la fe, de la vida. Pero ¿por qué, Dios mío, se ha dado cuenta tan tarde?
En su mocedad, sin embargo, no fue así. Entonces era una mujer idealista, altruista, pura, afectuosa, pía; pero el tiempo, y sobre todo, la relación de convivencia con su hermano y el párroco, ha dislocado su cabeza. De ambos, guarda un secreto: el trágico secreto de creer no creyendo, y el cual no confiesa ante el ilustrísimo señor obispo por temor a las autoridades temporales...
Unamuno, al escribir, tiene en cuenta tanto los rasgos del carácter del personaje-narrador, sumamente humano, de carne y hueso, quizás debido a su realismo descriptivo, como los rasgos estéticos al narrar la protagonista, pues no le da una postura omnisciente; pero, más aún, quizá, tenga en cuenta la Historia de España...
Breve comentario de valoración
¿Por qué llega Unamuno a esta obra? Mejor dicho: ¿por qué Unamuno no se fue por una filosofía de los valores? Sencillamente porque su concepción de la ética es postmoderna o postcontemporánea, o sea, de hoy, y no de su tiempo. Esto significa que Unamuno, como luego Heidegger, ve que la teología y la filosofía son inconciliables.
Unamuno se ha desprendido ya de su radicalismo ideológico. Por eso no sólo rechaza en su San Manuel Bueno la relación de la ética con la metafísica, que Unamuno asimila a "tomismo", sino que no puede aceptar la subordinación de la ética a la teología, bien revelada o natural. Ahora bien: de ésta aún no había gran certeza; pero de aquella sí, pues —desde Descartes— de Dios no podía venir nada. Ockam quedaba hundido, destronado, una vez más. No obstante, para Unamuno, la moral tiene un contenido, y siendo así, Dios existe. Luego no está de acuerdo con Nietzsche, que había sacado todas las consecuencias de la moral recibida, al hecho trágico de la muerte de Dios, ni con Kant, el impulsor de la teología natural.
Unamuno es partidario de una ética filosófica independiente de la teología, pero ¡eso sí! no cerrada a la religión, a la religión católica, apostólica y romana. Por lo cual si tiene lazo con filósofos históricos, es con San Agustín, los Gregorio, Justino, y sobre todo, con Aristóteles (el de las Éticas), pues sus análisis llegan hasta el fondo de las tres obras aristotélicas para rechazar la subordinación de la ética a la teología, porque, en verdad, lo que está rechazando es si el conocimiento del bien y del mal y la distinción ontológica entre ambos se funda en la ley o en la naturaleza.
En efecto, los diálogos de D. Manuel con Lázaro, unos diálogos serios, sinceros, profundos, filosóficos, de confesión mutua por medio del campo, son la mejor terapia para con el ateísmo, y visto aristotélicamente, D. Manuel es conforme que "el hombre virtuoso es el que tiende derechamente al bien, el que sabe dirigirse, el que se conduce rectamente".
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