¡Puedo verlo! ¡Hasta podría tomarlo! ¡Pero los señores deberían dar media vuelta porque estoy casi desnuda! No me sonrojo más porque ¡es él quien debe sonrojarse! (Señalará al PADRE.) ¡Pero les aseguro que estaba muy, muy pálido en ese momento! (Al DIRECTOR.) ¡Créame, señor!
EL DIRECTOR. ¡Yo no me entrometo más!
EL PADRE. ¡Lo desafío a que lo haga! ¡No se deje engañar! ¡Imponga un poco de orden, señor, y déjeme hablar sin hacer caso a la afrenta que con tanta ferocidad ella quiere imputarme, sin las debidas aclaraciones del caso!
LA HIJASTRA. ¡Aquí nadie está inventando nada!
EL PADRE. ¡Yo tampoco, quiero decirte!
LA HIJASTRA. ¡Sí, cómo no! ¡Haz lo que te parezca!
El DIRECTOR, en este punto, volverá a subir al escenario para poner un poco de orden.
EL PADRE. ¡Aquí está todo el daño! ¡En las palabras! Llevamos todos por dentro un mundo de cosas, en cada uno el suyo propio. ¿Cómo es posible que nos entendamos, señor, si en las palabras que yo digo incluyo el sentido y el valor de las cosas tal como yo las considero, mientras quien lo escucha, las asume inevitablemente con el sentido y el valor que tienen para él, de acuerdo al mundo que lleva en su interior? Creemos que es posible entendernos, ¡pero no nos entendemos nunca! Mire: mi piedad, toda mi piedad por esta mujer (señalará a la MADRE), ella la asume como la peor de las crueldades.
LA MADRE. ¡Pero si me alejaste tú!
EL PADRE. ¿Se da cuenta? ¡Alejarla yo! ¡A usted le parece que yo la haya despreciado!
EL MADRE. Tú sabes hablar y yo no… Pero créame, señor, que después de haberse casado conmigo… quién sabe por qué…, yo era una pobre y humilde mujer…
EL PADRE. Exactamente por eso, por tu humildad me casé contigo, y eso es lo que amé en ti, creyendo… (Se detendrá por los desmentidos de ella, abrirá los brazos en alto, desesperado, ante la imposibilidad de que lo comprenda, y se dirigirá hacia el DlRECTOR ¿Se da cuenta? ¡Dice que no! Horrenda, señor, créame, (se golpeará la frente) es horrenda su turbación, su turbación mental. Tiene corazón, sí, ¡pero para sus hijos! ¡Y no atiende a razones, señor, es desesperante!
LA HIJASTRA. ¡Cómo no! Pero que le diga también la suerte que nos acarreó su inteligencia.
EL PADRE. ¡Si se pudiera anticipar todo el mal que puede nacer del bien que creemos estar haciendo!
Llegados a este punto, la PRIMERA ACTRIZ, que se habrá molestado viendo al PRIMER ACTOR coqueteando con la HIJASTRA, se adelantará y preguntará al DIRECTOR.
LA PRIMERA ACTRIZ. Disculpe, señor Director, ¿continuaremos el ensayo?
EL DIRECTOR. Sí, sí, cómo no. ¡Ahora déjeme escuchar!
EL ACTOR JOVEN. ¡Es un caso tan inédito!
LA ACTRIZ JOVEN. ¡Muy interesante!
LA PRIMERA actriz. ¡Al que le interese! (Y lanzará una mirada cargada, al PRIMER ACTOR)
EL DIRECTOR. (Al PADRE.) Es necesario que se explique usted con claridad. (Se sentará.)
EL PADRE. ¡Cómo no! Mire, señor, trabajaba conmigo un pobre hombre, subalterno mío, mi secretario, lleno de devoción, que se entendía muy bien con ella (señalará a la MADRE), sin ninguna mala intención -¡faltaba más!-, un tipo bueno, humilde como ella, incapaz tanto el uno como la otra no sólo de hacer el mal, sino incluso de pensarlo.
LA HIJASTRA. Pero en cambio sí lo pensó él contra ellos. ¡Y lo hizo!
EL PADRE. ¡No es verdad! Mi intención fue hacerles un bien, y también hacérmelo, lo confieso. Es que yo había llegado al punto, señor, en que no podía decirles ni una palabra a ninguno de los dos sin que ellos intercambiaran una mirada inteligente y cómplice, sin que ella no buscara rápidamente los ojos del otro para recibir consejo sobre el modo en que debía tomar mis palabras para no hacerme enojar. ¡Eso era suficiente, como comprenderá, para mantenerme enojado, en un estado de intolerable exasperación!
EL DIRECTOR. ¿Y entonces por qué no despedía a su secretario?
EL PADRE.
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